DOM-26C

domingo, 18 de septiembre de 2016
25 SEPTIEMBRE 2016

DOM-26C

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 18 septiembre, 2016 19:23 dijo...

LÁZAROS Y EPULONES (Lc 16,19-21)
La parábola de Lázaro y el rico viene a completar la enseñanza de Jesús sobre la riqueza, iniciada el domingo pasado. Varias cosas aparecen en este relato y todas ellas dignas de reflexión. La primera es que estamos ante una denuncia de las diferencias entre los hombres. Lázaro simboliza al hombre justo que, a pesar de las dificultades y el sufrimiento de la vida, confía en Dios. Se le premia por su capacidad para afrontar la dificultad y soportar en silencio la insolidaridad de quienes le rodean. El rico representa al hombre que vive como si Dios no existiera: lo tiene todo ¿para qué necesita a Dios? Se le castiga, no por su riqueza, sino por su falta de amor, no por su dinero, sino por su egoísmo, no por disfrutar de sus bienes, sino por negárselos al pobre. Es la insensibilidad ante el sufrimiento ajeno lo que pierde al rico.

Otro elemento del relato –tal vez el más inquietante– es que, tarde o temprano, las cosas se ponen en su sitio y cada uno recoge lo que sembró. La parábola habla de dos abismos: el que se da en la vida y el que se abre tras la muerte. Entre ellos hay una gran diferencia, pues, uno es franqueable; el otro, no. Para salvar el primero hubiera bastado que el rico se asomara a la puerta, saliera de su ensimismamiento y mirara a su alrededor: Habría descubierto el sufrimiento de Lázaro –el pobre siempre tiene un nombre– para ponerle remedio, al menos, en parte, según sus posibilidades. Pero vivía tan satisfecho de su propia vida que no podía ni imaginar que existieran vidas en la miseria. Ésta es la ceguera que provoca la riqueza. Quien come todos los días no imagina que haya gente que no lo hace. Pero la hay. El segundo abismo es la eternización del primero y resulta infranqueable. Llega un momento en el que ya es demasiado tarde para arreglar las cosas.

El tercer elemento del relato se refiere a la escucha de la Palabra de Dios. Lo que le ocurre al rico podría haberse evitado si hubiera escuchado a los profetas. La riqueza lo ha hecho ciego ante las necesidades ajenas y sordo a las advertencias de Dios. Cuando uno vive cómodamente instalado en una vida de dicha y disfrute, lo que menos necesita son voces inquietantes, profetas aguafiestas empeñados en turbar su paz. Puede que algunos piensen como el rico: Dios debe ser más claro, enviar a alguien del otro mundo para abrirles los ojos. Dios es demasiado claro. Es el corazón humano el que prefiere la oscuridad. Quien no escucha la verdad, tampoco cree en los milagros.

Con esta parábola Jesús completa su mensaje sobre la riqueza. El domingo pasado advertía que es una amenaza para el corazón humano porque tiende a ocupar el lugar de Dios. Ahora advierte que también pueden ocupar el lugar de los otros. Sin Dios y sin los hombres ¿qué nos queda? Sólo la soledad. Ése es el infierno del egoísta, cuando descubre que, en su vida, no ha hecho otra cosa que encerrarse en una cárcel y tirar la llave.

juan antonio at: 20 septiembre, 2016 17:56 dijo...

Sobre el relato evangélico de esta semana, vulgarmente conocido como la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro, quisiera hacer dos reflexiones:
Una primera, es que Lucas no da el nombre del rico, como nos dice Juan en la hoja, y el tiempo ha cogido su modo de vivir como nombre, Epulón y con ello quizás nos esté diciendo que todos somos Epulón cuando olvidamos que todos somos hijo de un mismo Padre y olvidamos la dignidad de los demás cuando las necesidades o las debilidades nos acucian en la vida y vemos prostrados a nuestros hermanos en las más completa indigencia sin mover un dedo para ello, pensando siempre que es cuestión de otros, sea el Gobierno o la propia Iglesia que para eso es rica y cada semana y aún los primeros domingos seguimos en el olvido cuando nuestra calderilla suela en los cestillos con destino a Caritas.
La otra reflexión es sobre la respuesta que hace Abrahán al rico, cuando le manifiesta que ya tienen a Moisés y los Profetas y no porque vaya un muerto sus hermanos cambiarán de vida: es decir no hacemos nuestra la Palabra de Dios, no vivimos conforme a la Palabra de Dios, tenemos (y me repito) poco de Evangelio en nuestra vida, nos hemos dejado empapar poco por la Palabra de Dios (Isaías 55,10) y así nuestro fruto es raquítico, escaso, nulo y nuestra vida de cristiano un mero remedo, pues de lo contrario el amor inundaría nuestras comunidades y como ocurría en la primitiva Iglesia, todo lo ponían en común ¡qué lejos estamos de una vida cristiana en plenitud!
Sigamos los consejos de Pablo a Timoteo, ““Hombre de Dios, práctica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza””, es decir, ser un hombre de Dios, como los anawin, pobre y en las manos de Dios.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra ayúdanos a decir AMEN

Maite at: 20 septiembre, 2016 21:12 dijo...

Siempre me llama mucho la atención el final de la parábola de este domingo, cuando el rico se dirige a Abrahán e intercede por sus cinco hermanos, para que evite "que vengan también ellos a este lugar de tormento". Y Abrahán le responde que "ya tienen a Moisés y los profetas, que los escuchen". El rico insiste. Se ve que conoce bien a sus hermanos y cree que necesitan algo fuerte, impactante sobremanera, como la visita de un muerto, para reaccionar y cambiar de vida. Creo que la nueva respuesta de Abrahán interpela con fuerza: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto".

Las palabras más duras del profeta Amós se dirigen a quienes haciendo ostentación de todo tipo de lujo no se duelen de "los desastres de José", como el rico de la parábola ni siquiera reparan en él. Y eso es lo que Dios no tolera.

El salmista sabe bien que los oprimidos, los hambrientos, los cautivos, los ciegos, los que se doblan, los huérfanos y las viudas, tienen en Dios su valedor, su protector. Él los mira y vela por ellos.

San Pablo exhorta a los cristianos a practicar la justicia, la religión, la fe, el amor, la delicadeza, todo lo que supone el amparo del otro.

No, la verdad es que no necesitamos que venga un muerto que nos llame a la conversión, que nos exhorte a la compasión con los que tienen menos que nosotros, que nos saque de la comodidad, la rutina de no querer complicarnos la vida por los demás.

Tenemos mucho más que a Moisés y los profetas. Tenemos los evangelios, a Jesús, la Eucaristía. Tenemos al Espíritu, que nos va transformando en otros Cristos y pone en nosotros los sentimientos del Maestro. Tenemos el camino, la verdad, la vida.

Nosotros no necesitamos que venga un muerto, ¿o sí?