2º CUARESMA-C

sábado, 9 de marzo de 2019

17 MARZO 2019
2ºDOM-CUARESMA

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 09 marzo, 2019 19:29 dijo...

TRANSFIGURADO (Lc 9,28b-36)

Terminada la etapa de Galilea, Jesús emprende el viaje a Jerusalén para completar allí su obra. Lo acontecido sobre el monte -que luego la tradición identificará con el Tabor- señala el paso de una a otra etapa. El relato está lleno de sugerencias y apunta hacia los acontecimientos que tendrán lugar en la ciudad santa. El monte evoca otros montes importantes de la antigüedad como el Moria -donde Dios se revela a Abrahán- o el Sinaí -donde se reveló a Moisés-, pero con una diferencia cargada de significado: aquí es Jesús quien se revela, no quien recibe la revelación. Los testigos representan los tres tipos de comunidades existentes en la Iglesia primitiva: las de Palestina -Santiago-, las de la diáspora -Pedro- y las joánicas. La transfiguración del rostro y las vestiduras recuerda la transfiguración de Moisés tras contemplar a Dios. Moisés y Elías representan el Antiguo Testamento. La voz es la misma que se oyó en el bautismo, sólo que ahora añade: ¡Escuchadle!

Todos estos elementos configuran un relato cuyo significado es evidente: cuando va a iniciar el camino hacia Jerusalén, donde tendrá lugar su muerte y resurrección, Jesús muestra su identidad oculta. El que había sido presentado en el bautismo como Mesías -Hijo de Dios, poderoso-, ahora es presentado como Maestro, como aquel a quien hay que escuchar y seguir en el camino hacia la cruz y hacia la vida. Él es la revelación plena y definitiva de Dios. Las Escrituras, la Iglesia y el Padre lo atestiguan. La transfiguración marca el comienzo del período del discipulado. El evangelio de Lucas, a partir de este momento está dedicado a mostrar a los seguidores de Jesús cómo se es discípulo.

En este largo proceso, Pedro representa la tentación. Primero propone instalarse en la situación y olvidar Jerusalén, más tarde invitará al Maestro a no entrar en la ciudad y, en el último momento, pondrá sobre la mesa las espadas. Son las tres tentaciones que asaltan al discípulo de Jesús a la hora del seguimiento: ignorar la dimensión sufriente de la vida valorando sólo lo grato de la religión; huir de la dificultad y el compromiso; y recurrir a métodos no evangélicos en la defensa de la fe. Cuando el sentimiento religioso aflora como respuesta a la contemplación de lo maravilloso, el corazón se llena de entusiasmo y aparece la euforia del neófito que suele conducir al fanatismo. Es la ceguera producida por un exceso de luz. En ese caso, es necesario cerrar los ojos y abrir los oídos a la voz susurrante que invita a seguir al Maestro con la cruz cada día. La verdadera transfiguración es la que muestra a Dios con rostro humano. La tentación es disimular lo humano con trazos de divinidad. A los apóstoles se les muestra quién es realmente Jesús para que no sean remisos a la hora de seguirle hasta la cruz.

Pero hay otro aspecto en el asunto que no se debe olvidar y es que la transfiguración sólo es la inversión de la encarnación. No se puede contemplar la grandeza de la divinidad en el Tabor si, primero, no se ha contemplado la pequeñez de la humanidad en Belén. Quien no reconoce a Dios en lo pequeño, tampoco lo encontrará en lo grande.

Francisco Echevarría

juan antonio at: 11 marzo, 2019 12:22 dijo...

En este Domingo, la liturgia nos propone el pasaje evangélico de la trasfiguración, según Lucas.
Este pasaje evangélico nos trae a nuestra meditación la soledad, la oración, la aceptación de nuestras cruces y el rostro transfigurado de Cristo, reflejo del rostro del Padre que nos trajo con su Palabra, así como la postura de aquellos apóstoles que querían permanecer en la seguridad del bienestar.
En estos días tenemos que buscarnos nuestro monte o nuestro desierto, en definitiva la soledad para la oración, que es para lo que se retiró Jesús con los tres escogidos y como nos decía Benedicto XVI en las palabras antes del Angelus del 4.3.07 “” la oración no es algo accesorio u opcional (para el crisitano), sino una cuestión de vida o muerte. Sólo quien reza, es decir, quien se encomienda a Dios con amor filial, puede entrar en la vida eterna, que es Dios mismo.””
Jesús había anunciado ya por primera vez (de las tres que narra Lucas) como había de morir y padecer y aún así ni entendieron ni entienden, los apóstoles, lo que Moisés y Elías les hablaban a Jesús de su muerte en Jerusalén, pues ellos estaban muy cómodos, tanto como para permanecer allí siempre, cuando la nube los envuelve y la voz les da la identidad de Jesús como Hijo del Padre y les encomienda que lo escuchen.
Pasado este episodio, queda Jesús solo y los llama
Aquí viene nuestro compromiso como seguidor de Jesús, escucharlo, y solamente se escucha si hacemos vida los Evangelios, si llegamos a conocer a Dios por los dichos y gestos del Hijo que nos trajo el rostro y el amor del Padre, que no pasemos por encima las lecturas y meditación de la Palabra de Dios y como consecuencia de todo ello, salir de la pasividad y ser apóstoles activos en nuestro entorno haciendo lo que de palabra tenemos que decir.
En el verano, el seis de Agosto, la liturgia nos traerá esta festividad y a la luz de la Palabra, reflexionaremos sobre lo que nos propusimos en este domingo, pues, es evidente, que toda reflexión, meditación, nos tiene que llevar a un compromiso, y para ello el Evangelio de hoy nos trae donde podemos hacer realidad nuestro trabajo por el Reino y que hoy podemos actualizar en las nuevas vicisitudes que la sociedad nos plantea.
Recemos con el salmista El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
¡No tengamos miedo! O si no, ¿Cual es nuestra confianza en el Señor?
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a escuchar a tu Hijo como tú lo hacías en aquella soledad de Nazaret, antes de irse por los caminos a predicar el Amor de Dios, AMEN

Maite at: 12 marzo, 2019 18:07 dijo...

Me ha gustado, e interpelado, mucho esto que dice Paco en su comentario sin desperdicio, como siempre: La verdadera transfiguración es la que muestra a Dios con rostro humano.

Supongo que es relativamente fácil alabar, adorar y rezar a un dios alejado en el espacio y en el tiempo, darle culto y ofrecerle sacrificios que no comprometen ni exigen gran cosa de nosotros. En cambio seguir a un dios encarnado que asume la tentación y el fracaso, la pobreza y la traición, la condena y la muerte ignominiosa; que experimenta el cansancio y el dolor, la compasión y la misericordia, que ama hasta dar la vida en la cruz, es más difícil.

Asumir un camino como el suyo sin gloria, riqueza ni comodidad, seguirle o imitarle cuando ofrece el Reino a los pobres, los mansos, los que trabajan por la paz, los que lloran; cuando come con pecadores y publicanos, sana leprosos o cura ciegos, es mucho más difícil.

Y vivir un mandamiento como el suyo de amarnos unos a otros como él lo ha hecho, perdonando, acogiendo, sirviendo a los demás… Sí, creo que la verdadera transfiguración es la que muestra a un dios con rostro humano que es uno de nosotros, y que hay más amor aquí que en ninguna otra manifestación gloriosa.

Ahora toca elegir: o quedarse en el Tabor, envueltos en una nube con el recuerdo de un resplandor, o seguir a Jesús solo, camino de la cruz dejando la vida a jirones por el camino.

Yo me quedo con el rostro humano de Dios.