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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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SOBRE EL SER Y EL PARECER (Mc 7,1-23)
En Mc 7 se nos narra un enfrentamiento de Jesús con los fariseos, esta vez a propósito de costumbres relacionadas con rituales de purificación. Lo que para nosotros es una norma de higiene personal -lavarse las manos-, para aquellos hombres era un ritual religioso. No seguirlo al pie de la letra significaba permanecer impuro y, por tanto, quedar excluido del encuentro con lo sobrenatural. Este tipo de rituales eran una manera de señalar la frontera entre lo sagrado y lo profano. El peligro estaba en considerar esto lo único importante y olvidar la actitud de corazón. La discusión entre Jesús y los fariseos -los puros- tiene esto como centro. Pero no se trata de un tema baladí. Lo que aquí se enfrentan son dos formas de entender el ser humano y la religión.
Hay una manera de ver las cosas a partir de la apariencia de las mismas, es decir, poniendo la atención y el énfasis en lo exterior, en el aspecto, en la imagen. El error de semejante planteamiento está en que, a la larga, sólo cuenta lo que se ve, con lo cual la vida se convierte en un inmenso decorado de fachadas tras las cuales no hay nda. Para quienes ven así las cosas sólo cuentan el aspecto de las personas, los cargos, la fama, la imagen pública... Y existe otro modo de ver la realidad: de dentro a fuera, poniendo la atención en el fondo de las cosas, en el ser, en lo oculto. En este caso lo que cuenta es la persona y los valores.
Ambas posturas suelen darse en la vida social y también en la religión. Así tenemos quienes entienden la relación con lo divino como un conjunto de ritos externos, de normas, de formas, de imágenes... En consonancia con esto adquieren una gran importancia los lugares, los tiempos, los objetos, las personas relacionadas con lo divino. La postura opuesta valora sobre todo la actitud del corazón. De esa manera lo sobrenatural desborda sus propios límites y todo se convierte en vehículo de manifestación de la divinidad: cualquier lugar, cualquier momento, cada objeto y cada ser vivo pueden ser signos de su presencia. Los fariseos eran de los primeros. Jesús defiende lo segundo. Y advierte que de nada sirve lavarse las manos si está manchado el corazón. Importa lo que brota del interior: si es bueno hace bueno al hombre; si es malo, lo hace impuro.
En un mundo como el nuestro, los creyentes corren el riesgo de pensar como los fariseos y, creyendo seguir el mensaje de Jesús, encontrarse siguiendo las enseñanzas de sus adversarios. En Israel a Dios sólo se le podía encontrar en el templo, en Jerusalén. Jesús sitúa ese lugar en el corazón humano. Por eso Dios es ahora más cercano y asequible. Se ha hecho más humano para permitir al hombre estar más cerca de él, es decir, para que logre ser más divino. Así andan las cosas desde entonces, aunque a muchos les resulte tan difícil entenderlas.
FRANCISCO ECHEVARRÍA
ICEBERG
Jesús es tajante cuando afirma que nada de fuera mancha al hombre, sino lo que sale de dentro. Y expone todo lo que puede salir de ahí, de ese fondo de pecado que también nos habita. No podemos echar la culpa a los demás ni a los acontecimientos cuando esa zona oscura que llevamos dentro, a la manera de un iceberg, asoma. Porque lo que deja entrever, lo peor que sale de nosotros mismos es, como en estas montañas de hielo gigantes, apenas la novena o décima parte de lo que permanece oculto.
Nos adentramos así en los misterios de inconsciente, que cuidamos de engordar y mantener en la ignorancia, sobre todo de nosotros mismos, para no sufrir. Porque de eso se trata, de evitar sufrimiento. Y entrar en contacto con lo más oscuro de nosotros, lo trae. Ahí está la raíz de nuestro pecado más personal; lo que nos separa de Dios, de los demás, a quienes dañamos, y de nuestro núcleo más sano, el ser de luz que también, y en realidad, somos.
Fidel Aizpurúa, capuchino, se refiere a esa zona oscura nuestra como al tigre que todos llevamos dentro. Porque nadie se libra. Y un tigre puede, de alguna manera, amansarse, pero nunca domesticarse. Creerlo sería una ingenuidad.
¿Cómo acceder a la parte, enorme parte hundida, de nuestro iceberg? Hay muchas y buenas terapias para ello, pero para nosotros, creyentes, la oración contemplativa es la mejor y más eficaz. El espacio y lugar donde dejarnos en Dios, en silencio, para que esa zona oscura se vaya iluminando, poco a poco, y toda la oscuridad pueda ser redimida, sufriéndola con paciencia y dejándola en sus manos. Todo lo que va haciendo su viaje a la consciencia es causa de sufrimiento, pero ahí, precisamente, se redime.
Llega entonces el momento no tanto de ser huéspedes de Dios, como es el deseo del salmista, cuanto de hospedarle ofreciéndole lo mejor de nuestro ser purificado, redimido, luminoso. Y dejar que él habite en nosotros como en su morada, solo para él, sin suciedad ni tinieblas.
