DOM-30-A

sábado, 18 de octubre de 2014
26 OCTUBRE 2014
DOMINGO 30-A

Mt 22,34-40. Amarás al Señor tu Dios y al prójimo como a ti mismo.

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 18 octubre, 2014 21:37 dijo...

DIOS Y EL PRÓJIMO

Los preceptos a que estaba sujeto el creyente judío en tiempos de Jesús eran muy numerosos -según la tradición sinagogal eran 613 mandamientos positivos, 365 prohibiciones y 248 prescripciones-. No sorprende, por ello, que algunos se preguntasen si era posible reducirlos todos a unos cuantos preceptos fundamentales y establecer una jerarquía de importancia entre los mismos. Frente a éstos estaba el grupo de quienes defendían que todos los preceptos tenían la misma importancia -“Que el mandamiento leve te sea tan querido como el mandamiento grave” decía un comentario al Deuteronomio.

La respuesta de Jesús no contiene nada nuevo, pues ambos preceptos estaban ya recogidos en el Antiguo Testamento. Lo sorprendente es la unión de los dos. A Jesús le preguntan por el primero y más importante y él responde con el primero y el segundo y, además, añade que ambos son semejantes. De esta manera viene a decir que sólo se puede amar a Dios amando al prójimo y sólo se puede amar al prójimo con el amor de Dios. Son dos amores que siempre han de ir unidos o, de lo contrario, quedan adulterados.

Es así como Jesús establece el fundamento de la ética cristiana: la vida religiosa, centrada en el amor a Dios, y la vida social, centrada en el amor al prójimo, constituyen un único fundamento y vienen a ser como las dos caras de una moneda: si falta una -cualquiera de ellas- es falsa. Los rabinos conocían estos preceptos, pero no los relacionaban. Incluso hacían inútil el precepto de amor al prójimo porque no consideraban prójimo a todo ser humano: el pagano, el pecador, el publicano... no era prójimo ni había obligación de amarlo como a uno mismo. En el pensamiento de Jesús el amor es uno solo y ha de ser total: ha de movilizar a toda la persona. Como el sol cuando sale -que ilumina por igual a todos los seres-, así ha de ser el hombre y la mujer que aman.

Pero no es esto lo habitual entre nosotros, sino que, al contrario, a veces tenemos la sensación de que una sombra de egoísmo y desamor estuviera apoderándose de muchos corazones: padres que denuncian a sus hijos por malos tratos, niños que crecen sin amor, ancianos abandonados por su familia; mujeres maltratadas, violencia en las calles... Es como si el ser humano estuviera perdiendo su esencia más profunda, su valor más noble y auténtico. Tal vez esto no sea más que el triste resultado de las doctrinas que décadas atrás algunos predicaron sin medir sus consecuencias. Y es que la negación Dios a la larga conduce a la negación del hombre como la negación del padre lleva tarde o temprano a la negación de los hermanos. Primero talamos los bosques y luego nos quejamos del desierto. Es de sabios rectificar. Pero está por ver que el hombre de hoy, que se siente orgulloso de ser científico y de conocer los secretos del universo, sea además un hombre sabio, conocedor de los secretos de su propio corazón.

Maite at: 21 octubre, 2014 20:31 dijo...

Teilhard de Chardin, jesuita francés, en una de sus bellísimas oraciones escribe estas palabras:

Te amo, Jesús,
por la multitud que se refugia en Ti,
y a la que se oye bullir, orar, llorar
junto con todos los demás seres,
cuando uno se aprieta contra Ti.

Expresa así las palabras del Señor en el evangelio de este domingo: el amor a Dios y al prójimo son inseparables, y no se dan el uno sin el otro.

Por encima de cualquier norma, precepto, mandato o ley, de costumbres o tradiciones, por peso que tengan, está el amor a Dios. Pero solo es auténtico, real, si de él nace, como fruto y consecuencia, el amor al prójimo. Si no es así, se queda en un sentimiento de autocomplacencia religiosa que no hace sino alimentar el ego sin límites. El amor a los demás es signo y señal del que tenemos a Dios.

Amar a Dios conlleva un trato asiduo y personal con quien nos ama. Y el amor y el trato nos igualan con la persona amada. Nuestros gustos, sentimientos y manera de ver las cosas, nuestras opciones de vida, acaban identificadas con las suyas. Es la obra del amor. Por eso, en la intimidad del trato con Jesús, al apretarnos contra su pecho, nuestro corazón aprende que el suyo late al compás de todos los demás corazones que ahí bullen, oran y lloran. Aprendemos a amar, a padecer con todos y cada uno de aquellos que valen toda la sangre de Cristo. Aprendemos que todos ellos son hermanos, amigos, hijos del mismo Padre. Al mirar a Jesús los vemos a todos, y en los demás encontramos el rostro de Jesús, más o menos hermoso, más o menos desfigurado en ocasiones, pero su rostro.

Nadie que ame a Dios y encuentre en Él, como el salmista, su fortaleza y su roca, su alcázar y libertador, su refugio y escudo, puede oprimir o vejar al huérfano o al forastero, ni ser un usurero con los desfavorecidos, ni abusar o aprovecharse de los demás. Porque su llanto, sus carencias, que llegan al corazón de Dios, anidan también en los corazones de quienes se aprietan contra su pecho.

Juan Antonio at: 26 octubre, 2014 17:18 dijo...

Hoy la Palabra de Dios nos trae el resumen de la antigua Ley, plenamente vigente en la nueva, aunque en esta tuvo un nuevo pronunciamiento.
Los judíos siguen poniendo trabas a Jesús, preguntas capciosas, con la sola intención de que el descuido le lleve a descubrir, como la semana pasada, que la buena noticia del reino de Dios es pura farsa.
Y ante el mandamiento más grande, Jesús responde con las escrituras, no son siquiera palabras suyas, son palabras del Padre revelada hacía muchos siglos.
La respuesta es el amor, ese es el mandamiento más grande, el amor a Dios porque tiene que ser en nuestra vida lo primero y único que la conforme, amor que tiene que derramarse en los hermanos y en los hermanos más débiles como nos dice la primera lectura donde se nos da las actitudes de amor con el necesitado, el pobre, el forastero, el....... que es tu, nuestro hermano.
Ese amor que no debe ser un cuento glamuroso ni formalista, ni de galería, que nos haga decir Señor, Señor, como nos dirá Jesús, sino un amor sentido, vivido con el hermano de tal modo que ya no amaremos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, pues puede que ni siquiera nos queramos nosotros mismos, sino que será como Él nos amó, con entrega, con acercamiento, acompañamiento, con acciones de misericordia curándoles, si no en el cuerpo, si en el alma, si tenemos la palabra acertada, el acercamiento al que nadie mira porque va de desarrapado por la vida y necesitado de inclusión en nuestra sociedad, en definitiva dignificando a todos.
El amor, la voluntad de Dios, el que nos hagamos prójimo, el que sepamos curar, heridas, el que..................., cada uno veremos la forma de hacer ese amor visible a todos y que sea anuncio de la Palabra de Dios que hemos meditado y orado.
María, Madre de todos los hombres, ayúdanos a decir AMEN