3ºDOM-PASCUA-B

sábado, 10 de abril de 2021
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3 comentarios:

Paco Echevarría at: 10 abril, 2021 09:04 dijo...

EL PESO DE LA DUDA (Lc 24,35-48)


Según el testimonio de san Lucas, cuando Jesús se apareció a los suyos, les recriminó que, a pesar de los testimonios que habían oído, siguieran dudando. La verdad es que sorprendería lo contrario, porque no se topa uno todos los días con hechos inexplicables. La duda es la reacción del desconcierto producido por el desajuste entre la realidad y la lógica. No importa que esa realidad sea -como en su caso- una buena noticia, un hecho esperanzador. Y es que, en nosotros, pesa mucho la convicción de que las cosas tienen que ser como esperamos que sean y, si no es así, las descalificamos o las negamos. Es como decir: si no lo entiendo, no existe.

Pero, siendo la duda algo lógico, no tiene por qué ser un obstáculo en la búsqueda de la verdad. Más aún, creo que sólo el que duda está en el camino que lleva a su santuario. La historia está empedrada de los desastres a los que lleva el fanatismo de los que no albergan la más mínima duda en su interior. Por eso podemos decir: ¡Dichosos los que dudan porque ellos alcanzarán la verdad!

El problema se plantea cuando la duda baja de la mente al corazón, es decir, cuando deja de ser una postura mental, presupuesto necesario de la búsqueda, y se convierte en una actitud existencial. En este caso surge o el rechazo irracional, sin fundamento -el “nomegusta”-, o el escepticismo frío y distanciante que lo menosprecia todo acríticamente -el “sontonterías”-. En ambos casos se detiene el proceso. Como decían los latinos, la virtud está en el punto medio, es decir, en el equilibrio: ni creerlo todo sin análisis ni discernimiento -nos podrían tachar de cretinos-, ni negar todo lo que no se ajusta a nuestros modelos de pensamiento -porque nos tacharían de obcecados-.

En el mundo religioso la duda puede ser una incomodidad necesaria que nos evita lo primero o un lastre que nos lleva a lo segundo. Y, ni lo uno ni lo otro. Creer no significa aceptar lo absurdo como si la intensidad de la fe fuera directamente proporcional a la irracionalidad; tampoco consiste en aferrarse a un modo de ver las cosas sin admitir el diálogo o la reflexión sobre los retos que cada época ofrece como si la fe fuera más grande cuanto mayor sea la intransigencia.

Y lo mismo cabe decir en otras áreas de la vida. El equilibrio humano se alcanza cuando se mira a la derecha para corregir los errores de la izquierda y se mira a la izquierda para corregir lo errores de la derecha. Mirar sólo a la derecha satanizando todo lo de la izquierda o lo contrario es fanatismo, intransigencia, obcecación y pérdida del sentido de la realidad que, tarde o temprano, conduce a la radicalización y el hundimiento.

Jesús sabía de esto porque tenía un espíritu abierto y, por eso, podía mantener una conversación y hasta dejarse invitar por sus adversarios religiosos. Sólo teme a la duda el que teme a la verdad y sólo se muestra excesivamente seguro el que oculta su inseguridad.

Francisco Echevarría



juan antonio at: 12 abril, 2021 18:35 dijo...

Este tercer Domingo y el pasado tienen una similitud en cuanto a lo que nos relata los pasajes y una similitud en cuanto a su contenido en parte.
La similitud de los pasajes se muestra en la dación de la paz y mostrarnos su identidad al mostrarnos las manos y los pies, con las cicatrices del amor, como decíamos la semana pasada.
La Paz, ese saludo tan oriental, en el pueblo judío era fundamental a pesar que no han dejado de conocer guerras y sus estragos, y quizás por eso ese anhelo de desear la “Paz”.
Paz que no es solo la ausencia de guerras, sino todo aquello que nos haga tener una armonía interior que nos haga capaces de llevar una concordia a nuestro alrededor, a los demás, en definitiva que nos haga llevarle el sosiego del Resucitado que nos ofrece la conversión para llegar a la Paz, a ese estado de ánimo que nos une a Dios a los hermanos.
Paz, Paz en el corazón de cada uno para llenar los corazones de todos.
La identidad, es el mostrar las manos y los pies como señal de que es Él y no otro, de que el dolor ha sido su constante desde el llanto del pesebre hasta el estertor de la Cruz, pues fue rechazado, insultado, e incluso por su gente al tenerle por loco, no se vio acogido, defendido, protegido más que por los marginados de Israel, tanto que a pesar del hambre le seguían porque su Palabra la daba con autoridad porque sencillamente eran Palabras de Vida, su relación no tenía frontera ni de territorio ni de personas y estas eran rico y eran pobres y desechados de la sociedad: por eso su DNI era el dolor y de ese dolor su tarjeta a enseñar, los agujeros de las manos, pies y costado.
Nosotros sus seguidores no podemos ser más que el Maestro, nosotros no podemos tener una vida fácil y muelle, comodona, sencillamente porque si escuchamos su Palabra en nuestro día a día, ésta nos interpela, pues los Evangelios como he dicho siempre no son bonitos, son peldaños a escalar para subir a lo más alto hasta dejar en nuestra cruz, nuestra vida por el Reino, por el amor a Dios y a los hermanos y esto ni es fácil ni bonito, es entregar la vida para recibir la Vida, aquí y siempre, no pensemos siempre en el más allá que parece ser el tono sin fin del cristiano aburrido, sino que como hombre, somos frágiles y débiles y el dolor nos acompañará, pero las cosas hechas por amor ni duelen ni cuesta trabajo hacerla, es saber mostrar nuestra identidad, que hemos recibido en el camino, a toda la humanidad.
Paz a vosotros, estos son mis pies y mis manos y este mi costado, reconocedme y reconoced a tantos crucificados que tenemos que desclavar a lo largo de lo que nos quede de vida, pues si no lo hemos hecho, hagámoslo ahora, aún tenemos tiempo y siempre viviremos con el aleluya en el corazón como sonrisa de Dios que permanentemente nos dedica, razón de nuestra alegría, aún para los que vemos la botella medio vacía.
Santa María Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a cantar el Aleluya de esta Pascua que nos regala el Padre Bueno, su Hijo, con la fuerza del Espíritu, ¡ALELUYA, AMEN!

Maite at: 13 abril, 2021 19:31 dijo...

La resurrección de Jesús nos empuja, año tras año, a dar testimonio de la vida, la paz, la alegría y el perdón.

¿Quién no sabe de muertes, propias y ajenas, de tristeza y oscuridades, de angustias y culpas, de miedos y dudas? Pero, como los discípulos, hemos visto al Señor; hemos contemplado las heridas de sus manos y pies, las que nos han curado. ¿Y no hemos sentido su presencia viva al reunirnos los hermanos en la fe para compartirla y celebrarla?

¿No hemos sentido arder nuestros corazones cuando se nos explicaba todo lo referente a él en la Palabra? Juan nos asegura que guardar esa Palabra, haciéndola carne en nuestras vidas, hará que el amor de Dios llegue en nosotros a su plenitud. Cuando hagamos del servicio y la entrega nuestro santo y seña, como Jesús.

Hemos experimentado que no se puede matar al autor de la vida y no podemos sino dar testimonio. La muerte y la oscuridad se pueden vencer; por eso creemos que merece la pena gastar la vida liberando de ellas a quienes las sufren a nuestro lado o a lo largo del camino que recorremos.