5º DOM-CUARESMA

domingo, 6 de marzo de 2016
13 MARZO 2016
5º CUARESMA-C
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4 comentarios:

Paco Echevarría at: 06 marzo, 2016 20:47 dijo...

LA CEGUERA DEL JUSTO (Jn 8,1-11)

El adulterio era castigado por la ley israelita con la pena de muerte, pero las autoridades romanas habían retirado al Sanedrín el derecho a ejecutar a nadie. La pregunta que le hacen a Jesús es capciosa: si aprueba la ejecución, desautoriza la ley romana; si la rechaza, se opone a la ley judía. Los escribas y fariseos están haciendo del asunto un problema legal y quieren que Jesús se defina con los que defendían la aceptación de la legislación romana en contra de los intereses judíos o con los nacionalistas que rechazaban todo sometimiento a Roma.

Jesús tiene otro punto de vista: para él no está en juego la ley, sino la vida de una mujer. Su respuesta va en esa línea y viene a decir: "Si se trata de un problema legal ¿qué más da la legislación judía o la legislación romana? Una cosa sí es importante: que apliquen la ley hombres justos. Si de justicia se trata, seamos justos con todas las consecuencias". El resultado ya lo conocemos. Todos sintieron vergüenza de lo que estaban dispuestos a hacer.

Al final sólo quedan frente a frente la pecadora y Jesús, el pecado y el perdón. El único justo tampoco juzga ni condena. Frente al pecado de los hombres sólo caben dos posturas: la compasión o el castigo. El hombre verdaderamente justo conoce la debilidad del corazón humano y por eso es compasivo; el falso justo está cegado por su soberbia y por eso se erige en juez de los demás. El fariseo está internamente ciego y por eso no ve su culpa; sólo tiene los ojos abiertos para ver la culpa de los demás.

Como en la parábola del hijo pródigo, se enfrentan dos mentalidades o formas de entender la vida religiosa: una tiene como eje la misericordia que se manifiesta en el perdón del pecador; otra hace de la justicia la clave y sólo entiende de premio o castigo. Jesús opta por lo primero; sus enemigos, por lo segundo. En el corazón de cada uno, en la Iglesia y en la misma sociedad, hay muchas heridas abiertas. Si hacemos de todo un problema de justicia, nos metemos en un callejón sin salida porque es imposible ser rectamente justo. La aplicación de la justicia -debido a la limitación humana- se convierte en punto de partida de nuevas injusticias.

Si queremos hacer un mundo nuevo, hay que proclamar un año jubilar: un año en el que la justicia ceda el sitio a la misericordia, al perdón y a la reconciliación. El año dos mil fue una buena oportunidad para que los hombres empezáramos el milenio bajo el signo de la paz, no la que procede de la justicia -porque es tarde para ello-, sino la que brota del perdón. Ciertamente, no resulta fácil en el mundo porque hay demasiados resentimientos, enfrentamientos y odios, pero, al menos, debería ir sonando esta canción. Clasificar -los míos y los otros, derechas e izquierdas, orientales y occidentales, etc- conduce, tarde o temprano a la exclusión y, finalmente, al enfrentamiento. ¿Tan difícil es ser uno mismo sin necesitar, para ello, acabar con el que es diferente? ¿Tan difícil es vivir sin mordernos unos a otros?

Francisco Echevarría

Manuel Martín de Vargas at: 06 marzo, 2016 20:49 dijo...

JUZGAR

DOMINGO 5º CUARESMA-C

Cuando nos encontramos alguna vez con una persona inflexible, partidaria de la mano dura o reclamando castigos divinos, no da miedo. Y es que el evangelio me dice que no podemos ser así.

Nuestra vida está cargada de caídas y errores. Y el Señor, muchas veces, con su perdón nos ha devuelto la paz. Su perdón nos dice que muchas veces nosotros mismos nos hemos castigado con nuestros propios caprichos.

Ante el pecado de esta mujer tenemos la misma sensación de los viejos que no se atrevieron a lanzarle la piedra: "pusiste nuestros secretos a la luz de tu mirada" (Salmo 90,8). Y hemos confesado, también en secreto, la suplica de perdón y hemos encontrado la Palabra: "Tampoco te condeno. Vete en paz".

Tanta misericordia recibida no puede volverse tacaña con el hermano. Aquel a quien podríamos juzgar es una persona a la que Jesús espera pacientemente para otorgarle el perdón. No se puede acusar a los que nos hacen daño mientras Jesús se dirige a ellos ofreciéndoles el perdón desde la cruz.

Juzgar nos vuelve ciegos, hace sentirnos "impecables".

