3º ADV-A

domingo, 4 de diciembre de 2016
11 DICIEMBRE 2016

3º DOM-ADVIENTO-A

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 04 diciembre, 2016 17:43 dijo...

EL QUE HA DE VENIR (Mt 11,2-11)

Tras hablar –los domingos anteriores– de la necesidad de vigilar para descubrir la importancia del momento que vivimos y la urgencia de volver el corazón a Dios, la liturgia nos recuerda la necesidad de ofrecer signos que acompañan a la conversión y, por ello, a la salvación. Éstos son siempre signos de liberación. Jesús –en la respuesta que da a Juan– hace referencia a diversos textos de Isaías de contenido similar a la profecía que se aplicó a sí mismo en Nazaret: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y se anuncia la Buena Noticia a los pobres.

Decía Martín Buber –creo que en los 70– que vivimos un eclipse cultural de Dios –no un ocaso–, un oscurecimiento de la luz del cielo porque impide que llegue a nosotros. Es como si el mundo quisiera vivir ajeno a lo divino, de espaldas a la transcendencia, en una especie de alejamiento de lo sagrado. Lo cual no es precisamente una suerte, porque cuando no se cree en Dios, se cree en cualquier cosa. La razón es que la existencia no es soportable sin el espíritu, sin conectar con la fuente de la vida. La proliferación de sectas y grupos religiosos o pseudo-religiosos, en pleno eclipse de lo divino, no es sino una manera de llenar el vacío creado. El reto que la vida plantea hoy a los creyentes es mostrar al mundo la salvación, algo que sólo es posible con los signos que la acompañan. Ésa es la única manera de que el ser humano entienda la grandeza de lo que se le ofrece. Sólo así será posible que el alba del milenio sea también el alba de la apertura de espíritu a lo divino. El mundo de hoy reclama a los discípulos de Jesús de Nazaret que muestren los signos que acompañaron el primer anuncio.

Juan Bautista preguntó: ¿Eres tú el que ha de venir? Nosotros oímos en nuestro tiempo una pregunta similar: ¿Dónde está el que ha venido? ¿Quién ha recogido su herencia? ¿Quién continúa su tarea? Hay un profeta –sin nombre ni rostro– que nos hace cada día esas preguntas a los creyentes. La respuesta que hemos de dar no son palabras, sino gestos; no es doctrina, sino compromiso; no es teología, sino vida.

Vivimos en el tiempo de los milagros, no porque estos existan, sino porque se han hecho necesarios. Me refiero a los milagros del amor auténtico: que vean la luz los ciegos, que puedan caminar los cojos, que los leprosos queden limpios, que los niños puedan nacer, que los ancianos puedan morir rodeados de ternura, que se dé trabajo a los parados, que se pueda pasear sin terror, que no sea necesario buscar comida en los contenedores de basura ni dormir debajo de cartones, que la mujer no sea maltratada, que el inmigrante sea acogido... Vivimos el tiempo de los signos -el tiempo de los milagros- porque sobran las palabras ¡y las promesas! Con el eclipse de Dios cae la noche sobre la tierra y el ser humano deambula perdido en la oscuridad. Sólo amanecerá, si despunta de nuevo en el horizonte el amor.

Pero no creamos que la situación actual es un reto sólo para la Iglesia. Quienes han recibido del pueblo el poder para remediar sus males –los del pueblo, no los suyos propios o los de su partido– tienen ante sí un dilema de conciencia: o se convierten en matronas de un mundo nuevo y mejor o en saturnos celosos de ese poder que no dudan en devorar a sus hijos. ¡Dejaros ya de tonterías y de pelearos entre vosotros y emplead vuestro tiempo, energía y sabiduría en luchar juntos contra los problemas hasta hallar una solución! Para eso os ha elegido el pueblo y para eso os paga vuestros sueldos.

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Maite at: 05 diciembre, 2016 21:13 dijo...

Al Bautista, el más grande de los nacidos de mujer, el profeta y precursor de Jesús, también le acosan las dudas, la oscuridad. Y se decide por la vía rápida: preguntar.

