DOM-26C

domingo, 22 de septiembre de 2013
29 SEPTIEMBRE 2013
DOM-26C


LUCAS 16, 19-31: Un pobre llamado Lázaro estaba echado en el portal

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 22 septiembre, 2013 08:52 dijo...

LÁZAROS Y EPULONES (Lc 16,19-21)
La parábola de Lázaro y el rico viene a completar la enseñanza de Jesús sobre la riqueza, iniciada el domingo pasado. Varias cosas aparecen en este relato y todas ellas dignas de reflexión. La primera es que estamos ante una denuncia de las diferencias entre los hombres. Lázaro simboliza al hombre justo que, a pesar de las dificultades y el sufrimiento de la vida, confía en Dios. Se le premia por su capacidad para afrontar la dificultad y soportar en silencio la insolidaridad de quienes le rodean. El rico representa al hombre que vive como si Dios no existiera: lo tiene todo ¿para qué necesita a Dios? Se le castiga, no por su riqueza, sino por su falta de amor, no por su dinero, sino por su egoísmo, no por disfrutar de sus bienes, sino por negárselos al pobre. Es la insensibilidad ante el sufrimiento ajeno lo que pierde al rico.

Otro elemento del relato –tal vez el más inquietante– es que, tarde o temprano, las cosas se ponen en su sitio y cada uno recoge lo que sembró. La parábola habla de dos abismos: el que se da en la vida y el que se abre tras la muerte. Entre ellos hay una gran diferencia, pues, uno es franqueable; el otro, no. Para salvar el primero hubiera bastado que el rico se asomara a la puerta, saliera de su ensimismamiento y mirara a su alrededor: Habría descubierto el sufrimiento de Lázaro –el pobre siempre tiene un nombre– para ponerle remedio, al menos, en parte, según sus posibilidades. Pero vivía tan satisfecho de su propia vida que no podía ni imaginar que existieran vidas en la miseria. Ésta es la ceguera que provoca la riqueza. Quien come todos los días no imagina que haya gente que no lo hace. Pero la hay. El segundo abismo es la eternización del primero y resulta infranqueable. Llega un momento en el que ya es demasiado tarde para arreglar las cosas.

El tercer elemento del relato se refiere a la escucha de la Palabra de Dios. Lo que le ocurre al rico podría haberse evitado si hubiera escuchado a los profetas. La riqueza lo ha hecho ciego ante las necesidades ajenas y sordo a las advertencias de Dios. Cuando uno vive cómodamente instalado en una vida de dicha y disfrute, lo que menos necesita son voces inquietantes, profetas aguafiestas empeñados en turbar su paz. Puede que algunos piensen como el rico: Dios debe ser más claro, enviar a alguien del otro mundo para abrirles los ojos. Dios es demasiado claro. Es el corazón humano el que prefiere la oscuridad. Quien no escucha la verdad, tampoco cree en los milagros.

Con esta parábola Jesús completa su mensaje sobre la riqueza. El domingo pasado advertía que es una amenaza para el corazón humano porque tiende a ocupar el lugar de Dios. Ahora advierte que también pueden ocupar el lugar de los otros. Sin Dios y sin los hombres ¿qué nos queda? Sólo la soledad. Ése es el infierno del egoísta, cuando descubre que, en su vida, no ha hecho otra cosa que encerrarse en una cárcel y tirar la llave.

Maite at: 23 septiembre, 2013 18:48 dijo...

El profeta Amós tiene palabras duras para quienes viven lujosamente y "no se duelen de los desastres de José", aquellos que no disponen de lo necesario para vivir.

El salmista alaba a un dios que hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos, que endereza a los que se doblan y sustenta al huérfano y a la viuda. Un dios que se vuelca con los más débiles y desfavorecidos, los más frágiles y vulnerables, y los cobija y protege.

Ambos, el profeta y el salmista, no solo ponen de relieve las preferencias de Dios por los más desvalidos y necesitados, sino también su repugnancia por quienes derrochan los bienes de todos y son indiferentes al sufrimiento y las necesidades de los demás.

La mayoría de nosotros, cristianos de a pie, no llevamos el tren de vida del rico que banqueteaba espléndidamente cada día, pero si nos paramos a mirar nuestro portal a lo mejor vemos algún pobre Lázaro que carece de lo que nosotros tenemos para vivir. Alguien que se saciaría con algo de lo que nos sobra: si no es dinero, que siempre se puede compartir hasta de lo poco, puede ser tiempo, capacidades, atención... Siempre tenemos algo que dar que puede ser importante para alguien más pobre tirado en nuestro portal.

