28º Domingo Ordinario - C

jueves, 4 de octubre de 2007
14 Octubre 2007

2 Reyes: Curación de Naamán el sirio.
2 Timoteo: La Palabra de Dios no está encadenada.
Lucas: El Samaritano agradecido.


Descargar Evangelio del 28º Domingo Ordinario - C.

Juan García Muñoz.

1 comentarios:

Anónimo at: 04 octubre, 2007 00:32 dijo...

SOBRE LA GRATITUD

Según cuentan los evangelios, lo de no ser agradecido es cosa antigua. De diez leprosos curados sólo uno vuelva a dar las gracias. Este hecho nos hace caer en la cuenta de que, como entonces, la gratitud es hoy un valor en baja –como otros muchos valores–. Y no es cosa buena para la felicidad de un pueblo que sus gentes olviden la sana costumbre de agradecer los favores recibidos. Buscando la razón de este desuso, encuentro posibles causas y ninguna de ellas me gusta.

Tal vez se deba a que, para algunos, la gratitud es un sentimiento de débiles porque indica una cierta inferioridad de quien recibe el favor. Se olvida en este caso que la autosuficiencia de quien pretende no necesitar a nadie es una forma de autoengaño. El ser humano es limitado y, por tanto, necesitado. La ayuda, el favor, es una forma de ser solidarios en la necesidad. Quien se cree un dios no pasa de ser un ridículo engreído.

Puede que la razón de la falta de gratitud sea que no valoramos debidamente los dones recibidos. El vacío, la insatisfacción, es el sentimiento de quienes están acostumbrados a tenerlo todo y a no valorar, por consiguiente, nada. El vacío existencial suele ser un sentimiento propio de las sociedades que tienen sobresatisfechas las necesidades de orden material.

Y puede que la razón sea más profunda. Hoy está en crisis el valor de la vida. Las campañas a favor del aborto –que limita la vida en sus comienzos– y de la eutanasia –que la limita en su final– dan como resultado una mentalidad en la cual la vida humana es un valor relativo (sé que este discurso no es hoy políticamente correcto, pero ¡me trae sin cuidao!). Y ¿qué puede tener valor cuando la vida no vale? De esa forma, perdido el aprecio de la vida, se pierde también el aprecio de aquello que la hace posible o feliz.

Aunque yo más bien me inclino a pensar que la crisis de la gratitud es consecuencia de la crisis del amor. El amor nos empuja a entregar a la persona amada todo lo que somos, podemos o tenemos, sin esperar nada a cambio, sólo por la dicha que conlleva la entrega. En esta dinámica, el amado o la amada saben valorar en su justa medida la grandeza del don y surge la gratitud como respuesta. Si esto es así, la falta de gratitud en un pueblo es signo de que falta el amor. Y sin amor ¿hacia dónde caminamos? ¿qué sentido tiene la vida?

Este sentimiento, que pierde brillo cuando se trata de seres humanos, se apaga completamente cuando se refiere a Dios. El término gracia es clave en el pensamiento cristiano. Para nosotros –en palabras de Pablo– todo es gracia y don, pues, fuera de Dios, nada es necesario. El mundo y lo que contiene podría no haber existido. La vida, por tanto, es un acto de gratuidad, un don inmerecido, una gracia, y el sentimiento cristiano más importante, después del amor, es sin duda la gratitud y la alabanza a Dios. Y, dado que la gratitud se manifiesta en la gratuidad, en la generosidad, tal vez esto explique el mucho egoísmo que nos sobra.