DOM-32 C

domingo, 30 de octubre de 2016
6 NOVIEMBRE 2016

DOM-32C

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 30 octubre, 2016 16:17 dijo...

EL DIOS DE LA VIDA (Lc 20,27-38)

Siempre ha inquietado al hombre su destino después de la muerte. Hoy, como en tiempos de Jesús, las posturas son muy diferentes: para unos la muerte es el final de todo y es vana la esperanza de sobrevivir a este mundo; para otros la vida sólo es el anticipo de una vida plena y definitiva; y luego están aquellos que piensan que el destino final del ser humano es perderse en la infinitud de Dios, después de haberse purificado de todo el mal que encierra en su corazón. Creen estos últimos que la vida humana es tan corta y el mal tan grande que son necesarias varias vida para lograrlo. Por eso –afirman– la vida es siempre reencarnación hasta alcanzar la iluminación completa.

El cristianismo no cree en reencarnaciones –pues predica que la muerte de Cristo ha purificado al hombre de todos sus pecados–, sino en una plena más allá del tiempo y del mundo. Esta forma de entender las cosas ha sido –es– considerada por muchos como fe desprovista de lógica y razón y, por ello, doctrina sin fundamento. Yo me pregunto por qué: ¿por qué razón es más racional, lógico y admisible creer en la nada que creer en una vida eterna? Hemos asistido a lo largo del siglo que termina a una especie de apropiación del pensamiento racional por parte de algunos increyentes con el consiguiente menosprecio de la fe como algo obsoleto, sin fundamento y propio de mentes débiles. Argumentan que no hay pruebas de que las cosas sean así y silencian que tampoco las hay de que no sean de esta manera. Y es que estamos ante un asunto en el que entra en juego la libertad de cada uno en virtud de la cual opta por lo uno o por lo otro. La fe y la increencia son opciones personales basadas en algunas razones y en no pocas vivencias y ambas implican un riesgo: el de equivocarse. Entendidas así las cosas, hay que saber asumir la propia postura con serenidad y respeto hacia la opción contraria y tratar de sobrevivir con el peso de las dudas y los interrogantes, conscientes de que el hombre no es sabio por sus certezas, sino por sus búsquedas.

El cristiano oye de Jesús palabras de esperanza. Cree en él y le cree a él cuando dice “Yo soy la resurrección y la vida”. Su Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. Es esto lo que le sostiene en la lucha por mejorar el mundo. Tampoco ve la vida como azar, sino como un designio de amor. Por eso, al contrario de lo que algunos creen, la fe no le aleja del compromiso y del esfuerzo por lograr un mundo más justo y más humano, sino todo lo contrario. No es la fe un analgésico para soportar estoicamente sufrimientos, adversidades e injusticias, sino un acicate, un estímulo para perseverar a pesar de la adversidad, el fracaso e incluso la muerte.

Y, para terminar, hay una pregunta que muchos prefieren no plantearse: ¿es posible vivir plenamente la vida y ser feliz cuando sólo se espera la nada? Cada uno ha de buscar la respuesta en el santuario de su conciencia.

Maite at: 01 noviembre, 2016 21:22 dijo...

Durante unos años me encargué de animar un grupo de oración al que asistían varias señoras. Una vez expresaron su inquietud acerca de la donación de órganos; pensaban que era incompatible con la resurrección de la carne que confesamos en el Credo. ¿Cómo iba a resucitar una sin un pulmón o un riñón?

Sabemos muy poco sobre la vida eterna pero Jesús, en el Evangelio, nos dice cosas, como que la otra vida no es una réplica de ésta. Los muertos resucitan porque Dios no es Dios de muertos sino de vivos. Y los que resucitan son como ángeles, son hijos de Dios.

Por eso no tiene sentido el relato fantástico de los saduceos que pretende que las leyes de la tierra tengan vigencia en el cielo, como si la vida allí fuera una mera prolongación de la de aquí.

Porque esperaban la resurrección pudieron morir como lo hicieron los siete hermanos del libro de los Macabeos, torturados en presencia de su madre, creyendo y dando testimonio de que "vale la pena morir cuando se espera que Dios mismo nos resucitará."

Para el salmista la resurrección es un despertar del sueño que nos permitirá, por fin, contemplar al Señor cara a cara, hasta saciar nuestra hambre y sed de contemplarlo.

En este contexto las palabras de Pablo acerca del Padre, que nos ha amado tanto, y el Hijo, que es fiel y nos dará fuerza y nos librará del malo, animan y alientan nuestra esperanza de cara a la vida eterna que nos aguarda después de esta.

{ Marcos } at: 03 noviembre, 2016 08:16 dijo...

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