32º Domingo Ordinario - C

sábado, 30 de octubre de 2010
7 Noviembre 2010

2 Macabeos: Tú en cambio nos resucitarás para la vida.
2 Tesalonicenses: Que el Señor dirija vuestro corazón, para améis a Dios y esperéis en Cristo.
Lucas: Dios no es un Dios de muertos sino de vivos.


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Juan García Muñoz.

2 comentarios:

Paco Echevarría at: 30 octubre, 2010 14:58 dijo...

EL DIOS DE LA VIDA (Lc 20,27-38)

Siempre ha inquietado al hombre su destino después de la muerte. Hoy, como en tiempos de Jesús, las posturas son muy diferentes: para unos la muerte es el final de todo y es vana la esperanza de sobrevivir a este mundo; para otros la vida sólo es el anticipo de una vida plena y definitiva; y luego están aquellos que piensan que el destino final del ser humano es perderse en la infinitud de Dios, después de haberse purificado de todo el mal que encierra en su corazón. Creen estos últimos que la vida humana es tan corta y el mal tan grande que son necesarias varias vida para lograrlo. Por eso –afirman– la vida es siempre reencarnación hasta alcanzar la iluminación completa.

El cristianismo no cree en reencarnaciones –pues predica que la muerte de Cristo ha purificado al hombre de todos sus pecados–, sino en una plena más allá del tiempo y del mundo. Esta forma de entender las cosas ha sido –es– considerada por muchos como fe desprovista de lógica y razón y, por ello, doctrina sin fundamento. Yo me pregunto por qué: ¿por qué razón es más racional, lógico y admisible creer en la nada que creer en una vida eterna? Hemos asistido a lo largo del siglo que termina a una especie de apropiación del pensamiento racional por parte de algunos increyentes con el consiguiente menosprecio de la fe como algo obsoleto, sin fundamento y propio de mentes débiles.

Argumentan que no hay pruebas de que las cosas sean así y silencian que tampoco las hay de que no sean de esta manera. Y es que estamos ante un asunto en el que entra en juego la libertad de cada uno en virtud de la cual opta por lo uno o por lo otro. La fe y la increencia son opciones personales basadas en algunas razones y en no pocas vivencias y ambas implican un riesgo: el de equivocarse. Entendidas así las cosas, hay que saber asumir la propia postura con serenidad y respeto hacia la opción contraria y tratar de sobrevivir con el peso de las dudas y los interrogantes, conscientes de que el hombre no es sabio por sus certezas, sino por sus búsquedas.

El cristiano oye de Jesús palabras de esperanza. Cree en él y le cree a él cuando dice “Yo soy la resurrección y la vida”. Su Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. Es esto lo que le sostiene en la lucha por mejorar el mundo. Tampoco ve la vida como azar, sino como un designio de amor. Por eso, al contrario de lo que algunos creen, la fe no le aleja del compromiso y del esfuerzo por lograr un mundo más justo y más humano, sino todo lo contrario. No es la fe un analgésico para soportar estoicamente sufrimientos, adversidades e injusticias, sino un acicate, un estímulo para perseverar a pesar de la adversidad, el fracaso e incluso la muerte.

Y, para terminar, hay una pregunta que muchos prefieren no plantearse: ¿es posible vivir plenamente la vida y ser feliz cuando sólo se espera la nada? Cada uno ha de buscar la respuesta en el santuario de su conciencia.

MAITE at: 01 noviembre, 2010 22:32 dijo...

Se acercaron a Jesús unos saduceos

Esta escena que hoy contemplamos nos muestra a qué conduce aferrarse a la letra y materialidad de la ley, de cualquier ley: a enredarse y complicarse la vida con casuísticas inverosímiles, irreales y absurdas. Por eso es de alabar la paciencia de Jesús. Desde luego la necesitaba... Sin embargo gracias a estos saduceos curiosos que acuden al Maestro con sus dudas, nosotros tenemos unas pistas para saber algo de “la otra vida”, la verdadera... que es muy distinta de ésta. Nos espera otra realidad, algo que nunca hemos vivido aquí ni podríamos vivir. Algo tan distinto que ni siquiera podemos imaginar. Tan grande es... Y una cosa es cierta: cuando estemos allí ya no podremos morir. Nuestro Dios es el Dios de la Vida, la vida sin fin.

Cuando llegue nuestra hora, la de pasar de este mundo al Padre, no tengamos miedo, volvemos a casa. Por mucha gente que nos rodee entonces, si tal es la situación, estaremos solos para cruzar la puerta de entrada, pero el mayor enemigo, la muerte, ya está vencida. Y allí nos recibe quien más nos ha amado, que nos hizo sus hijos y nos llama ahora a vivir “como ángeles”. Allí, al despertar, nos saciará con su semblante.
Maite