2º DOM-NAVIDAD-A

domingo, 29 de diciembre de 2013
5 ENERO 2013
2º DOMINGO DE NAVIDAD

JUAN 1, 1-18: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros

2 comentarios:

Paco Echevarría at: 29 diciembre, 2013 08:40 dijo...

EL OLVIDO DE DIOS (Jn 1,1-18)

Como una pausa entre la Navidad y la Epifanía, este domingo nos sumerge en la contemplación del misterio de la Palabra hecha carne. El prólogo de Juan sirve de guía. Según el evangelista, la Palabra –que es la vida y la luz– viene al mundo como un don, como una bendición, y los hombres responden a ella, unos con la aceptación, otros con el rechazo. Los primeros llegan a ser hijos de Dios. Los segundos permanecen en la oscuridad.

Al mirar a nuestro mundo y contemplar el olvido de Dios y hasta su rechazo por parte de algunos, es inevitable preguntarse qué le ocurre al hombre de nuestro tiempo para que prefiera ponerse de espaldas a la luz; qué encuentra en el olvido de Dios más ventajoso para sí que la fe en un Dios que es amor, vida y luz. Se suele responder a esto –creo que con demasiada ligereza– que el hombre es pecador, que es materialista, que se ha dejado seducir por los filósofos ateos... Pero la pregunta sigue sin responder. Porque no hablamos de un dios terrible o caprichoso, injusto, amenazante y celoso de la felicidad humana como lo entendían las mitologías más antiguas. Hablamos de un Dios amigo de la vida, creador, padre, salvador, puro amor.

Tal vez la parábola del hijo pródigo sea la respuesta más cercana a la realidad. El joven vive feliz en la casa paterna, pero se cansa de ser hijo y, seducido por un espejismo de libertad, piensa que es hora de vivir a su aire. Al final de su aventura comprende que no es ni más libre ni más feliz. Posiblemente sea ese el trasfondo del olvido de Dios en nuestra sociedad y en nuestro mundo. Seducidos por nuestra capacidad –hemos llegado a las estrellas y estamos llegando a las fuentes de la vida–, pensamos que Dios es un supuesto innecesario. Lo que es cierto como opción metodológica en el campo de las ciencias –no podemos, por ejemplo, explicar el rayo como una manifestación de la ira divina–, es un terrible error como postura existencial porque deja sin contenido el sentido de la vida. Si vivir es una pausa entre la nada y la nada ¿para qué vivir? Si ello es así, hay que dar la razón al Enuma Elis –la cosmogonía babilónica– cuando afirma que el ser humano fue creado por los dioses para ser desdichado.

Cuando el no creyente dice: “¡Dios: no te necesito!”, Dios responde: “Tampoco yo a ti, pero te amo”. Volver el corazón a Dios viene a ser lo mismo que ponerse de cara al amor. Todavía en el alba del tercer milenio, necesitamos repensar la postura ante Dios. La aventura del alejamiento –que para muchos no ha terminado– no ha conducido a un mundo más feliz y humano, sino al contrario. Necesitamos a Dios, aunque él no nos necesite a nosotros. El fenómeno de la increencia nos ha hecho revisar muchas cosas a los creyentes. Ahora les toca a los no creyentes revisar sus planteamientos y superar sus propios dogmatismos. Unos y otros necesitamos comprender que la verdadera sabiduría es la que brota de la duda y que las certezas son más semilla de fanatismo de que verdad. Es cierto que, si Dios no existe, la fe de la creyentes no lo va a hacer existir. Pero también es cierto lo contrario: si existe, negar su existencia no lo va a hacer desaparecer. Por eso, a los seres humanos, sólo nos queda la búsqueda y el esfuerzo por alcanzar algo de la Verdad. Posiblemente un día comprendamos que estamos más cerca de lo que creemos: los no creyentes nos pueden ayudar a precisar lo que afirmamos; los creyentes, por nuestra parte, podemos ayudar a los no creyentes a precisar lo que niegan.

Maite at: 02 enero, 2014 21:01 dijo...

El comienzo bellísimo del evangelio de Juan despliega ante nuestros ojos asombrados el misterio inefable de la Palabra de Dios, creadora, llena de vida y de luz, que se pone a nuestro alcance, se hace carne, uno de nosotros y acampa a nuestra vera. Y nos desvela también la existencia de la tiniebla y otro misterio: el de la libertad que puede elegir entre ella y la luz. Juan nos coloca frente a la tragedia que supone el rechazo de la Palabra, la luz verdadera que alumbra a todo hombre, que viene a su casa y no es recibida por los suyos.

Tenemos capacidad de Dios, de vida, de luz, que se nos da y se nos ofrece, pero podemos también rechazar, no acoger ni recibir. No se trata de ganar ni alcanzar, de merecer... solo recibir lo que se nos da, aceptar. Y el que lo hace es hijo de Dios, nacido de Él con un nacimiento que trasciende al de la carne, la sangre y el amor humano.

En el principio de su evangelio Juan recuerda al Bautista, enviado por Dios, llamado a ser testigo de la luz, que se negaba a ser confundido con ella y la señalaba con fidelidad.

Juan nos dice que Jesús nos ha traído la gracia y la verdad; que ya pasó el tiempo de la Ley. Que el Hijo único de Dios nos da a conocer al Padre que muestra en Él su rostro.

Estos días todo el cielo se encierra en un niño nacido en un pesebre. Toda la vida, la luz y la gracia de Dios, para que todos podamos acercarnos y todos nos sintamos invitados a esta tienda plantada entre nosotros, como uno más entre los pobres. Para recibir el don de Dios y ser hijos.