5º Domingo de Cuaresma - A

viernes, 1 de abril de 2011
10 Abril 2011

Ezequiel: Os infundiré mi espíritu y viviréis.
Romanos: El Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros.
Juan: Yo soy la resurrección y la vida.

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Juan García Muñoz.

2 comentarios:

Paco Echevarría at: 01 abril, 2011 03:17 dijo...

DE LA MUERTE A LA VIDA (Jn 11,1-45)

En el Evangelio de san Juan, la resurrección de Lázaro es el preludio de la historia de la pasión, porque fue ese hecho el que -según este evangelista- motivó su condena a muerte. Se trata, sin lugar a dudas, del más importante de los signos mostrados por Jesús. No es ya de la curación de un enfermo, sino una victoria sobre la muerte. Así lo interpreta cuando se presenta a sí mismo como la resurrección y la vida. Esto significa que el de Jesús no es un camino de muerte, sino un camino que, a través de la muerte, conduce a la resurrección, a la vida, a la glorificación. La luz de la Pascua brilla desde el principio sobre el camino de Jesús que pasa inevitablemente por la oscuridad incomprensible del sufrimiento humano.
Estamos ante una de las claves de la mística cristiana. Ante el sufrimiento, caben diversas posturas: rebeldía contra Dios porque no lo evita, fatalismo frente a un destino inevitable, huida hacia paraísos artificiales... El cristianismo trata de encontrarle sentido para poderlo soportar sin que ese mal sea causa de un mal mayor: la pérdida total del sentido de la existencia. No se trata de aguantar estoicamente los golpes de la vida y esperar que pase la tormenta, sino de comprender que es el único camino hacia la dicha. Si el grano de trigo no muere, no puede convertirse en espiga. La renuncia no es fin en sí mismo, sino condición necesaria del crecimiento. Cuando las cosas se ven de esta manera, la vida y sus golpes se afronta con un nuevo espíritu: el de los hombres cargados de esperanza.
Tal vez uno de los males de nuestro tiempo -y una de las causas de la pérdida de los valores y del retroceso del orden ético y moral- sea el apego a la dicha barata e inmediata que nos priva de la dicha definitiva. Nos hemos creído que vale más lo imperfecto conocido que lo perfecto por conocer y no es verdad. Un pequeño placer de hoy no vale más que la felicidad completa de mañana, aunque el pensamiento de muchos sea conformarse con ello.
Estamos en tiempo de crisis de valores y de ocultamiento del sentido de la vida que eso conlleva. Vivimos en una sociedad espiritualmente enferma. Pero quiero pensar que, como la de Lázaro, la nuestra no es una enfermedad de muerte. Aún es posible encontrar el sendero de la vida. Basta que aceptemos el cambio de las cosas y renunciemos a aquello que nos impide avanzar: soberbia, avaricia, violencia, hedonismo, envidia, dejadez, superficialidad... Estas son las losas que nos cubren y nos impiden salir de nuestros sepulcros. Jesús de Nazaret sigue gritando: “Salid fuera! ¡Asomaros a la vida!”.

Maite at: 05 abril, 2011 07:51 dijo...

Aquí se nos cuenta, además de la resurrección de Lázaro, la historia de una amistad entrañable, cálida y profunda, entre Jesús y tres hermanos. Mucha tiene que ser la intimidad entre ellos para que, ante la enfermedad de Lázaro, sus dos hermanas manden recado a Jesús. Mucho confían en Él y le conocen para hacerlo, en medio de su preocupación, de la forma más breve posible, y con tal delicadeza, dejando todo en sus manos. No hay apremios, ni presiones, ni sugerencias, ni siquiera una petición. ¿No recuerda mucho al ya lejano “no tienen vino” de María en Caná?

La reacción de Jesús resulta incomprensible. No corre a Betania, a casa de sus amigos, e incluso alarga su estancia allí donde estaba. Espera a que Lázaro muera para acudir a la llamada de sus hermanas. Pero ahora son los discípulos los que no entienden que Jesús, amenazado en Judea, quiera volver allí. Una vez más va a hacer las obras del que le ha enviado, va a manifestar que la gloria de Dios es que el hombre viva, con una vida nueva y verdadera. Va a resucitar a Lázaro, a despertarle del sueño de la muerte, prefigurando así su propia resurrección y la nuestra. Dando a entender que tiene poder para darnos la vida, porque para el que cree en Él la muerte es eso, un sueño del que nos despierta. Lázaro volverá a morir, y volverá a despertar para siempre.

Como la samaritana los discípulos están en otra onda y no pillan la de Jesús. Marta acude a su encuentro. Ha llegado el amigo querido, pero tan tarde... y sale de sus labios un reproche cariñoso y sincero: si hubieras estado aquí... Marta no se explica la tardanza de Jesús, no espera nada, ni pide nada. Marta, Marta... Cree en Jesús y le ama, pero no sabe que es la resurrección y la vida. Está a punto de verlo con sus propios ojos. Jesús fortalece su fe. Sabe bien como hablarla, y el corazón de Marta, lleno de amor, está abierto a recibir su palabra. Es el amigo, el Maestro, aunque resulte incomprensible su tardanza. Marta avisa a su hermana. Hace ya tiempo que ella eligió la mejor parte. María repite las palabras de su hermana. Cuántas veces las habrían compartido durante esas horas de espera interminable...

Y si hay algo más que sabe hacer María es llorar, lo hace de tal forma que todos lloran con ella. También Jesús, y se conmueve profundamente. Su amigo ha muerto, su amiga llora. Los quería tanto... Pero hasta eso da pie a la maledicencia de algunos de los judíos que acompañan a Marta y a María. Jesús ha curado a un ciego de nacimiento, pero aún quedan muchos en Israel, solo que estos se creen que ven.

Y Lázaro, a la voz de Jesús, voz fuerte y potente, que da gracias al Padre, despierta. Nadie lo esperaba. Llevaba ya cuatro días durmiendo. Y muchos judíos creyeron en Él, y que era la resurrección y la vida.

A lo mejor no solo porque había resucitado a Lázaro, sino también porque le vieron amar con pasión y llorar.