2º Domingo Adviento - A

jueves, 25 de noviembre de 2010
5 Diciembre 2010

Isaías: Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará.
Romanos: Acogeos mutuamente como Cristo os acogió.
Mateo: Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos.


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Juan García Muñoz.

2 comentarios:

Paco Echevarría at: 25 noviembre, 2010 14:42 dijo...

CONVERTÍOS (Mt 3,1-11)

No basta con vigilar para reconocer a Dios que llega revestido de humanidad y de humildad. La vigilancia ha de ser activa, es decir, comprometida. La palabra con la que se expresa ese compromiso es “conversión”. Sólo un corazón que se vuelve a Dios soportará la purificación del Espíritu y del fuego. Es un cambio profundo del corazón lo que se pide, un cambio que consiste en una vuelta a Dios. El Adviento es un tiempo para escuchar la llamada a la conversión y hacer sobre nosotros un juicio previo, para no ser aventados cuando llegue el verdadero juicio.

El Dios al que hay que volver es el Padre de la misericordia. Planea en el fondo la figura del hijo pródigo cuando, lejos del hogar, reconoce su error y toma la determinación de volver.

Comprender el sentido del momento presente es cambiar todo lo que entorpece la venida del Señor, remover los obstáculos, allanar, enderezar... Se trata de una invitación urgente a cambiar todo lo que sea necesario en la vida personal y comunitaria. No es un cambio superficial –bautismo de agua–, sino profundo –bautismo de fuego–. Se nos pone en guardia frente a la tentación de Laodicea, una Iglesia que no es ni fría ni caliente y por ello va a ser vomitada (Ap 3,15-16). Es digna de compasión porque se cree rica, pero su riqueza es falsa; está ciega –porque no ve cómo la corrige su Señor– y desnuda –porque están al descubierto sus pecados–. Jesús está a la puerta de esa Iglesia y llama. Sólo hay que oírle y abrirle para que entre a compartir la comida.

El misterio de la Encarnación nos sitúa frente a la llamada del Adviento: la conversión. Oír la voz de Dios en la vida real no puede dejarnos indiferentes. Esa voz es siempre una voz profética que advierte, reclama, exige, acusa, denuncia... Pero no olvidemos nunca que es la voz profética del amor y su intención, por tanto, es conducirnos al corazón mismo de Dios.

La llamada a la conversión, desde el punto de vista de la Encarnación, tiene un matiz muy específico y propio en el cristianismo: volver el corazón a Dios es volverlo al hermano. Sólo hay una manera de estar cerca del padre: poniéndose cerca de sus hijos, sobre todo de los predilectos. La conversión, el cambio que se pide, es ciertamente un cambio de costumbres y un cambio interior, pero sobre todo es un cambio de actitudes ante los hermanos.

El evangelio de este domingo, nos hace oír la voz del precursor que nos advierte de que todo está a punto: la conversión no permite demoras porque tal vez no exista un después en el que sea posible rectificar. Es bueno preguntarse qué hemos de hacer para acercarnos a aquellos que ciertamente están lejos de nosotros, aunque no es tan cierto ni seguro que ellos estén lejos de Dios.

Maite at: 30 noviembre, 2010 19:45 dijo...

Aquí está Juan, el Bautista, el precursor del Señor, el pregonero fiel... El que se jugó la vida a una sola carta. Coherente y radical, sin doblez. El profeta apasionado y apasionante que, sin palabras rimbombantes, adulaciones ni halagos, atraía a todos a orillas del Jordán. Juan, sobrio y austero, justo y ecuánime, no se casa con nadie. Pero espera a alguien. Y lo anuncia, y prepara y dispone la tierra para la siembra. La tierra más dura y agreste: la de los corazones. Juan no tiene casa, ni come manjares, ni viste con gusto, tiene una misión. Despierta el fervor popular, se gana a la gente, que se hace preguntas: ¿será él? Pero no, que Juan no se engaña ni quiere engañar, que es otro el que viene, el que ha de llegar. Y advierte tajante: yo veo y doy testimonio. Ahí está. El que viene detrás. Y todo lo que hago es en función de él. De peor calidad, que bautizo con agua y lo de él sí será bautizar. Y no quiere que nadie se quede con él: mirad, el Cordero de Dios, seguidle ahora a él. Juan tiene su momento, su baño de multitudes, pero no se lo apropia, sabe que no es él. Y vive para otro. Se quedará solo. Él sabe quién es. Y que su momento tiene que pasar. Es Él, el que viene, quien ha de brillar.

Y yo, pregonero y apóstol, que he visto y oído, que doy testimonio, ¿estoy dispuesto a pasar?, ¿a que crezca Él, que lo mío es menguar?