4º Domingo de Cuaresma - A

jueves, 21 de febrero de 2008
2 Marzo 2008

1 Samuel: David es ungido rey de Israel.
Eesios: Levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.
Juan: El ciego de nacimiento.


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Juan García Muñoz.

1 comentarios:

Anónimo at: 21 febrero, 2008 17:24 dijo...

DE CIEGOS Y CEGUERAS (Jn 9,1-41)

El relato del ciego de nacimiento nos ofrece la oportunidad de reflexionar, una vez más, sobre las cegueras que padecemos los humanos. La primera es la de los discípulos de Jesús: ven la realidad a través de prejuicios, la interpretan a partir de presupuestos equivocados. Al ver la desgracia ajena, se preguntan qué pecado la ha ocasionado. Es como si el sufrimiento y el infortunio fuera siempre un castigo. Dado que Dios es justo, la responsabilidad tiene que ser necesariamente humana. Jesús rechaza ese planteamiento y viene a decir que no se puede salvar el honor de Dios a costa del honor del hombre. La desgracia es consecuencia de la limitación humana y, si se mira con ojos de fe, puede verse en él una ocasión de misericordia.

Luego está la ceguera del ciego: está atrapado en sus propias tinieblas interiores. Es la ceguera de la víctima y consiste en que se le impone algún tipo de mal o de maldad y se le impide ver la realidad con objetividad. En estos casos es necesaria una ayuda adecuada que arranque la venda de los ojos, cosa que no es posible sin comprometerse, sin mancharse los dedos de barro.

La tercera ceguera es la de los fariseos. Es la más terrible porque quien la padece no es consciente de ella. Son videntes ciegos que niegan la realidad cuando las cosas no se adecuan a su mentalidad o a sus intereses. Si se encuentran con el milagro, buscarán un diablo al que atribuírselo con tal de no revisar sus planteamientos. Y es que la ceguera de la mente es muy difícil de reconocer y de curar. Y lo que es peor: para justificarse ante sí mismos pretenden imponerla a los demás. Es la postura del fanático que siempre trasluce una radical inseguridad. Los hombres verdaderamente convencidos proponen su pensamiento, mientras que los que dudan de sus propias convicciones tratan de imponerlo. Por eso es tan descorazonadora la figura de un hombre insultando, despreciando o atacando a quien piensa, siente o vive de otra manera.

La cuarta ceguera es la de los familiares. No quieren complicaciones y, por eso, ante la evidencia evitan tomar postura. Es la ceguera que brota del miedo e impide el compromiso. Para estos ciegos vale más la propia seguridad y los propios intereses que la verdad por muy clara que ésta sea. Prefieren vivir instalados en su mediocridad ignorando que sólo la verdad libera del miedo.

Frente a estas cuatro cegueras está la luz que viene de lo alto y disipa las tinieblas que bloquean al hombre. Como el agua de la samaritana, esa luz se instala en el interior y da brillo a todo el ser. No pierdo la esperanza de que pronto amanezca un mundo libre de cegueras, con hombres de mente abierta, tolerante y respetuosa, donde las diferencias sean riqueza y no peligro y la diversidad, el único modo de ver la realidad completa.