La respuesta del Señor es el mejor examen para los que nos llamamos cristianos. ¿Se reconoce a Jesús en nosotros por nuestras obras? ¿Son de misericordia: dar luz al que no ve, ayudar a caminar al que no puede, curar y aliviar a los enfermos, dar vida y evangelizar a los pobres? ¿Somos una brisa de aire fresco y una corriente que derriba? ¿Somos amigos y compañeros, consuelo y apoyo, o aplastamos y pisamos allá por donde pasamos para que no crezca ni la hierba?

A lo mejor nos quejamos unos de otros, como apunta el apóstol Santiago, o nos ponemos más tropiezos en el camino que otra cosa. Tal vez nos va arrogarnos el papel de profetas de calamidades que buscan con ahínco poner el dedo en la llaga del otro, arrancar de raíz toda mota en el ojo ajeno, denunciar sin piedad las faltas y defectos de los demás y buscar el castigo adecuado a cada desmán cometido ante nuestros ojos inquisidores.

Si queremos ser más grandes que el Bautista no tenemos que distinguirnos por nuestra predicación, sino por nuestras obras, que han de ser las de Cristo, las de los pequeños del Reino de los cielos que hacen suyos los sentimientos del Maestro. Y no saben de juicios y condenas sino de sembrar vida y esperanza, alegría y salud.

A lo mejor si actuamos así, sembraremos la duda en algunos que no querrán reconocer en nosotros a la Iglesia de Jesús, pero el Espíritu del Señor nos dará fuerza y luz para perseverar en el empeño de anunciar la Buena Noticia del amor de Dios de la mejor manera posible: con nuestra vida.

juan antonio at: 08 diciembre, 2016 18:37 dijo...

En el primer Domingo de Adviento reflexionábamos sobre la vigilancia, sobre estar alerta por la venida del Señor.
En el segundo Domingo, nuestra reflexión era sobre la conversión de la que nos habla S. Juan Bautista.
Hoy tercera semana del Adviento podíamos decir que nuestra reflexión será sobre qué nos pide el Señor.
Juan envía a sus discípulos a preguntar al Señor si era él el que había de venir o tenían que esperar a otro.
Jesús, les contesta con lo que dice y hace, no le dice abiertamente que es el Mesías, pero sí que en Él se están cumpliendo las profecías de Isaías: “los ciegos ven y los inválidos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia”.
Viene a decirnos cuales son las actitudes que hemos de imitar de Él, cuales son las acciones y palabras, su forma de estar y de ser, que tienen que ser modelos para nosotros, porque hoy como entonces hay muchos sordos, ciegos, inválidos, leprosos, excluidos de nuestros ambientes a los que no se les habla de la Buena Noticia.
Tenemos que llevar en Evangelio, con nuestra palabra y nuestra vida, a toso los que se encuentran alejados, a los excluidos, a los que quizás no quieran nada con la Iglesia porque nuestro ejemplo ha sido reprobable, tenemos que remediar la sordera, la ceguera y la invalidez de los que sufren en su carne y en su alma el dolor y el sufrimiento de nuestra condición humana, sin una palabra de alivio ni nuestro acompañamiento.
Tenemos que dejar el lujo y cuanto de superfluo tenemos en nuestras vidas y comunidades, y ¡hay tanto en nuestra Iglesia! que es un escándalo para muchos de buena voluntad que buscan y se escandalizan, porque todo esto empezó con muy poca cosa, “ no llevéis nada para el camino ni túnica, ni sandalias, ni dinero, ni…..” y nosotros por el camino hemos cogido tantas cosas que no dicen nada ni construyen el Reino de Dios.
Que nuestra vida se llene de Evangelio, que seamos dichosos porque no nos escandalizamos del Señor ni nos escandalizamos de los que nos piden que seamos como el Señor, DÁNDONOS, no dando.
Como nos dice el Apóstol Santiago, tengamos paciencia porque la venida del Señor está cerca.
María, Madre Purísima y de Esperanza, ayúdanos a estar alerta, a convertirnos y seguir los pasos de tu Hijo en nuestras vidas, AMEN