DOM 29-C

sábado, 12 de octubre de 2019

20 OCTUBRE 2019

DOM 29-C

4 comentarios:

Paco Echevarría at: 12 octubre, 2019 15:59 dijo...

LA PLEGARIA (Lc 18,1-8)

Hay males que tienen su origen en la condición humana y, si bien son fuente de dolor, sufrimiento o incomodidad, su aceptación es signo de humildad y realismo. Ante estos males, la oración de un creyente ha de ser pedir ser liberados de ellos o, al menos, recibir la fuerza necesaria para soportarlos sin desesperación. Ésta es la plegaria, por ejemplo, del enfermo o el desafortunado. Pero hay males que tienen su origen en un corazón perverso e injusto. También estos son causa de grandes sufrimientos para los débiles. De esos habla la parábola de Jesús con la que explica la necesidad de insistir en la plegaria.

Ante situaciones de injusticia, el recurso es exigir que los magistrados obren según su deber, pero ¿qué pasa cuando éstos no lo hacen y el injustamente tratado no puede reclamar su derecho porque está en situación de debilidad? En estos casos el humilde mira al cielo y clama:“¿Hasta cuándo, Señor?”. En esos momentos, la plegaria brota de la conciencia de que sólo el cielo puede poner remedio a nuestros males. Pero el tiempo del hombre es tan corto que resulta difícil esperar a que Dios intervenga. Y surge la pregunta: “Si puede hacerlo ¿por qué no lo hace ya? ¿a qué espera?”. Y, tras ella, viene la impaciencia. Y tras la impaciencia el abandono de la plegaria y la desesperación.

A los oyentes de Lucas –hombres poco expertos en eso de la oración– Jesús les advierte que es necesario perseverar. Y no porque Dios se haga rogar y guste de la insistencia de los hombres para conceder sus dones, sino porque es necesario medir el tiempo con el reloj de Dios. La insistencia en la plegaria es una forma de adecuar el pensamiento y el ánimo al ritmo de Dios. Si los hombres ceden ante la insistencia aunque sólo sea para que les dejen tranquilos, ¿cuánto más Dios oirá la llamada de sus elegidos? Es la confianza lo que sostiene la plegaria.

El final recoge una pregunta inquietante: “Cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?”. Corren vientos de increencia y muchos se dejan arrastrar por ellos. El mundo de hoy es tan autosuficiente que ha dejado de mirar a lo alto porque piensa que sobre el cielo no hay nada: “Todo depende de nosotros. Sólo depende de nosotros. Esperar un poder sobrenatural que nos salve es una espera inútil”. Así opinan hoy muchos que se consideran pensadores. El problema es que su respuesta no responde a las grandes preguntas. Si fuera del círculo no hay nada ¿qué valor tiene lo que está dentro de él? Cuando el Hijo del hombre venga a la tierra tal vez no encuentre fe sobre ella. Pero lo más trágico es que tampoco encontrará esperanza. Sólo hombres de corazón vacío y mirada perdida.

La falta de fe es una de las consecuencias del pragmatismo. Pero no nos engañemos. No ha caído la fe porque ésta no cuente. Ha caído la fe porque se están derrumbando los valores que dan sentido a la vida arrasados por el pragmatismo reinante. M. Buber habla del eclipse de Dios –no de ocaso o muerte– y, ya se sabe, cuando hay eclipse no se apaga el sol, simplemente la tierra queda sumida en la oscuridad.

juan antonio at: 14 octubre, 2019 21:03 dijo...

