DOM17-C

sábado, 16 de julio de 2022
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4 comentarios:

Paco Echevarría at: 16 julio, 2022 08:48 dijo...

ORAR (Lc 11,1-13)

La oración es –debe ser– una actividad habitual del cristiano. Pero no están los tiempos para detenerse un poco y entregarse sin prisa a algo que algunos consideran un tiempo perdido. Los mejor intencionados dicen que hay demasiados problemas en el mundo para emplear tiempo en algo que ven como una huida de las dificultades. Otros dicen que no pasa de ser una conversación con un ser mudo que nunca contesta. Los hay que no saben qué hacer en una actividad en que los minutos parecen horas.

Siem¬pre tenemos un pretexto para no orar. Y, sin embargo, es algo esencial en la vida cristiana. Jesús –que sabía mucho de compromiso, de preocupación por las personas y de afrontar problemas– pasaba noches enteras en oración. No le restaba tiempo ni al Padre ni a los hombres. Se lo restaba al sueño. La oración estuvo presente en los momentos más importantes de su vida: en el desierto, en el cenáculo, en Getsemaní y en el calvario. Era para él una fuente de energía para afrontar el reto de cada día.

Las instrucciones que da a sus discípulos son claras: lo primero es situarse ante Dios como ante un padre. Si no se llega ahí, lo que sigue resulta difícil de entender. Y hay que insistir. No es cosa de un rato, sino algo integrado en la vida. A Dios no se le da una propina de nuestro tiempo, sino el tiempo que le corresponde. Incluso los más cumplidores se conforman con poco: damos a la Iglesia la calderilla de nuestro dinero y a Dios la calderilla de nuestro tiempo. Y que la misa no dure mucho.

En cuanto al contenido de la oración, hay que decir que es muy diverso, pero la más humana es la de petición. Pedir significa reconocer la propia indigencia, la propia debilidad –sentirse humano, es decir, humilde–; y es creer que Dios –como buen padre– con una mano nos sostiene y con la otra nos protege. Lo cual no significa que tenga que hacer lo que queremos o pedimos –mal padre es el que da a sus hijos todos los caprichos porque les priva de formar el carácter y de fortalecer el ánimo–. Dicen los místicos que hay que tener mucho cuidado con lo que se pide porque te lo pueden conceder y ¿a ver qué haces luego? Con ello indican que hay que saber pedir.

Y termino con una advertencia a los reticentes: la oración no es sólo un encuentro con Dios; también es un encuentro con nosotros mismos. Miramos demasiado al suelo y olvidamos que se nos permitió caminar de pie para poder mirar al cielo y comprender cuál es nuestro sitio en el mundo. Si hemos sido creados a imagen de Dios, sólo mirándole a él podremos conocernos a nosotros mismos y comprender cuánta dignidad se encierra en cada ser humano. Ya pasó el tiempo en el que se creía que mirar a Dios lleva a olvidarse del hombre. Más bien es lo contrario.

juan antonio at: 20 julio, 2022 19:12 dijo...

Los discípulos dicen piden a Jesús que les enseñe a orar, como hacía Juan con los suyos y Jesús, les dio y nos da un texto, nos dice que tiene que ser perseverante y si lo pedimos, el Padre nos dará el Espíritu Santo.

Creo que en el texto de este Domingo, está si no todo, casi todo lo que sobre la oración debemos saber, aparte de que Jesús era un orante frecuente, pero de cuya oración sabemos muy poco, salvo dar las gracias al Padre por revelar estas cosas a los sencillos,las gracias al Padre en la resurrección de Lazaro, la voluntad del Padre en Gesetmani, en la Cruz se encomienda al Padre aunque le diga que le ha ha abandonado.

Qué es la oración, como se ora, que tenemos que llevar a la oración, de esto los maestro de espiritualidad nos han dejado y dejan numerosos escritos, pero entiendo, y perdóneme los maestros,
la oración es algo tan sencillo como el dialogo de relación de amistad entre dos, tú y Dios.
Al que da las gracias, al que pide, al que alaba y glorifica, porque todo te viene de Dios y Dios está en ti y contigo y con nosotros.

No nos vayamos por las alturas que todo es de lo más sencillo, Padre nuestro….. y como decía Santa Teresa, nunca pasó de la palabra Padre en el rezo del Padrenuestro, sin entrar en éxtasis, era tan grande el amor a Dios que salía de sí, que Dios Padre le llenaba el alma hasta rebosar.

Los contemplativos, ellos o ellas, rezan todos los días las horas litúrgicas y no olvidan la personal a la que le lleva la Palabra de Dios que contempla en aquella, presentado nustras necesidades y nuestras alegrías.

Además hacen su vida oración, cosa que podemos hacer cada uno, si nos ofrecemos con Jesús desde el amanecer hasta el fin del día y sobretodo en el Santo Sacrificio del Altar.

