DOM-34C

domingo, 17 de noviembre de 2013
24 NOVIEMBRE 2013
DOM-34C
JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

LUCAS 23,35-43: Jesús, acuérdate de mÍ cuando llegues a tu Reino

4 comentarios:

Paco Echevarría at: 17 noviembre, 2013 12:07 dijo...

LA UTOPÍA DEL REINO (Lc 23,35-43)

La predicación de Jesús se reducía a una sola cosa: “El reino de Dios está cerca”. No se refería, evidentemente, a que Dios iba a instaurar una teocracia sobre la tierra –“Mi reino no es de este mundo” dice en otro momento–, sino al cumplimiento de su voluntad, que no es otra que el bien del ser humano, su mejor creación, su obra más perfecta. Y habla así porque, en su tiempo –y en el nuestro– las cosas no eran de esa manera. La vida social estaba organizada de manera que entre los humanos no existía la armonía que el Creador había previsto: mal uso del poder por parte de las autoridades que, en vez de ocuparse de la defensa de los débiles, servían a sus intereses personales o de grupo; profundas diferencias sociales debido a que, mientras unos nadaban en la abundancia, otros se ahogaban en la miseria; marginación social y religiosa de quienes eran considerados indignos; desprecio del pobre o del enfermo como un ser olvidado de Dios; etc.

Él propone un modo de vivir alternativo en el que los que manden se dediquen al pueblo; en el que los fuertes empleen su fuerza en servir a los débiles; en el que nadie carezca de lo necesario porque los que poseen bienes no se dejan atrapar el corazón por ellos, sino que prefieren compartir; en el que nadie se sienta extraño porque todos tienen conciencia de que son hermanos, hijos del mismo Padre... Un mundo así es –a su juicio– un mundo feliz. Y no duda en decirlo abiertamente: “Dichosos los pobres de espíritu, dichosos los pacíficos, los misericordiosos...”.

Las bienaventuranzas constituyen el programa de vida de los ciudadanos de ese reino. La primera de ellas señala la actitud básica: la del pobre de espíritu, que no es sino aquel que sólo tiene un absoluto: Dios. Todo lo que el mundo busca y adora –riqueza, poder, fama, éxito...– no tiene para él ningún valor. Sólo es importante el amor, la verdad y la paz.

Evidentemente estamos ante la utopía. Nunca han sido así las cosas y dos mil años parecen un tiempo razonable para comprobar la eficacia y el realismo de su doctrina. Pero no se olvide que la utopía no es un imposible, sino un ideal –aún lejano– hacia el que se camina. Necesitamos la utopía para no ahogarnos en la desesperación. Esa es la fuerza de las palabras que el crucificado dirige a quien –crucificado con é– le suplica que no lo olvide: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Quien lucha por el ideal de un mundo más fraterno, más justo y más feliz puede ciertamente decir: “Estoy a las puertas del paraíso”. Porque cada esfuerzo que hace por el Reino es un paso hacia la utopía.

Tal vez sea éste el principal reto que se nos plantea a los creyentes en Jesucristo en los –todavía– umbrales del tercer milenio: creer en la utopía, construirla convencidos de que es posible, caminar hacia ella. En definitiva: darle una oportunidad real al Evangelio.

Maite at: 18 noviembre, 2013 21:56 dijo...

En el día de la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo la liturgia le contempla clavado en la cruz. Ahí está nuestro rey con los atributos de su realeza: corona de espinas, burlas y muecas, desprecio, y otros dos condenados junto a Él.

Poco le conocen quienes le gritan que se salve a sí mismo demostrando que es el Mesías. No saben que toda su vida ha sido una existencia por y para los demás, que enseñaba a sus seguidores que el primero entre ellos era el servidor de todos, y en la Última Cena con sus discípulos ocupó el lugar de un esclavo lavando a todos los pies. Han olvidado que se jugó la vida, su fama y reputación comiendo con pecadores públicos, curando enfermos marginados por la Ley, enfrentándose a las autoridades en más de una y dos ocasiones. No saben que alguien así no busca salvarse a sí mismo ni necesita demostrar quién es.

Ellos ignoran que sus heridas curan, su sangre redime y su muerte da vida. Ven lo que tienen delante, un cuerpo ensangrentado colgando de la cruz, y saben que la Escritura maldice al que pende de un madero. Pero no ven lo esencial, eso que es invisible a los ojos, lo que solo puede iluminar y mostrar la fe.

No saben que su Reino no se parece en nada a los nuestros. No es de poder y dominio, sino de amor, justicia y verdad, de gracia y de paz. No saben que empieza siendo algo muy pequeño y sin importancia, que en él todos son hijos e hijas de Dios y hermanos entre sí que se lavan los pies unos a otros. Solo entienden a un rey que se baja de la cruz y despliega el poder de su ejército para vengarse de sus enemigos; pero ése no es nuestro rey.

