CUARESMA 4º-C

domingo, 3 de marzo de 2013

10 MARZO 2013
4 DOM. CUARESMA-C
LUCAS 15,1-3.11-32: El corazón de Dios

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 03 marzo, 2013 13:30 dijo...

EL RETORNO DE HIJO PERDIDO (Lc 15,11-32)
La parábola del hijo pródigo es, sin lugar a dudas, uno de los textos más hermosos del Nuevo Testamento y una de las claves interpretativas del mismo. El relato gira en torno a tres personajes, los mismos que aparecen al comienzo de la sección. El triángulo formado por Jesús, los pecadores y los fariseos es reproducido por el padre, el hijo menor y el primogénito.

El padre encarna los sentimientos de Dios -de Jesús- hacia el pecador: lo mira como a un hijo equivocado que, buscando libertad y dicha, abandona la casa paterna. Es el dolor contenido, que no hace nada para ser evitado porque hacer algo sería ir contra la libertad, es decir, contra el amor. La postura del padre refleja que sólo se ama desde la libertad y sólo se es libre desde el amor. Esto explica la explosión de gozo cuando el hijo retorna. Ha sido necesario el error para comprender el alcance de la verdad. En el pensamiento cristiano, Dios no ve la culpa, sino el error y está dispuesto a la misericordia tan pronto como el hombre lo reconoce.

El hijo menor -los pecadores con los que Jesús come-, más que malo, es inconsciente. No hay maldad en su corazón. Sólo quiere emanciparse. Su error no es irse de casa, sino disfrutar de la herencia en vida del padre, cosa que la ley no admitía. Es decir: actúa como si el padre ya hubiera muerto. Freud diría que la desaparición del padre es necesaria para el desarrollo del hijo. El Evangelio afirma que sólo se crece desde el amor. Es un espejismo en el que suelen caer nuestros contemporáneos: creer que o el amor sacrifica la libertad o la libertad sacrifica el amor. Lo vemos como si se tratase de dos necesidades excluyentes. La verdad es que el amor representa la plenitud de la libertad y la libertad, la plenitud del amor. Se necesitan mutuamente como las dos manos.

El hijo mayor -los fariseos- representa a los que han hecho de la fidelidad un ídolo. Había obedecido en silencio durante años, se considera leal y cumplidor. La acogida que se tributa al pecador la interpreta como una injusticia contra sí mismo y por eso se niega a participar de la fiesta. Es la autosuficiencia de los justos, que creen más en la obediencia que en el amor. En el fondo de su corazón sólo hay miedo a ser reprochados, a ser cogidos en falta, a fallar. Son los que han hecho de la vida una tarea de cumplimiento de normas y leyes. Olvidan que el verdadero error es no arriesgar, dejando que los miedos gobiernen sus días.

Estamos ante dos posturas igualmente equivocadas: la de aquellos que sacrifican el amor a la libertad y la de aquellos que lo sacrifican a la lealtad. Ninguno de ellos ha descubierto que la vida -la dicha- sólo es posible si se edifica sobre la libertad y el amor y que ambas cosas se necesitan mutuamente.

Manolo Martín at: 03 marzo, 2013 13:32 dijo...

ALEGRAOS CONMIGO

DOM 4º CUARESMA-C

"Dios corre tras el hombre desde que bajó al jardín y preguntó: Adán, ¿dónde estás?, porque es Dios el que busca al hombre tratando de encontrarse con él" (H. Neuwen).

En las tres parábolas de la misericordia: del hijo pródigo, de la oveja y moneda perdida (Lc 15) se pone de manifiesto no darse resignación ante las pérdidas, de modo que se dedicase el pastor a las 99 restantes, la mujer se limitara al extravío y el padre esperase pacientemente el regreso del hijo.

Por el contrario, Jesús pone el énfasis en la iniciativa de Dios: el padre que sale al encuentro, el pastor que sale a la búsqueda y la mujer que limpia y barre.

Y la alegría del encuentro que tanto manifiesta Jesús al sentarse a la mesa con publicanos y pecadores, invita en estas tres parábolas a alegrarse con él.

