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sábado, 20 de febrero de 2021
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3 comentarios:

Paco Echevarría at: 20 febrero, 2021 22:21 dijo...

LOS TRANFIGURADOS (Mc 9,1-9)

Al comienzo del viaje a Jerusalén que le condujo a la muerte, Jesús preguntó a sus discípulos qué pensaban de él. Pedro, en nombre de todos, respondió que lo consideraban el mesías. Acto seguido, Jesús, sin negarlo, anunció el destino que le esperaba en Jerusalén. Es como si les estuviera diciendo: “Efectivamente: soy el mesías, pero no el tipo de mesías que a vosotros os interesa”. Inmediatamente después, el evangelista san Marcos relata la transfiguración, en la que Pedro, Santiago y Juan, pudieron contemplar el otro ser de Jesús.

Uno de los misterios fundamentales del cristianismo es la Encarnación. Lo nuclear de ese misterio es que Dios se acerca al ser humano asumiendo la condición de éste, lo cual implica dos cosas: que la salvación no es un movimiento del hombre hacia Dios -como si fuera posible alcanzar la esfera de la divinidad (así se describe la naturaleza del pecado en Adán y en Babel)-, sino que se trata de un movimiento de Dios hacia el hombre (es, por tanto, un gesto de generosidad); y que el encuentro con Dios sólo es posible en lo humano.

Desde esto se entiende por qué Jesús, en la cena, cuando da el precepto nuevo y definitivo, en lugar de decir “Amaréis a Dios con todo el corazón y os ameréis unos a unos como yo os he amado”, se limite a recoger sólo lo segundo silenciando el precepto del amor a Dios. A partir de ese momento no cabe que pueda separarse la vida religiosa y la moral, el culto y la justicia, la religión y la fraternidad. Jesús viene a decir sólo es posible amar a Dios amando al hermano. San Juan dirá más tarde que miente el que dice amar a Dios -a quien no ve- si no ama al hermano -a quien ve-.
Sobre el monte Tabor, los discípulos pudieron ver la divinidad de Jesús a través de su humanidad. En la vida diaria, el cristiano ha de ser capaz de ver a Dios en el otro, sobre todo en el que sufre. Esto sólo es posible mirando más allá de la apariencia, del aspecto, de la imagen que las personas presentan. En cada ser humano el cristiano ha de encontrar el misterio de un Dios encarnado, sobre todo en aquellos que viven el calvario cada día.

Cuando se olvida esto, la religión se convierte en una fantasía espiritual donde lo externo, lo espectacular, lo grandioso, el prestigio social o el poder pasan a ocupar los primeros lugares en la jerarquía de valores; y la caridad, la solidaridad y el servicio a los desheredados del mundo se convierte en una molestia inevitable a la que se dan sólo respuestas de compromiso y de mínimos. Jesús de Nazaret -que se transfiguró a los ojos de sus discípulos en el monte Tabor ocultando su humanidad y mostrando su divinidad- se sigue transfigurando en cada ser humano ocultando su divinidad y mostrando su humanidad y nos advierte: “Lo que hicisteis a uno de éstos, a mí me lo hicisteis”.


Paco Echevarría












Maite at: 25 febrero, 2021 21:29 dijo...

Juan nos recuerda en SOLO EVANGELIO que “no hay monte sin llanura” ni “mística sin compromiso”.

En los tiempos que corren, y en todos los tiempos, el anhelo de plantar tres tiendas, o las que hagan falta, en tierras de la seguridad y la paz inalterables es demasiado fuerte. Es lógico que cuando se alcanza la cima del Tabor no se quiera bajar para emprender, una vez más, el camino de la cruz.

Pero cuando se escucha la voz del Amado en lo más profundo del corazón, y se da una fusión de sentimientos, la llanura y el compromiso llaman más fuerte y más alto que el Tabor.

Entonces se baja del monte sin nostalgias, con el rostro resplandeciente, como apunta también Juan; con premura y urgencia. Porque abajo demasiados hermanos necesitan ver en alguien el brillo de la fe, la hermosura de la esperanza, la belleza del amor. Necesitan escuchar que la vida verdadera está en Jesús, la verdad y el camino a seguir.

Los momentos de Tabor solo serán auténticos si nos llevan a entregar la vida, a servir a los más desfavorecidos, a ver hermanos en todos, incluso en quienes nos hacen daño. Y a hacerlo desde el último lugar, porque la gloria no es nuestra. Pertenece solo al Señor.

juan antoniio at: 26 febrero, 2021 14:31 dijo...

ESCUCHADLO
El Evangelio de esta semana nos presenta la Transfiguración de nuestro Señor en presencia de dos personas del antiguo testamento, tres de los discípulos y la intervención del Padre.
Entiendo que la intervención de personas del antiguo testamento nos trae que lo antiguo ha acabado, que se han cumplido las promesas y hay que aceptar lo nuevo representado en los discípulos, a los que por una parte Jesús les muestra su identidad de Hijo de Dios en la voz del Padre, muy significativa, por el mandato que entraña, “”escuchadlo”” y por otra el anuncio final de no contar lo vivido hasta la resurrección.
Este es nuestro cometido, escuchar a Jesús y no solo escucharlo sino vivir nuestra relación con Él con una plena aceptación: escuchar en los Evangelios, escuchar en los hermanos, escuchar en las circunstancias adversas y en todo aquello que al hombre le corresponda en su vivir la trascendencia de su vida.
La escucha tiene que entrañar encarnar la Palabra en nuestras vidas para hacerla realidad en el entorno que nos ha tocado vivir, haciendo el bien y estando siempre a disposición del Reino de Dios, del Amor de Dios que nos fue revelado por los dichos y hechos de Jesús.
Lo sencillo muchas veces se hace difícil porque no nos centramos en lo que hacemos o decimos y entra la rutina, el pasar sin más, esperando que lo que celebramos acabe o no empiece.
“”Este es mi hijo amado, escuchadlo””
Cojamos los Evangelios, leámoslo, meditémoslo, hagámoslo vida de nuestra vida y cuando las circunstancias nos agobie, nos deje sin gana de nada, reza, sin gana sin vida, sin pasión, pero reza que el Padre Bueno te espera siempre y llegará el consuelo.
Como punto a tener en cuenta, vive tu tiempo de oración, como sea, pero vivámoslo, no lo dejemos nunca ni por tiempo ni por desgana, hay que vivir la relación constante con nuestro Señor.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir AMEN