Orar es estar con el Padre Bueno, orar es, darle gracias por todo lo que nos regala en el día a día, orar es alabarlo y glorificarlo en ese santo temor de Dios que no es otra cosa que ponerlo por encima de todo en nuestra vida, ante todo, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu.

La perseverancia que nos enseña Jesús, entiendo que no es otra cosa que para mantener siempre nuestra relación, mantener nuestro amor hecho dialogo, mantener lo más posible esa ocasión de estar, ahí, sin más, como están dos enamorados, que no necesitan hablar para saber los que sus ojos expresan, lo que sus manos dicen y lo que la presencia habla: no es un castigo ni un medio para conseguir cosas “bien sabe vuestro Padre lo que necesitáis”

Orar, es estar con Dios, estar con el Hermano y estar con el Aliento de uno y otro: orar es repetir, si eso es lo que me pide el día, cualquier oración corta o larga, orar es contemplar a los hermanos y presentar al Padre las necesidades que tienen, que tenemos y hoy en día no hace falta más que abrir un periódico, abrir un informativo, escuchar un vecino, ver…….

Orar es no olvidar ni al Padre ni al hermano, es pedir, como nos dice Lucas, el Espíritu Santo, para que ilumine esta nuestra pobre vida.

Hoy orar para mi es pedir por mi amigo Paco que acaba de morir, después de años sin vivir, mi amigo Paco al que cuando le preguntaba si me reconocía, le saltaban dos lagrimas, única forma de expresarse, mi amigo Paco, hombre bueno, para el que te pido, Padre Dios, lo tengas en tus manos por siempre; un abrazo amigo.

Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra enseñanos a orar como tu oraste, no tienen vino, y cuántas veces me he, nos hemos quedado con las manos vacías que tu nos has llenado ¡AMEN!





Maite at: 22 julio, 2022 17:04 dijo...

Cuando asistimos, conmovidos, al diálogo entre Dios y Abrahán, nos damos cuenta de que el patriarca no escatima esfuerzo y empeño. Demuestra confianza en el trato con Dios y verdadero interés por sus semejantes. Pero, al seguirlo en sus afanes de intercesor, respiramos también su respeto profundo, más semejante al que se tiene a un jefe severo, situado muy por encima de uno, del que no se debe abusar más de lo necesario. De hecho, Abrahán, no se atreverá a apurar más el número de los candidatos a la salvación.

El salmista ha experimentado a Dios y su acción en su vida. Dios está entretejido en ella y forma parte irrenunciable de ella. Ha aprendido la misericordia de Dios; sabe que es su santo y seña, que lo define y revela. Ha dado un paso de gigante en su intimidad y le ha dejado penetrar en la suya.

Jesús nos enseña a llamar a Dios Padre, porque lo es; porque estamos invitados, llamados a ser hijos. Así, el cristiano es uno que ora y, al hacerlo, llama a Dios Padre. Y se dirige a él desde la conciencia de formar parte de muchos hermanos a los que se siente y se sabe fraternalmente unido. Por eso, hace sus peticiones en nombre de todos y unido a todos.

Jesús nos enseña, además, que el orante es un necesitado, y necesita pedir. Tan necesitado e indigente, que ha de pedir con insistencia, sin desmayo. Es un buscador, que necesita buscar hasta encontrar, como lo hace el sediento que busca agua o aquel que necesita aire para seguir respirando; alguien que necesita llamar hasta que se le abran puertas, senderos, la comprensión y el entendimiento; las vías del amor, la paz y la reconciliación.

Jesús nos enseña, en fin, que hay que aprender a pedir lo más necesario, lo mejor, lo imprescindible: el Espíritu Santo, el tesoro escondido por el cual se puede vender todo lo que uno tiene. Lo más grande que tiene el Padre para darnos. Quien mejor puede guiar y mover nuestra búsqueda, nuestras peticiones y llamadas, nuestra intercesión, nuestra alabanza y adoración.

Anónimo at: 22 julio, 2022 18:18 dijo...

Dicen que hacen falta veintiún días para instaurar un nuevo hábito en nuestra vida: lo intenté y no lo conseguí. Pero fue Él quien hizo un hábito de mí y me encontró, sentada en mi “tienda del encuentro”, intentando que mi corazón latiera al ritmo de mi respiración. Con los ojos cerrados, tomando conciencia de mi cuerpo y con toda mi alma, mi mente y mi corazón, fui poco a poco abriéndome a la presencia misteriosa y constante de Dios en mi vida:

Haz que este momento sea posible, que mi oración me lleve a Tí, que yo haga siempre lo que Tú quieras, perdóname por ansiar el Pan de mañana cuando Tú me das el que necesito cada día, si me tropiezo o me caigo ayúdame a levantarme. Que Tu Reino sea una realidad en mí.

Ahora sé que la oración es el hábito que calma mi sed. Va dejando espacio en mí para Él, transforma mi pequeñez y debilidad, sostiene mi vida. Es el hábito de Dios, su deseo de estar en mí y mi deseo, también, de estar en Él.