"Alegraos conmigo, dice el pastor, he encontrado la oveja perdida". "Alegraos conmigo, dice la mujer, he encontrado la moneda perdida". "Alegrémonos, porque este hijo mío estaba perdido y ha sido hallado".

No resignarse a las pérdidas.
Tomar la iniciativa y salir de casa.
Abrazar al mundo pecador.

Las cosas nos irían mejor si fuésemos más fieles y es que la conversión es siempre alegría porque Dios sea tan bueno.


Manolo Martín de Vargas.

Maite at: 03 marzo, 2013 18:19 dijo...

Nouwen en su libro "El regreso del hijo pródigo" explica, a partir de la parábola, su largo y doloroso proceso de conversión y como fue identificándose con cada uno de los tres protagonistas.

A nadie nos cuesta encontrar dentro de nosotros mismos al hijo menor. Todos nos hemos ido de la casa del Padre más de una vez buscando independizarnos de Él con los bienes que creemos nuestros por derecho. Hemos derrochado de mala manera lo que hemos recibido, y cuando nos hemos visto solos e impotentes para todo, cuando hemos tocado fondo, hemos recordado a nuestro Padre y, por pura necesidad, decidimos volver a su lado.

Como le pasa al hijo menor nuestra vuelta a casa está más motivada, muchas veces, por la supervivencia que por amor. Pero su reconocimiento de su situación personal, su humildad al escribir mentalmente el discurso para pedir la acogida de su padre no como hijo sino como jornalero, nos conmueve y predispone en su favor. El hijo menor dejó, por libre elección, su casa y a su padre, y dilapidó todo lo que este le había dado. Pero recapacitó y volvió, creyendo que había perdido el derecho a ser llamado hijo.

Mucho más nos cuesta reconocernos en el hijo mayor. Leyendo la historia es el que no se marchó de casa y todos los días hacía lo que su Padre quería. No faltaba en nada. Sin embargo, sin saberlo, llevaba fuera de la casa del padre mucho más tiempo que su hermano, y su corazón se había endurecido creyendo que merecía el amor del padre, que tenía derechos frente a él que había ganado a pulso. Despreciaba tanto a su hermano que no pudo alegrarse con su vuelta, y solo pudo ver en la alegría del padre una ofensa personal.

Cuando el hijo menor está desesperado recuerda a su padre como aquel cuyos jornaleros tienen abundancia de pan. Para el hijo mayor la generosidad del padre con su propio hijo pecador es como una bofetada en la cara. Como el salmista el hijo menor tiene presente su pecado, la ofensa a su padre; el mayor solo ve una fidelidad y lealtad al Padre sin premiar.

Sabemos que el hijo menor volvió a casa, a los brazos del padre, al reencuentro gozoso con los suyos. Había caído hasta sentirse el último,el más sucio de todos, y fue recibido con todos los honores de hijo querido que vuelve a la vida.

Pero no consta que el hijo mayor volviera a aquella casa que creía no haber abandonado nunca, ni a su padre, cuyos brazos abiertos era incapaz de comprender, ni a su hermano, a quien seguía juzgando hijo de la perdición.

Aún más nos cuesta descubrir al Padre en nosotros, sentir la llamada a ser Él. Y sin embargo lo llevamos dentro. Vivir en su casa y en sus cosas, a su lado, experimentando y gozando la ternura de su amor y su perdón, la música de su fiesta en nuestros oídos, nos hace ser como Él. Desde ahí nace en nuestro corazón el impulso que nos lleva a salir al camino todos los días dejándonos los ojos en el horizonte para ver, a lo lejos, la silueta del hermano que vuelve. Con Él abrimos los brazos para estrecharle contra nuestro pecho sin pedir explicaciones ni hacer preguntas. Y ayudamos al Padre a preparar una fiesta, llena de derroche, para que ese hermano se sienta, otra vez, en casa, con todos los derechos. Y no hay lugar para pensar en todo lo que hemos hecho por el Padre. Eso no vale nada. Hemos escuchado sus palabras:

Hijo, hija, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo.