DOM-20C

lunes, 8 de agosto de 2016
14 AGOSTO 2016

DOM-20C

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 08 agosto, 2016 00:37 dijo...

EL NÚMERO DE EL NÚMERO DE LOS SALVADOS
(Lc 13,22-30)
En tiempos de Jesús, el número de los que iban a salvarse era un motivo de preocupación. Sobre este tema había dos posturas extremas. La doctrina oficial contenida en la Misnah decía que todo Israel tendría parte en el mundo futuro. Sólo estarían excluidos ciertos pecadores en materias especialmente graves. Los heterodoxos, por el contrario, creían que el mundo futuro iba a traer consolación para unos pocos y tormento para muchos. Detrás de la primera postura está la idea de la elección: para salvarse – venían a decir– sólo es necesario pertenecer al pueblo de Dios; detrás de la segunda, está la idea de la responsabilidad moral del hombre. El problema es que ambas conducen a la pasividad: si todos se salvan ¿para qué preocuparse? Si se salvan sólo unos pocos ¿para qué esforzarse?

Cuando plantean a Jesús el tema, él elude la respuesta y se limita a decir que no es el número lo que importa, sino el entrar en el Reino. Saber el número de salvados no resuelve nada. Lo que verdaderamente importa es saber la manera de conseguirlo. Y sólo hay una forma: con el esfuerzo. La metáfora de la puerta estrecha es una forma gráfica de decir que no hay que posponer la decisión de convertirse. Si se deja para el último momento puede ocurrir como en las aglomeraciones de última hora: que sólo entran unos cuantos.

La verdad es que resulta chocante hablar de esfuerzo y de puertas estrechas en una cultura como la nuestra donde la técnica todo lo hace fácil y donde la comodidad y el bienestar son valores predominantes. Pero así son las cosas. El reino de Dios es un regalo del cielo frente al cual el hombre ha de asumir su propia responsabilidad. Las palabras de Jesús vienen a decir que no es suficiente con estar bautizado y llevar una vida religiosa fiel. Cuando se cierra la puerta del banquete sólo participan los que se han esforzado por estar dentro. De nada sirve haber escuchado la palabra. Sólo el que la hace suya y vive de acuerdo con ella logra pertenecer al grupo de los comensales.

La sorpresa llega al final cuando se descubre que entran primero los que no tenían entrada, mientras que los que estaban tan frescos con su entrada en el bolsillo son los últimos en acomodarse. Ni que decir tiene que Jesús está hablando de los judíos y de los paganos. Pero sus palabras son perfectamente aplicables a nuestro tiempo. Son un aviso para, fiándose de su suerte, olvidan la exigencia y el compromiso. El evangelio propone un difícil equilibrio entre el don y el mérito: la salvación es un regalo –Dios prepara el banquete– que el hombre ha de aceptar acomodando su vida a sus exigencias y valores –hay que entrar con el vestido de fiesta–. Cuando se pierde este equilibrio se caen en posturas extremas que o anulan el don o anulan la libertad.

Maite at: 09 agosto, 2016 18:26 dijo...

Siempre me interpela profundamente contemplar a Jesús que desea, con pasión, ver el mundo ardiendo con el fuego que viene a traer, el fuego de la misericordia y la verdad, de la justicia y la fraternidad, de la compasión y la libertad; el fuego del Espíritu que quema las cenizas de un mundo viejo y caduco y trae el Reino de Dios.

Tomar partido por este Reino o dejarse quemar por este fuego supone afrontar consecuencias, como enfrentarse a los más allegados y más queridos que no comparten nuestras opciones. ¿Quién entiende al que elige un camino de cruz, de entrega de la propia vida, de seguimiento de Jesús con todas sus consecuencias? ¿Como se explica que el fuego que arde en el corazón lleva al rechazo de un consumismo brutal que seduce y conforma todo un estilo de vida, una cultura? ¿O la opción por los pobres y marginados, o la administración austera y responsable de los bienes?

El profeta Jeremías pertenece al grupo de los que sintieron el fuego de Dios en sus entrañas y fueron consecuentes con su Palabra en sus palabras y acciones. Bien podía hacer suya la oración del salmista que, en medio de la prueba, espera el auxilio y la liberación de Dios.

Pablo recuerda a los cristianos que el camino del discípulo es como correr en la carrera que toca, con los ojos fijos en Jesús, que soportó la cruz. Hay que estar dispuestos a renunciar al gozo inmediato, superficial y sin futuro, a todo lo que estorba y el pecado que ata, sin perder el ánimo ni abandonar la carrera.

Para eso hace falta un corazón abrasado con el mismo deseo que Jesús de prender fuego en el mundo, un mundo enfermo de egoísmo y apatía, de indiferencia ante el dolor de los otros, que se destruye alejado de Dios.

Estos días cientos de deportistas de élite compiten en Río, cientos de hombres y mujeres de todos los países que durante años se someten a un entrenamiento extraordinario, renunciando a tantas cosas legítimas por alcanzar el podio y el oro, la plata o el bronce, la gloria. Nosotros todavía no hemos llegado a la sangre en nuestra pelea contra el pecado.

juan antonio at: 09 agosto, 2016 19:17 dijo...


En esta semana las lecturas nos trae a la consideración, la condición natural del profeta, la muerte, porque fueron valientes en anunciar la Palabra de Dios, en denunciar las injusticias, cosa que le pasó Jeremías y por ello fue arrojado al aljibe fangoso y por eso Jesús murió en la Cruz.
Estas lecturas nos vienen a llamar la atención de que debemos despertar de nuestro cristianismo rancio, nuestro cristianismo comodón, nuestro cristianismo sin vida, sin meta alguna que alcanzar, es como decía Pedro hace unos días en el monte de la Transfiguración “qué bien se está aquí”, como si dijéramos, ya lo tenemos todo hecho.
Hay que salir a romper las cadenas de los que están esclavizado por el pecado, sí, por el pecado y parece que nos da un poco de “repelus” decir pecado, porque toda esa lasitud de nuestra vida es un pecado de omisión, de no hacer nada, es verdad, no matamos a nadie, pero tampoco salvamos a nadie y como nos dice la Carta a los Hebreos “todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra lucha contra el pecado”.
Y hoy Jesús nos viene a traer fuego, división, porque el estilo de vida del Reino implica compromiso, implica mojarse en esta sociedad descreída y laicista y proponer ese estilo de vida que el Ángel le dijo a los Apóstoles que estaban encarcelado, cuando los liberó “Id al templo y explicad este estilo de vida” (Hc 5,20), pero sin miedo, sin tapujo, sin blandenguería, porque Jesús lo predicó así toda su vida por palestina y fuera de ella y lo que duele, nos trae rechazo, división.
Reflexionemos sobre lo que nos separa de Jesús y de su Palabra, lo que hace que no vivamos en sintonia con el anuncio del Reino, no nos quejemos del rechazo porque antes rechazaron al Maestro y los discípulos no somos más que Él, luchemos hasta “llegar a la sangre”, en nuestro ambiente, en nuestro entorno, con el ejemplo, con la palabra oportuna, con el Evangelio en nuestra vida, difícil, sí, pero con Él todo es posible.
Recemos con el salmo de esta semana, reflexionemos con su texto ¿esperaba yo con ansía al Señor?
No se recoge en el texto litúrgico, pero el versículo 5 nos dice “Feliz el hombre que pone en Dios su confianza” ¡Alegrémonos que nos sobran motivos para ello, solo tiene que tener “fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe”
María, Madre de Dios y Madre de todos los hombres, ayúdanos a decir AMEN