Juzgar para un cristiano implica el que se considere al otro que esta separado de Jesús por su pecado y al juzgarle así somos nosotros los que realmente nos separamos de Jesús. El nos dice: "No juzguéis y no seréis juzgados".


Manolo Martín de Vargas

Maite at: 08 marzo, 2016 20:57 dijo...

La misericordia y la compasión interpretan la ley, y cuando no es así se cometen, en su nombre, muchas injusticias. Pero solemos llamar justicia a la condena y debilidad a la misericordia. ¿Por qué somos tan duros cuando queremos ser justos? Se nos enseña que ante la ley todos somos iguales, pero no es así. Cada persona que se encuentra ante ella es única e irrepetible, con sus condicionamientos y circunstancias.

Jesús ve una mujer donde los letrados y fariseos ven una adúltera. La llevan a Jesús movidos, aparentemente, por el celo por la ley, pero el evangelista apunta que lo hacen para poder comprometerlo y acusarlo. Jesús no la condena. Entonces, ¿en qué nos basamos para presentar a Dios como juez que lo hace cuando Jesús dice: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más?

Jesús invita a la mujer sorprendida en adulterio, como Isaías al pueblo desterrado, a no pensar en el pasado, sino a experimentar algo nuevo que ya está brotando por dentro. A beber del agua que mana en el desierto para apagar la sed. A gustar, con el salmista, la alegría porque el Señor ha estado grande con nosotros, porque cambia nuestra suerte. Y después de ir llorando llevando la semilla podemos volver cantando con los brazos llenos de gavillas.

Estamos llamados, adúlteros tantas veces en nuestros corazones, a estimar todo como pérdida con tal de ganar a Cristo, y a lanzarnos hacia adelante olvidando lo que queda atrás.

Pero tenemos que desterrar la condena de nuestras vidas, el juicio inmisericorde de los demás. Jesús ve nuestro corazón y sabe que ninguno podemos arrojar la primera piedra a un hermano pecador. Nuestra conciencia también nos acusa a nosotros. Solo él es juez. Y perdona.

juan antonio at: 09 marzo, 2016 21:08 dijo...

Estamos al final del proceso cuaresmal, hemos tenido el encuentro con Jesús, la escucha de su Palabra, la paciencia de una Cuaresma más en espera de nuestro cambio, hemos entrado en nosotros y hemos vuelto al Padre Bueno y esta semana se nos da el perdón, “anda y en adelante no peques más”.

El proceso nos lleva al misterio pascual, la pasión, muerte y resurrección de Cristo y por ella a nuestra resurrección, con nuestra pasión y muerte, pues como decía S. Pablo, si vivimos, vivimos con Cristo y si morimos, morimos con Cristo, y el mismo Evangelio, “podéis beber el cáliz que he de beber….,”

Hoy la Palabra empieza abriéndonos caminos nuevos, lo viejo dejémoslo, corramos con Pablo a la meta última que es conocer Cristo, cada día en nuestra humilde oración y con Él dejemos las condenas, los rencores, los legalismo y acojamos a todos con la misericordia que Cristo nos enseña en el pasaje evangélico de esta semana, ¿Dónde están tus acusadores, ninguno te han condenado? Pues tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no peques más.

Siempre me he preguntado, como se hace en el contexto de la hoja, donde estaba el varón, pues si era soltero, codició la mujer de su prójimo y si casado, cometió el mismo adulterio, pero siempre condenamos a la mujer y hemos tardos siglos y siglos para declarar un día internacional de la mujer y si se ha declarado tal día, es que aún estamos a años luz de que la tratemos con la dignidad debida.

Jesús puso una condición a los acusadores para dilapidar a la adultera, estar libre de pecado y en esto fueron sinceros, al menos manifestaron una cosa buena, pues como todos eran pecadores, se marcharon y dejaron solos a la mujer y Jesús, escondieron sus vergüenzas con la huida y no recibieron la gracia de Dios, cosa que hemos hecho más de una vez, al menos el que esto suscribe. La huida de Dios, el alejamiento a que nos lleva el pecado, debe conducirnos, si algún recuerdo nos queda del Padre Bueno, como al hijo menor de la semana pasada, a entrar en nosotros mismos y volver a la casa del Padre.

Por todo ello, gritemos con el salmista, el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres, alegres por su acogida, alegres por su perdón, alegres porque siempre nos da la oportunidad de seguir esos caminos nuevos que nos abre en el desierto de nuestras vidas, gracias y mil veces gracias.

María, Madre de la Misericordia, ayúdanos a pedir perdón y dar perdón. AMEN