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sábado, 3 de septiembre de 2022
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3 comentarios:

Paco Echevarría at: 06 septiembre, 2022 08:52 dijo...

AMAR PERDONANDO (Lc 15,1-32)

El capítulo 15 de san Lucas es posiblemente una de las páginas más bellas y entrañables del Evangelio. En ella Jesús nos descubre los secretos de Dios, el misterio de un ser que existe sólo por el amor y para el amor. Dios es Padre, más aún, es el origen de toda paternidad. Creer en él –como lo entendemos los cristianos– es reconocerlo como Padre, como nuestro Padre. La parábola del hijo pródigo es la expresión literaria y simbólica más perfecta y completa de esta creencia que inspira todo el pensamiento cristiano. Y es que, una vez que el hombre ha pecado, el Dios-amor sólo puede mostrar la misericordia. Ante los pecados de los hijos, el padre sólo puede mostrar su amor perdonando. En eso está también su alegría más profunda.

Como el joven de la parábola, el hombre puede alejarse de él y dejar de comportase como un hijo, pero nunca podrá lograr que Dios deje de ser un padre lleno de misericordia. Su esencia más profunda es eso. Por ello los creyentes no dejamos de preguntarnos qué ha ocurrido en la historia de los hombres o en la vida de cada ser humano para que éste prefiera vivir de espaldas a un Dios que es todo amor o qué busca fuera del hogar lo que libremente disfruta en la casa paterna. Quiero pensar que todo responde al deseo de ser feliz y que –lo mismo que en la parábola– sólo sea un modo equivocado de satisfacer un deseo que, por otra parte, es legítimo. Al final del camino, se termina reconociendo que ha sido un terrible engaño, una gran equivocación.

Cerrado el siglo en el que hemos alcanzado las estrellas, tenemos que reconocer que no hemos logrado llegar a lo más profundo del corazón humano. El desprecio o el rechazo de Dios por parte de muchos es –ya lo dijo el Vaticano II– más rechazo de una imagen equivocada de Dios que de Dios mismo y en esto tenemos no poca culpa los creyentes. Creo que ha llegado el momento en el que cada uno reconozca sus propios errores: los creyentes necesitamos convertirnos al Dios revelado por Jesucristo y dejar de lado esa imagen del Dios inmisericorde que parece gozar con los sufrimientos humanos; y los no creyentes deben revisar honestamente su postura para valorar en qué medida han hecho a Dios responsable de los pecados y errores de los creyentes.

En este momento de la historia -en la actual situación del mundo- unos y otros necesitamos luchar por la salvación del hombre amenazado desde todos los frentes. Alguien ha dicho que Dios es un supuesto inútil, innecesario. Nosotros respondemos que es una gozosa realidad. Freud estableció los presupuestos para eliminar al padre y lo justificó como necesario para permitir el crecimiento –la autonomía– del hijo. Después de todos estos años de orfandad hemos comprendido que la muerte del padre sólo deja un vacío imposible de llenar, pues, cuando Dios se oculta, proliferan los ídolos. Por eso, Martin Buber habla, más acertadamente, del eclipse de Dios, no de su ocaso. Es cierto que, si Dios no existe, no lo hace existir la fe de los creyentes. Pero también es cierto lo contrario: si Dios existe, no deja de existir porque se le ignore o se le niegue.

juan antonio at: 07 septiembre, 2022 18:16 dijo...


Hoy entiendo que el comentario sobra, que nuestras pobres palabras están demás y que bastaría con la hoja entre las manos y ante la presencia real de Nuestro Señor, contemplar los textos que se nos proponen.

En ellos, humanamente hablando, resplandece la humanidad de Dios, como capacidad de afecto, compasión y solidaridad y esa humanidad se manifiesta de modo más natural que podamos, como si te ocurriera a ti, a mi con tu padre, con tu madre que siente los desvaríos de sus hijos.

En la primera lectura, Dios se arrepiente de sus planes contra el ser humano, ¿cómo podemos concebir que un Dios se arrepienta de sus planes? Es que lo planificado estaba mal planificado, era un error, era un fallo, era….., no fue Dios….?

Dios se arrepiente, deja de ser Dios o se engrandece por arrepentirse?, entiendo que es lo segundo, pues el bien siempre lleva consigo amor y esto, a pesar de todo, aun aplicable a Dios, es así, Dios es más Dios por amor al hombre, por dejar lo que nos merecemos y recogerse.

Pablo, que reconoce todo lo que había sido, nos manifiesta que “”Dios tuvo compasión de él””, nos está acercando a las narraciones del evangelio, pues él que tuvo en su conversión aquellas revelaciones de Jesús, no se enorgullece de ello, sino de la compasión demostrada por el Señor.

Del evangelio destacamos la alegría de Dios, tanto en las dos primeras como en la del Padre Bueno.

