2º Domingo de Cuaresma - A

viernes, 11 de marzo de 2011
20 Marzo 2011

Génesis: Vocación de Abrahán, padre del pueblo de Dios.
2 Timoteo: Dios nos llama y nos ilumina.
Mateo: Su rostro resplandecía como el sol.

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Juan García Muñoz.

2 comentarios:

Paco Echevarría at: 11 marzo, 2011 12:40 dijo...

EL ROSTRO COMO EL SOL (Mt 17,1-9)

De camino a Jerusalén, donde iba a tener lugar la pasión y la muerte en la cruz, Jesús muestra a los tres discípulos más cualificados -Pedro, Santiago y Juan- su verdadero rostro. Lo hace a modo de aviso para cuando llegue el fracaso, de manera que su fidelidad no se resienta. Dicen las Escrituras que la figura de Jesús -rostro y vestidos- se transformó y que la luz -oro y blanco- irradiaba de él como de su fuente. Jesús no es, por tanto, un iluminado, sino el iluminador. En otro lugar y en otro evangelio lo dice claramente: “Yo soy la luz del mundo”. Se refería él, ciertamente, a su doctrina y a su vida, si bien, en este monte, entendemos que se refiere también a su persona.
Y es que a Jesús se le puede mirar de muy diversas formas: centrando la atención en sus palabras -como un maestro-, en sus milagros -como un sanador-, en el modo de entender a Dios -como un líder espiritual- o en su persona -como Hijo de Dios-. La mirada de un creyente es la última y, desde ella, considera todas las demás. No está mal valorar sus enseñanzas -pero Jesús no es un filósofo- o admirar sus milagros -aunque no ha sido el único que ha hecho prodigios- o verlo como un maestro del espíritu -ha habido muchos-. Pero lo que define a un cristiano es creer en su persona: no se cree a Jesús más que en la medida en que se cree en Jesús. Eso fue lo que trató de explicarles a los tres discípulos en el monte. Todo lo que habían visto y oído tenía que ser interpretado desde lo que estaban viendo y oyendo: un ser transformado y una voz del cielo que dice “éste es mi Hijo: ¡escuchadlo!”:
Aquí radica la fuerza de la fe cristiana. No es adhesión a un mensaje, a un sistema de pensamiento, a unas enseñanzas. Es adhesión a una persona. No es -como ocurre entre los humanos- la enseñanza la que legitima al maestro, sino el maestro el que legitima la enseñanza, por eso es más importante creer en su identidad que en sus palabras. Ese es el sentido de la voz que suena desde la nube: “Éste es mi Hijo, el amado, el predilecto: escuchadle”. Primero se dice quién es -identidad-, luego se manda escuchar -mensaje-. Creo que es esto lo que identifica y, a la vez, dificulta la fe cristiana porque, para muchos, es difícil aceptar la idea de un Dios que se hace hombre. Es más fácil creer que un hombre habla en nombre de Dios. Por eso -en medios no creyentes- se valora cada día más la figura de Jesús y se le considera un ser excepcional por sus enseñanzas y sus prodigios; pero se le reduce a la categoría de un ser humano en el que Dios se ha manifestado de un modo especial. Avatar llaman a esto en el argot de la Nueva Era. Para nosotros no es suficiente. Pensamos que sólo se puede creer a Jesucristo si antes se cree en Jesucristo. De no ser así ¿cómo se pueden entender algunas de sus enseñanzas como el amor a los enemigos o las bienaventuranzas?

Maite at: 15 marzo, 2011 11:42 dijo...

Este tiempo en que vivimos no solo es de desierto, de prueba y tentación, de pulso con nosotros mismos. También es tiempo de ser, entre los discípulos de Jesús, del número de los más íntimos, e invitados a subir con Él a la montaña. Y a gozar de la hermosura de su vista, la belleza de su rostro. Es el tiempo de la consolación, de ser fortalecidos en la fe, la esperanza y el amor, en el camino arduo, árido y seco de nuestra conversión, y de seguirle a Él hasta la cruz, entregando la vida gota a gota por su Reino, por la Iglesia.

Es el tiempo de recibir el testimonio de los que nos precedieron: los grandes amigos de Dios, que se mantuvieron fieles en medio de muchas tribulaciones y gozan ya de la dulzura de la intimidad con Él para siempre. Y escuchamos una voz, la del Padre, que nos habla. Y nos dice de Jesús que es su amado, el predilecto. Habla con autoridad, y nos pide que escuchemos a su Hijo, su Palabra.


¡Como no perder entonces el sentido del tiempo y de la realidad! ¡Como no querer hacer eternos estos instantes que nos saben a gloria! ¡Como no anhelar quedarnos aquí para siempre, contemplándole a Él, resplandeciente, sin muerte ni dolor!

Pero no es el tiempo todavía. No podemos inmortalizar este rato en la montaña, todavía no.

Toca bajar de la montaña. A la brega diaria, al fragor de la batalla, al aburrimiento de la vida cotidiana. A la rutina gris de cada día. Y Jesús baja con nosotros. Sin resplandores, pero está. Y de mil y una maneras sigue mostrándonos su rostro, que no brilla ahora como el sol, pero es el suyo. Lo tenemos que buscar y desear como un hambriento y un sediento la comida y el agua. La luz de su Palabra nos llevará hasta Él y purificará nuestra mirada. Hay una voz también en nuestro corazón, que resuena queda, sin parar, nos llama hijo, hija, amado, amada. Arriba o abajo en la montaña.