Nuestro rey es fiel hasta la muerte, y muerte de cruz, a su proyecto del Reino de Dios, a la voluntad del Padre, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Y arrostra las consecuencias de pasar haciendo el bien, liberando a todos los oprimidos por el diablo, el pecado, la Ley.

Los dos malhechores crucificados con Él ven al mismo condenado entre ellos, roto y despreciado. Y nunca sabremos por qué uno repite los insultos de las autoridades, el pueblo y los soldados allí presentes mientras el otro, que le increpa por ello, reconoce recibir el pago a lo que ha hecho y llama a Jesús por su nombre y habla de su reino.

Está a punto de morir y no tiene nada que perder, ¿o sí? No le hemos visto protagonizar ninguna de las páginas de los evangelios, ni figura entre los seguidores o amigos de Jesús, pero algo sabía de Él: que no había faltado en nada. Y contempla ahora a Jesús, clavado en la cruz como él, padeciendo los mismos tormentos que él, a su lado. Y sabe, mirándole, que un reino le espera, que la vida de Jesús no acabará en la cruz, y se dirige a Él: acuérdate de mí.

Una vez preguntaron a una hermana de mi comunidad qué palabras de Jesús le gustaría escuchar en su lecho de muerte, y ella, mujer inteligente y práctica, escogió las que el Señor dirige al que llamamos el buen ladrón: te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso.

El buen ladrón no ganó el cielo con su vida, ¡cómo sería para acabar como acabó! pero sí con la fe, la esperanza y el amor de los últimos latidos de su corazón.

Juan Antonio at: 21 noviembre, 2013 10:48 dijo...

Este Domingo, celebramos la fiesta que en que te honramos como CRISTO REY DEL UNIVERSO
No dudo que hoy, como ayer, aun se habla del poder de la Iglesia, de que la Iglesia está perdiendo poder, de que la Iglesia tiene poca o nula influencia, de que……, en definitiva, quizás, esté siendo más Iglesia que nunca y que aún debe perder más de esas cosas que le sobran como el poder, la influencia, la injerencia en todo como tal institución, porque una cosa es la Iglesia y otra sus miembros, y con todas esas pérdidas ganar lo que debe ser, simplemente Iglesia, sacramento de Dios en la tierra, encuentro de Dios con el hombre pues, creo, que eso es el sacramento.
Hablando de Iglesia templo, algunos dicen que los templos se cierran porque roban y no sé si lo he dicho en otra ocasión, si roban es porque lo necesitan o porque lo robado sobra en los templos, pero hay una cosa cierta, nuestras iglesias se abren menos que las ventanillas de las administraciones y pasadas las celebraciones eucarísticas, portazo.
Perdón por el desvío.
Cristo viene hoy como Rey y como Rey lo tenemos que ver y tener, de nuestro corazón, de nuestro entendimiento, de nuestra voluntad, en una palabra, de nuestra persona, pues como Él decía el Reino de Dios no vendrán con solemnidades, ni estará aquí o allí, el Reino de Dios está dentro de vosotros.
Esta es la fiesta que tenemos que celebrar, que Cristo es el centro de nuestra vida, , de lo que hacemos, de lo que buscamos, de… nuestras relaciones, de nuestro trabajo, de nuestra familia, en el templo y sobre todo fuera del templo, en nosotros, que somos templos vivos de Dios y todo ello nos llevará a vivir como Él, a pensar como Él, a actuar como Él y a hacer realidad el único mandamiento, el del amor y que nos explicó de mil manera a lo largo de su corta vida apostólica, con programas como las bienaventuranzas, donde encontraremos la felicidad en la medida que las vivamos como Él las vivió, con el pobre, el desvalido, el despreciado, en las situaciones injustas….. y en el ejercicio de las llamadas, en mis tiempos virtudes cardinales, (S. Mateo 25) “ven vendido de mi padre porque, tuve hambre, sed, desnudez, enfermedad, cárcel……¿Y cuándo? Cuando lo hicimos con los pequeños……
Esta es la fiesta que debemos de celebrar, vivir el Reinado de Dios haciéndonos prójimo de las personas cercanas y llevándoles la felicidad, la solidaridad en el compartir, la misericordia, la paz, la saciedad en sus derechos, mirarlos rectamente…,estando con el hombre, en las alegrías y sobre todo en las penas.
Y así sentiremos la alegría que canta el salmista ¡Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor!

Juan Antonio at: 21 noviembre, 2013 11:05 dijo...
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