5º Domingo de Pascua - C

viernes, 23 de abril de 2010
2 Mayo 2010

Hechos: Pablo y Bernabé volvieron animando a los discípulos.
Apocalipsis: Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva...
Juan: La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.


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Juan García Muñoz.

3 comentarios:

{ Paco Echevarría } at: 23 abril, 2010 18:44 dijo...

COMO YO OS HE AMADO (Jn 13,34-35)

Es costumbre humana hablar mucho de aquello que añoramos o echamos en falta para llenar la ausencia con la evocación y el recuerdo. En base a esto, podemos concluir que en nuestro mundo falta mucho amor. Por eso es siempre nuevo el mandamiento de Jesús: amaos como yo os he amado. No era nuevo entonces, ni lo es hoy, el precepto de amar al prójimo como a uno mismo, pero se presta a error, porque, si uno es la medida del amor a los demás, depende de cómo sea uno para que así sea el amor. Jesús corrige esto y se presenta él mismo como modelo. Ya había dicho en otra ocasión que nadie tiene amor más grande que el que da la vida por aquellos a los que ama y que el amor de Dios al mundo le llevó a entregarle a su propio hijo. Con este precepto Jesús establece el fundamento del ser y de la convivencia sobre una nueva base: el amor como entrega, el amor absolutamente gratuito y desinteresado. Está proponiendo la utopía.

Tal vez el problema de nuestro mundo y de nuestra cultura sea creer que el amor así entendido es imposible y haber renunciado al mejor proyecto de vida posible. Proponiendo un amor al otro como el suyo, Jesús está asentando los cimientos de un mundo nuevo y mejor. Ignorar o menospreciar su propuesta conduce al miedo o a la huida. Cuando caemos en el miedo, aparece la competen­cia, la envidia, la mentira, la manipulación, la ira, la división, el sectarismo... Cuando huimos, nos refugiamos en paraísos imaginarios, en placeres que nunca satisfacen y que tantas veces llevan al vacío o la degradación del ser humano. Frente a la cultura del desamor, el cristiano propone la cultura del amor y de la vida, es decir, se empeña en la construcción de un mundo en el que los hombres se sientan y vivan como hermanos y donde el amor sea el valor que inspire todos los proyectos.

Ese amor será el distintivo de los suyos. Esto quiere decir que, cuando la joya del amor se oscurece, no importa que brillen otras alhajas porque todo huele a falso. Pero si el amor está presente, no importa la carencia de otras cosas, porque el amor da autenticidad y sumo valor a todo lo humano por insignifican­te que sea. Jesús quiere crear un espacio donde el amor exista como una realización de la utopía. Ese es precisamente el signo que ha de identificar a los cristianos en medio del mundo: demostrar que es posible lo que parece imposible: que Dios es padre y que los hombres pueden ser hermanos. En eso radica la gloria del hombre y la gloria de Dios. Y un último detalle que no hay que olvidar: cuando Jesús habla, antes ya ha hecho. No es hombre de discursos, sino de compromisos. Por eso antes de decir lo que hay que hacer, él ha lavado los pies a los suyos para indicar con ello que el servicio es la manifesta­ción más clara del amor.


Paco Echevarría

Maite at: 28 abril, 2010 09:39 dijo...

Sale Judas del cenáculo, Señor, sale para traicionarte, y a Ti sólo se te ocurre hablar de amor...
Sale Judas a entregarte sin saber que Tú ya te entregaste. Es de noche...

Vete, Judas, que no sabes apreciar la amistad que se te ofrece a pesar de tu traición, respetando que eres libre para realizar tu opción.
Deja que hable ya el Maestro, desahogando el corazón, y que salga de sus labios el mandato del amor.

Un amor cuya medida es la del Hijo de Dios, que es servicio y es entrega en completa donación de uno mismo a sus hermanos sin mirar si son traidores o no, buscando vivir con ellos en estrecha comunión.
Un amor de unos con otros que nos convierte en señal de que somos tus discípulos, y al vernos todos quieran vivir en fraternidad.

Señor, este mandamiento nuevo es difícil de guardar. Pones el listón tan alto... Pero Tú, resucitado, lleno de vida y verdad, quítanos del todo el miedo a perder la nuestra hasta el final. Da la luz a nuestros ojos para ver en cada hermano, grande, pequeño o mediano, un hermano a quien amar, sin mirar si me hace daño o es amigo incondicional. Viendo en él a un hijo tuyo a quien Tú quieres salvar.

Señor, Tú nunca me mandarías lo que no puedo guardar; y mi corazón es débil, es tan torpe para amar... Dame salir de mí misma, olvidarme y renunciar a tantos presuntos derechos sobre todos los demás. Enséñame a no llevar registros de mis heridas que ya es hora de sanar.

Mi Señor, yo quiero hacerte juramento de fidelidad, de guardar tu mandamiento por encima de otra ley, norma o precepto, que lo primero es amar.

Rompe y rasga en mi interior lo que me impide dejar que seas Tú quien ame, en mí, a los hermanos que me das.

Tomás at: 30 abril, 2010 09:30 dijo...

Leyendo el comentario al evangelio de este domingo en escuchadelapalabra he caído en la cuenta, como nunca antes, del "contexto" en que está colocado este famoso "mandamiento nuevo". Ciertamente no es un testamento pronunciado desde el lecho por la persona cumplida de años que quiere dejar lo mejor a sus hijos. Tampoco está ofrecido al modo de un sensacional proyecto comunitario, después de unos días de reflexión y estudio.
Está después de que Jesús ha empuñado toalla y barreño para cumplimentar un servicio que era humillante. Después de haber mirado a Judas a los ojos, reclamándolo en su lealtad y después de verlo perderse en la noche. Noche en la que también Él se verá arrastrado por la traición.

Las palabras de este mandamiento, casi manidas de tanto haberlas oído y repetido, recobran su fuerza original.

No, Señor, no tenemos ni idea de lo que es el amor absoluto. Sólo podemos mirarte. Más aún, sólo podemos "comerte"... Danos mirarte, danos comerte, danos llevar tu "ley" en las entrañas y escrita en el corazón.
Y mientras esperamos para saber qué es el amor y qué significa "igual que yo", danos ser portadores de este amor, aunque sea sólo de forma intermitente y fugaz.