La semana pasada unos leprosos piden a Jesús, “ten compasión de nosotros” y quedaron curados y al que dio las gracias le hizo ver la fe que tenía.
Esta semana enseña con una parábola a sus discípulos como hay que orar siempre, sin desanimarse.
Y tendríamos que empezar por saber qué es la oración, qué entendemos por oración y recuerdo cuando era niño que el catecismo que teníamos, el Ripalda?, creo que nos decía que oración era elevar el corazón a Dios y pedirle mercedes y para mí se hacía la cuestión más difícil, pues mi madre se llamaba Mercedes (q.e.d.) y como se insistía en pedir mercedes, pues hasta que no supe qué era eso de mercedes no supe que rezar era pedir cosas.
Y sí, está la oración de petición, nos lo dice el propio Jesús, “pedir y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá”, pero también alabó a María a sus pies que escuchaba su palabra, también alabó, en casa de Simón, a la pecadora que sin hablar demostraba su amor por Jesús y su agradecimiento y así muchas formas de rezar, como la acción de gracias de Jesús al Padre por esconder estas cosas, el reino, a los sabios y entendidos….., las largas noches de oración en solitario con el Padre, la enseñanza del Padre Nuestro, como oración comunitaria, la del Huerto de los Olivos, de lamento al Padre para que le librara, pero por encima de todo, su Voluntad
¿Qué es orar? ¿Qué es hacer oración? Y oración, en mi pobre entender, no es más que la comunicación que de palabra o sin ella tengamos con Dios, “porque sin mí no podéis hacer nada” (J.15,5): aquí está todo, si somos sarmiento fructífero, lleno de sabía que es esa fe en Jesús, si de verdad vivimos nuestro encuentro con Él, tenemos que tener esa comunión con el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo, que nos pone en comunión con la creación como don y con los demás, como hermanos: la oración es la vida humana, plenamente realizada.
El que se dice cristiano, seguidor de Jesús, tiene que rezar de cualquier forma, pero rezar, como contestó el campesino al santo cura de Ars, cuando éste le dijo que como llenaba su oración: “Él me mira, yo lo miro”, ni el mayor teólogo hubiera definido mejor la oración de contemplación.
Santa Teresa de Calcuta, decía que el fruto del silencio, es la oración, el fruto de la oración la fe; el fruto de la fe, el amor; el fruto del amor, el servicio y el fruto del servicio, la paz, por lo que en este mundo loco de ruidos hasta en la sopa, tenemos que hacer hueco al silencio y si este silencio es ante el Sagrario, pues estamos como en Betania, sin olvidar nuestro servicio.
En la oración, pensar está bien, hablar también, pero amar es lo mejor.
El Evangelio termina con una moraleja, digo yo, y con una pregunta desconcertante.
Moraleja, Si el juez injusto obra así, Dios nos dará su Espíritu Santo si oramos sin desanimarnos (Lc.11,13), razón para no desfallecer en nuestra constante comunicación con nuestro Padre
La pregunta sobre la fe, hay que verla desde los comportamientos de la sociedad en que vivimos y de los valores que conculcamos en nuestras actuaciones, en nuestro día a día que en humilde discernimiento debemos de ir limpiando de nuestra vida de cristiano.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a orar, como Tú hiciste con los apóstoles, AMEN

Vicente at: 16 octubre, 2019 12:20 dijo...




Somos tan tontos y tan egoístas que Cristo tiene que invocar, precisamente, a nuestro egoísmo para sacar algo de nosotros: “Amarás al prójimo como a ti mismo” Esta afirmación es inteligentemente capciosa porque ya presupone que tú te quieres mucho.

En el evangelio de este domingo, Jesús recurre a una parábola semejante. Sabe que el juez trabajará para que le dejen en paz.

Pero Dios no es así. Nuestro Padre nos escucha a la primera y, la mayor parte de las veces, antes de que le pidamos nada.

Es importantísima la oración: ¡¡¡ nos permite nada menos que hablar directamente con Dios !!!

El Apocalipsis dice que a un ser humano se le puede torturar, arrancarle los miembros, hacerle cosas inimaginables para provocarle dolor; pero lo único que un torturador no consigue jamás es que su víctima, si quiere, pueda rezar. No hay manera de cortar ese hilo directo con Dios salvo volviéndonos locos o matándonos: pero eso no vale porque en el último suspiro de lucidez podemos invocar su Bendita, inmediata e infalible escucha.

… y es mucho lo que tenemos que rezar: por nuestro prójimo, por la Iglesia, por los consagrados … por nosotros mismos.

… y somos tan tontos y tan egoístas, que siendo para nuestro bien, Jesús nos lo tiene que explicar con la parábola de un vago egoísta:

¿Seré yo?

Rezo por vosotros y os pido la caridad de que no dejéis de rezar por mí.

Maite at: 16 octubre, 2019 14:28 dijo...

Hermosas palabras las que se refieren a la oración en la hojilla. Ese trato de amistad, que decía Santa Teresa, que se tiene a solas con quien sabemos nos ama.

Del pueblo de Jesús se dice que sabía orar. Y muchas veces me pregunto si se podría decir lo mismo de nosotros, los cristianos. Es verdad que en nuestras parroquias hay grupos de oración muy bien animados y acompañados. Pero sería triste que la oración, en la vida de un cristiano, se redujera a esos momentos semanales o mensuales de grupo, y no alimentaran la oración personal a solas.

La experiencia de Moisés que narra la primera lectura de este domingo nos recuerda que la oración, como camino de crecimiento y maduración de una relación, puede requerir esfuerzo, ayuda incluso, además de constancia y perseverancia.

El salmista, maestro indiscutible de oración, pone en juego toda su fe y confianza para acoger, en los momentos difíciles, al padre amoroso que cuida de él con ternura, que vela sin desfallecer y no le abandona en ninguna situación de su vida.

Y Pablo, en su exhortación a Timoteo, nos recuerda el tesoro que encuentra el orante en la Escritura para poner palabras a su encuentro con el Amigo, el Padre, el Amor; o susurro a la escucha o algo inefable que contemplar.

De Moisés dice la Escritura que tenía el rostro radiante después de hablar con Dios, y Jesús oraba de tal forma que sus discípulos le pidieron que les enseñara. Ojalá cada uno de nosotros seamos testimonio vivo a nuestro alrededor de lo hermoso que es orar, y de cómo la oración transforma una vida.