DOM-21C

domingo, 18 de agosto de 2013
25 AGOSTO 2013
DOM-21C

Lc 13,22-30. Esforzaos en entrar por la puerta estrecha.

4 comentarios:

Paco Echevarría at: 18 agosto, 2013 12:34 dijo...

EL NÚMERO DE EL NÚMERO DE LOS SALVADOS
(Lc 13,22-30)
En tiempos de Jesús, el número de los que iban a salvarse era un motivo de preocupación. Sobre este tema había dos posturas extremas. La doctrina oficial contenida en la Misnah decía que todo Israel tendría parte en el mundo futuro. Sólo estarían excluidos ciertos pecadores en materias especialmente graves. Los heterodoxos, por el contrario, creían que el mundo futuro iba a traer consolación para unos pocos y tormento para muchos. Detrás de la primera postura está la idea de la elección: para salvarse – venían a decir– sólo es necesario pertenecer al pueblo de Dios; detrás de la segunda, está la idea de la responsabilidad moral del hombre. El problema es que ambas conducen a la pasividad: si todos se salvan ¿para qué preocuparse? Si se salvan sólo unos pocos ¿para qué esforzarse?

Cuando plantean a Jesús el tema, él elude la respuesta y se limita a decir que no es el número lo que importa, sino el entrar en el Reino. Saber el número de salvados no resuelve nada. Lo que verdaderamente importa es saber la manera de conseguirlo. Y sólo hay una forma: con el esfuerzo. La metáfora de la puerta estrecha es una forma gráfica de decir que no hay que posponer la decisión de convertirse. Si se deja para el último momento puede ocurrir como en las aglomeraciones de última hora: que sólo entran unos cuantos.

La verdad es que resulta chocante hablar de esfuerzo y de puertas estrechas en una cultura como la nuestra donde la técnica todo lo hace fácil y donde la comodidad y el bienestar son valores predominantes. Pero así son las cosas. El reino de Dios es un regalo del cielo frente al cual el hombre ha de asumir su propia responsabilidad. Las palabras de Jesús vienen a decir que no es suficiente con estar bautizado y llevar una vida religiosa fiel. Cuando se cierra la puerta del banquete sólo participan los que se han esforzado por estar dentro. De nada sirve haber escuchado la palabra. Sólo el que la hace suya y vive de acuerdo con ella logra pertenecer al grupo de los comensales.

La sorpresa llega al final cuando se descubre que entran primero los que no tenían entrada, mientras que los que estaban tan frescos con su entrada en el bolsillo son los últimos en acomodarse. Ni que decir tiene que Jesús está hablando de los judíos y de los paganos. Pero sus palabras son perfectamente aplicables a nuestro tiempo. Son un aviso para, fiándose de su suerte, olvidan la exigencia y el compromiso. El evangelio propone un difícil equilibrio entre el don y el mérito: la salvación es un regalo –Dios prepara el banquete– que el hombre ha de aceptar acomodando su vida a sus exigencias y valores –hay que entrar con el vestido de fiesta–. Cuando se pierde este equilibrio se caen en posturas extremas que o anulan el don o anulan la libertad.

Maite at: 19 agosto, 2013 19:26 dijo...

El número de los salvados no es ninguna incógnita para nosotros: de Isaías aprendemos que todos están llamados a entrar en el Reino de Dios, y Pablo asegura que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

La salvación es don de la misericordia de Dios, pero Jesús enseña que acogerla es responsabilidad de cada uno, hace falta entrar por la puerta estrecha. No se trata de merecerla, que es imposible para nuestras fuerzas, ni de ganarla a fuerza de puños. Nadie la tiene asegurada sin esfuerzo personal, ni siquiera quienes pretenden haber comido y bebido en la intimidad del Señor y ser testigos de su enseñanza.

Entra por la puerta estrecha quien se deja penetrar por las palabras y obras de Jesús y camina en pos de Él. Quien hace suyo su programa de vida: una existencia por y para los demás, empleada en pasar haciendo el bien y en ser buena noticia del amor de Dios para todos y cada uno, sirviendo e invirtiendo todos los talentos que poseemos para dar buen fruto. Encarnando en nuestra vida a María de Betania, sentada a los pies de Jesús como discípula, al buen samaritano, al padre bueno de la parábola, creyendo y viviendo las bienaventuranzas, orando y perdonando las ofensas recibidas, devolviendo bien por mal.