Solo entonces emprenderá su camino a la plenitud nuestra relación con nosotros mismos, con Dios y con los demás.
DIOS PUSO LAS LEYES… ¿LAS CUMPLIMOS?
Moisés, en el Sinaí, recibió del Señor la Ley y las instrucciones que ayudarían al pueblo a dar gloria a Dios y a vivir en paz. Para que el proyecto cumpliera su cometido el pueblo debía respetarlo íntegro y no hacerle modificaciones. Recordemos: [No añadiréis ni suprimiréis nada…] […guardaréis los mandamientos del Señor, vuestro Dios, tal como yo os los prescribo hoy.].
¿Respetamos esas normas?
Opino que no pues lo mismo que el pan no se elabora igual que antes pues con el proyecto de Dios pasa igual. Cambiamos cosas y nos alejamos cada vez más del origen cuando se intenta contentar a todas las personas en sus diferentes situaciones personales y así dejamos de impulsar que cada particularidad reflexione, aprenda de lo vivido para reorientar su vida, acepte esa nueva situación y espere que el Padre le muestre el nuevo camino.
Santiago les habló de la salvación recordándoles que, para alcanzarla, no olvidarían que todo lo bueno que recibimos viene del Padre y les recomendó escuchar su Palabra, ponerla en práctica y esperar que diera buenos frutos. También decía que limitarse a escuchar la Palabra y no ponerla en práctica era engañarse pues Dios desea que nos preocupemos de dar solución a los problemas de quienes están cerca de nosotros y que no nos ensuciemos con las mezquindades que nos rodean. Hoy, estos consejos cobran vigencia pues la corrupción se ha convertido en un deporte popular.
En el evangelio encontramos de nuevo el papel de la tradición en la espiritualidad del pueblo, ocurrió y ocurre, cuando nos olvidamos de lo que Dios nos propuso en el Sinaí y priorizamos las tradiciones populares catalogadas como religiosas.
Jesús esclareció el tema hablando con un grupo de personas, entre los que había fariseos y maestros de la Ley. Éstas cumplían la “ley de pureza” pero los acompañantes de Jesús no y eso hizo que consideraran como una gravísima falta que comieran sin lavarse las manos.
Jesús les respondió, intentando aclararles su equivocación, dándoles una visión diferente: “La suciedad no viene de fuera sino de dentro”, es decir, si no ayudas al necesitado, no cuidas a tus padres, eres injusto, robas, engañas… ¿De qué te sirve lavarte las manos antes de comer?
DOMINGO 22 T. O.B. 01.09.24 PUREZA DE CORAZÓN….AMOR
Jesús siempre respondía a las preguntas capciosas de los sacerdotes, y letrados de su época, y hoy le interrogan sobre la pureza de las tradiciones que sus discípulos no siguen.
No hablan de normas de la Ley, sino de las tradiciones, “dejáis el mandamiento de Dios y os aferráis a las tradiciones” esto es, nos quedamos con lo nuestro, y no seguimos los preceptos de Dios.
Nos quedamos con lo nuestro, con todo aquello que el largo camino de los siglos ha ido adhiriendo a nuestra vida, a nuestra Iglesia, porque siempre se hizo así y no se nos ocurre ir a las fuentes, a la Palabra de Dios, al estilo de vida de Jesús.
Tengo un marca paginas que dice así “Y Jesús qué haría? frase que está al pie de un dibujo del lavatorio de los pies y me hace pensar en ese camino que nos dejó y que no seguimos o,lo seguimos a trancas y….. y hacemos nuestra vida, nuestro camino, nuestra religión, nuestro Dios y, sí, leemos la Palabra de Dios, participamos en las celebraciones…
Pero ¿donde está nuestro corazón, donde está mis creencias, donde está mi Dios, lejos de mi o en el centro de mi vida, de mi vivir diario, dentro de mis achaques, de mis dolores, de mis muchas o pocas alegrías, donde está?
La pureza que Jesús quiere es la pureza de nuestro interior, la pureza de nuestro corazón para que nuestros labios respondan, para que nuestras manos actúen, nuestro comportamiento sea cercano al dolor y al sufrimiento y a las alegrías y los quehaceres de los demás, para que nos una, para … amarnos.
Hay unos versos de un poeta, profeta, fallecido, Pedro C. que dice
El Reino une.
La Iglesia divide
cuando no coincide
con el Reino.
No podemos marchar solos, no podemos hacer solos el camino, tenemos que ir juntos, como Jesús que desde el principio tuvo y hizo comunidad, estamos llamados a orar juntos, servir juntos, vivir juntos, celebrar juntos y todo desde la sinceridad de vida, desde lo hondo de nuestro corazón.
Vivamos la religión que Santiago nos dice, haz el bien y no sigas al mundo.
Recemos con el salmista, Señor, quién puede hospedarse en tu tienda, el que… el que….. no sigue al mundo
Santa maría, Madre de Dios y Madre nuestra, enseñanos a decir ¡AMEN!
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