La muerte, ciertamente, hace iguales a ricos y pobres, pero nosotros estamos llamados a hacer posible esa igualdad aquí y ahora, a proporcionar bienes y consuelo a quien carece de ellos, a compartir y hacernos solidarios. Por eso Pablo pide a Timoteo que practique la justicia, la religión, la fe, el amor, la prudencia y la delicadeza. Y al final de la carta insiste:

A los ricos de este mundo recomiéndales que no se envanezcan, que pongan su esperanza no en riquezas inciertas, sino en Dios, que nos permite disfrutar abundantemente de todo. Que sean ricos de buenas obras, generosos y solidarios. Así acumularán un buen capital para el futuro y alcanzarán la vida auténtica.

Es justo y necesario que Lázaro encuentre aquí y ahora, sin esperar que llegue la muerte, algo más que las sobras del rico. Nadie que sea amigo de Dios, que trate con Él a diario y escuche su voz en Moisés y los profetas y el resto de la Escritura, podrá desentenderse de Lázaro y dejarle a merced de los perros que se acercan a lamerle las llagas. Porque dejará de ser un mendigo desconocido echado en el portal para convertirse en un hermano, un amigo por el que dar la vida.

Juan Antonio at: 28 septiembre, 2013 10:10 dijo...


De nuevo la Palabra de Dios de esta semana nos trae el tema de la riqueza-pobreza y el Evangelio con una parábola llamada del rico Epulón y del pobre Lázaro. Rico Epulón, cuyo nombre no aparece en la parábola, y se denominará así por significado de la palabra epulón, “el que come y se regala mucho”.
Yo prefería llamarla la parábola de la escucha de la Palabra de Dios y mi pequeña reflexión la haré sobre esa escucha y su consecuencia.
Cuantas veces se repite en los Evangelios que “teniendo oídos no escuchan y teniendo ojos no ven” y es porque el Señor sabe mucho de nuestro comportamiento, de nuestras actitudes y así por ejemplo en el Evangelio de hoy sábado nos dice “poned en vuestros oídos estas palabras, el Hijo del Hombre…….”, tiene que llamar frecuentemente nuestra atención para que hagamos vida lo que nos dice, para que interioricemos sus enseñanzas, para que el amor que nos trasmite llegue a nuestro corazón.
La escucha de la Palabra, es más que cualquier hecho portentoso, como es en este caso la aparición de un muerto. La Palabra es la vida del creyente pues en ella está la vida de Dios que quiere que la hagamos nuestra.
Ahora bien para ello tenemos que tener quien nos dé esa Palabra, pues como dice S. Pablo “Todo el que invoque el nombre del Señor, se salvará,
Pero como invocarán al Señor, sin antes haber creído
Como creer sin antes haber escuchado
Como escucharán sin no hay quien le predique
Como saldrán a predicar si no han sido enviados (Romanos 10 ,13-15)
Por ello, tenemos que tener en cuenta cómo se da la Palabra de Dios, como se predica, como se suele decir, como se comunica, como se transmite esa vida, ese amor, ese deseo grande de Dios de que todos los hombres seamos hermanos, sin diferencia, sin exclusión, con dignidad, con dignidad de Hijos de Dios, pues esta dignidad se adquiere, entre otras cosas, compartiendo, cosa que no hizo el rico, pues en la parábola no se condena la riqueza, sino el no compartirla y no la compartió porque no escuchó la Palabra de Dios que tenía en la Ley y en los Profetas.

También en esta escucha, tenemos que partir de la actitud de los que escuchamos, pues no puede ser una escucha de obligación, como se dice o decía “tengo la obligación de ir a misa”, no, tengo la necesidad de participar en la Eucaristía, en la mesa del Señor y para ello nos preparamos con la escucha de su Palabra que nos llevará a nuestra conversión, haciendo que la Palabra de Dios se hunda en nuestro ser, en nuestro corazón, para que sea vida y demos vida a todos y así como nos dice S. Pablo,”” practique la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza”” y así extendamos el Reino de Dios con otras conversiones, con otras entregas a Dios, ello mediante el ejemplo de la Palabra hecha vida en mí y en todos, si no seré metal que suena, platillos estridentes pero nada más.
Demos gracias y alabemos a Dios por ese regalo inmenso de su Palabra.
“Alaba, alma mía, al Señor