Entrar por la puerta estrecha es olvidarse del todo de sí para tener entrañas de padre y madre, hermano y hermana, amigo y amiga compasivo y comprensivo; saber morir para dar vida abundante en derredor. Es vender todo lo que se posee por la perla preciosa del Reino y vivir sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir.

Ya no hay últimos y primeros delante de Dios, ni pueblo elegido. Hay hijos y seguidores de Jesús, hermanos unos de otros que caminamos juntos, custodios unos de otros que miran y velan unos por otros.

La verdad es que por más que repugne a nuestra naturaleza cuando nos determinamos a dar los primeros pasos, entrar por la puerta estrecha es, en realidad, cruzar el umbral de la felicidad, el cielo en la tierra.

Juan Antonio at: 23 agosto, 2013 19:29 dijo...


Si en la semana pasada veíamos a Jesús decirnos que ha venido a traer fuego, a traer división, hoy, a mi entender, sigue en el mismo sentido su instrucción, la puerta estrecha, aquí ni allí nadie nos va a regalar nada, tenemos que entrar en el Reino de Dios a través de la conversión personal y social en un orden nuevo de justicia, de paz, de solidaridad, de vida y de amor, pero ello dentro del esfuerzo que nuestra transformación conlleva, porque en definitiva si cada uno no se transforma, no se convierte, el Reino de Dios no se establece, no se llevaría a cabo nunca, pues éste entraña ese renovarse cada uno en el día a día.
El Reino de Dios, abierto a todos, desde uno a otro punto cardinal, parece que contrasta con los grupúsculos que hoy parece que imperan en nuestra Iglesia, donde reina tal cantidad de Movimientos, Asociaciones, Congregaciones, Comunidades…….., cada uno en un intento de destacar, de sobresalir, de ser algo más que el otro, de llegar a, de tener más, de………, y puedo estar equivocado, todo menos comunión, todo menos Iglesia, aunque se diga, se pregone, pero siempre mirándonos el ombligo y no abrazando.
Muchos carismas, pero un solo Espíritu, una sola Fe y una Comunidad de creyentes que aspiran a tenderse la mano en su caminar, haciendo Iglesia, haciendo Pueblo de Dios que sigue hacia la casa del Padre cogido de la mano
Con el versículo 30 del Evangelio de hoy deberíamos rezar el Magnificat, del que, como decía un sacerdote en la homilía del día de la Asunción, nuestra Madre viene a definirnos a Dios desde la humildad de su pobre persona.
Recémoslo con esa confianza y con esa mirada de María en Dios.

Juan Antonio at: 23 agosto, 2013 19:29 dijo...


Si en la semana pasada veíamos a Jesús decirnos que ha venido a traer fuego, a traer división, hoy, a mi entender, sigue en el mismo sentido su instrucción, la puerta estrecha, aquí ni allí nadie nos va a regalar nada, tenemos que entrar en el Reino de Dios a través de la conversión personal y social en un orden nuevo de justicia, de paz, de solidaridad, de vida y de amor, pero ello dentro del esfuerzo que nuestra transformación conlleva, porque en definitiva si cada uno no se transforma, no se convierte, el Reino de Dios no se establece, no se llevaría a cabo nunca, pues éste entraña ese renovarse cada uno en el día a día.
El Reino de Dios, abierto a todos, desde uno a otro punto cardinal, parece que contrasta con los grupúsculos que hoy parece que imperan en nuestra Iglesia, donde reina tal cantidad de Movimientos, Asociaciones, Congregaciones, Comunidades…….., cada uno en un intento de destacar, de sobresalir, de ser algo más que el otro, de llegar a, de tener más, de………, y puedo estar equivocado, todo menos comunión, todo menos Iglesia, aunque se diga, se pregone, pero siempre mirándonos el ombligo y no abrazando.
Muchos carismas, pero un solo Espíritu, una sola Fe y una Comunidad de creyentes que aspiran a tenderse la mano en su caminar, haciendo Iglesia, haciendo Pueblo de Dios que sigue hacia la casa del Padre cogido de la mano
Con el versículo 30 del Evangelio de hoy deberíamos rezar el Magnificat, del que, como decía un sacerdote en la homilía del día de la Asunción, nuestra Madre viene a definirnos a Dios desde la humildad de su pobre persona.
Recémoslo con esa confianza y con esa mirada de María en Dios.