En esta parábola, mal llamada del hijo pródigo, la alegría viene como consecuencia del encuentro, de la vuelta, de la venida del hijo, que pese a todo “recapacitando entonces, se dijo…”

El Padre lo esperaba, sabía que tenía que volver, lo intuía, creo simplemente que por la finitud de los bienes, fue constante en la vela, en la espera, en su amor en definitiva que es lo que le lleva a estar ahí: porque el amor no se acaba nunca pese a lo que los amados hagamos, pues como nos dice Isaías 49,14-15

“”Pero ¿puede una madre olvidarse del niño que cría, o dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues bien, aunque alguna lo olvidase ¡Yo nunca me olvidaré de ti!””

Este es el Padre Bueno que desde siempre se ha desvelado por el hombre/mujer y que su amor ha estado en una presencia constante, como canta Pablo en la Carta a los Efesios, 1,4, “”en Cristo Dios nos eligió antes de la creación del mundo, para estar en su presencia sin culpa ni mancha””.

Por eso cuando nos creemos lo que no somos y hacemos y nos hacemos daño, está en vela para devolverte la dignidad de hijos que hemos derrochado, y no una vez sino una y otra y…., cada uno tenemos nuestra historia de reencuentros con el Padre cada vez que el sacerdote nos dice “vete en paz”.


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Tenemos que sentarnos, aún en medio de nuestras miserias y recapacitar, discernir y contemplar el amor que Dios nos tiene, que no deja de esperar, que no dejar de estar ahí para acogernos.

El evangelio del, martes de la semana 23, nos dice que Jesús se pasó la noche orando y al hacerse de día, llamó a sus discípulos y entre ellos eligió a doce…..”.

Ahí es donde podemos saborear la misericordia de Dios, la compasión con nosotros, en la oración, en el trato directo y constante con Él, en esas noches y esos días, esos encuentros y esos retiros, buscar a Dios “”recapacitando…”, es un tiempo esencial para la vida del cristiano, pues solo no podemos hacer nada.

Mira a tu alrededor y busca a Dios, pasará por tu lado mil veces, será tu amigo o no tanto, será el vecino incomodo, el que saluda y el que no, el que te pide, el que te suplica tu tiempo, el que….., ahí está nuestro Dios, siéntelo y vivirás, miralo con los ojos de la fe y del amor, pues ese es Dios “lo que hiciste con uno de estos pequeños, con migo lo….”


Recemos con el salmista el salmo del arrepentimiento, de la suplica a Dios por nuestras miserias

“Oh Dios crea en mi un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”

Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a decir ¡AMEN!

Maite at: 07 septiembre, 2022 21:11 dijo...

Suele pasar: los más religiosos y piadosos, los más cumplidores, suelen ser los jueces más duros de sus semejantes, de los que fallan, de los perdedores, de los pecadores profesionales. Y en tiempos de Jesús, son los que censuran que él comparta mesa con ellos y les muestre su acogida y cercanía. Pero Jesús, explica que son precisamente estos los que le necesitan, con quienes quiere estar, y por quienes se desvela el Padre; a los que espera y busca.

A estas alturas del cristianismo, los que nos reconocemos como seguidores de Jesús tendríamos que preguntarnos si reflejamos, con nuestro comportamiento, nuestras actitudes y prioridades, a Jesús en esta acogida, en esta espera y esta búsqueda. Si somos espejo del Padre, si se le reconoce en nosotros cuando se nos mira.

Moisés murió mucho antes de que Jesús naciera, y su Dios estaba muy lejos del Padre que nosotros hemos aprendido de él. Pero era un hombre orante, que se encontraba cara a cara con Dios, como con un amigo. Y salía de su presencia transfigurado, con el rostro brillante. Seguramente, por eso no rechazó a su pueblo cuando este se empeñó en fabricarse un becerro de oro porque se cansaba de esperar que bajara de la montaña. Ni siquiera cuando Dios le tentó con la idea halagüeña de hacer de él un gran pueblo, diferente de ese, duro de cerviz, que se pervertía a la primera de cambio. No, Moisés no cambiaba a su pueblo, un pueblo pequeño y pecador, que tanto le había hecho sufrir. Moisés había experimentado a Dios y su misericordia. Le había conocido.

Como el salmista cuando pide perdón, y lo hace sabiendo que Dios se fija en el interior de cada persona, que lee en lo más oculto de cada uno, y que ama la pequeñez y la humildad por encima de cualquier cosa.

Pablo, como nosotros, no ha conocido a Jesús en persona, pero sí ha experimentado su gracia, su paciencia y compasión cuando era un blasfemo, un insolente y un perseguidor. Pablo sabe que Jesús ha venido a salvar a los pecadores, y él afirma ser el primero de ellos.

Este domingo vuelve a ser un buen día para orar, una vez más, pero como si fuera nuevo, con el relato del evangelio de Lucas; y contemplar qué experiencia tiene Jesús del Padre, cómo la refleja en su propia conducta y cómo y con qué rasgos, tan bien descritos en la hojilla, la dibuja. No tiene desperdicio. Y es una auténtica gozada.