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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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AL SERVICIO DE LOS DÉBILES (Mc 9,29-36)
Por segunda vez anuncia Jesús su destino: caer en manos de los hombres, morir y resucitar; y por segunda vez los discípulos prefieren no enterarse del asunto. No estaban allí para seguir a un fracasado, sino a un triunfador. Caminaban con él, pero, interiormente, estaban muy lejos de seguirle. Para ser discípulo, hay que seguir al maestro consciente y voluntariamente. Tal vez sea éste el problema de muchos cristianos de hoy día. Son los cristianos por inercia: están ahí porque alguien los colocó allí un día pero nunca se han preguntado lo que eso significa.
El tema de la conversación que mantenían durante el camino indica lo lejos que estaban de las intenciones de Jesús. Mientras él hablaba de sufrimiento, humillación y muerte, ellos discutían sobre el reparto del poder. Jesús aprovechó la ocasión para aclarar las cosas una vez más: en la comunidad cristiana el primer puesto -el más importante- lo ocupan quienes en la sociedad están menos considerados y el primer deber de la autoridad es servir a éstos. Ya lo había dicho María: Dios destrona a los poderosos y aupa a los humildes. Para ilustrar su pensamiento puso en el centro del grupo a un niño y lo abrazó con cariño. El signo adquiere un relieve especial si se tiene en cuenta que, en aquel tiempo, los niños pertenecían al grupo de los desfavorecidos.
Es cierto que él hablaba de cómo deben ser las cosas en la comunidad de sus discípulos, pero sería bueno que los poderosos y los grandes del mundo meditaran sobre estas palabras de Jesús y se pregunten sobre la legitimidad de su poder. En verdad ¿cuál es la razón de ser -la justificación- de la autoridad y del poder humano? Es decir: ¿qué razón hay para que unos hombres tengan poder sobre otros y puedan decidir sobre sus vidas, siendo así que todos somos iguales? No me sirve decir que han sido elegidos democráticamente. Eso sólo evita que no sean considerados unos usurpadores. Yo encuentro que la única justificación de la autoridad es defender y apoyar a los débiles para que no sufran el abuso de los fuertes, defender a quienes no pueden defenderse o no tienen quien les defienda. La autoridad tiene, por tanto, la misión de equilibrar. Así debe ser en la comunidad cristiana y ojalá que así fuera en la comunidad humana. Si éste fuera el caso, el mundo sería más justo y más cómodo y fácil el vivir, sobre todo para algunos que lo tienen muy difícil.
El dicho final de Jesús es una advertencia: sólo acogiendo a los despreciados se puede encontrar a Dios. Sus discípulos, en vez de buscar egoístamen¬te el provecho personal, deben olvidarse de sí mismos y ayudar a los desposeídos, a los desheredados, a los olvidados. Y esto no hay que hacerlo desde arriba -desde posiciones de poder-, sino abrazando, es decir, por amor y con amor.
Francisco Echevarría
COMO UN NIÑO
Jesús se fijaba en los niños y le gustaban. Por eso los pone como ejemplo: porque son los menos importantes. Se suele decir que en aquella sociedad de aquel tiempo los niños no valían nada. Eran incapaces de guardar la Ley, y eso hacía que carecieran de cualquier valor. Sin embargo, tampoco hoy valen mucho. Ser niño es difícil en nuestro tiempo y en nuestras avanzadas sociedades. Los niños se utilizan en la violencia vicaria contra las mujeres, y son los que más y peores consecuencias del hambre, de las guerras, de la trata y la explotación, de los depredadores sexuales sufren. No, ningún mundo ha sido ni es bueno y seguro para los niños. Y tal vez, por eso los escoge Jesús como avanzadilla del reino: porque son los objetos de las peores injusticias. Probablemente, por eso pone de relieve Jesús en este episodio a los niños: porque aparecen como los menos importantes y dignos solo de servir a los demás.
¿Qué tendrá la infancia que tanto atrae el corazón de Dios? Santa Teresita, que llamó “caminito” a su itinerario espiritual indagó profundamente en las cualidades de los niños para acercarse a Dios y acogerse a él a la manera de ellos.
Aprendió a amar y aceptar su propia pobreza y debilidad de cada día, sin pretender grandes cosas, sin esperar ser la más importante, la primera de todas. Y a confiar en Dios como lo hacen los niños muy pequeños con sus padres, en cuyos brazos se sienten a salvo de todos los peligros. Se dio cuenta, también, de que las faltas que se pueden cometer no deben manchar esa confianza. Basta con reconocer humildemente lo mal hecho y arrojarse en brazos de Dios confiados en su perdón y misericordia. Lo contrario, es dar alas a la soberbia; un pecado aún mayor.
Teresita cifraba todo su camino espiritual en el abandono y la confianza en Dios, y buscaba agradarle y mostrarle su amor con acciones muy pequeñas, propias de los niños; con cosas cotidianas al alcance de todos. Pequeños sacrificios y mortificaciones encaminados a hacer la vida más fácil y dichosa, más agradable a los demás. Delicadeza, detalles y sonrisas para las personas más difíciles de tratar y sobrellevar. Buscar en todo llevar la alegría y la paz en la convivencia diaria. Cosas pequeñas, cosas de niños.
Cosas, sin embargo, que fortalecen el carácter y lo van templando, así como la propia sicología y la voluntad. Cosas, en fin, de adultos bien formados y conscientes de entender la vida como servicio. Cosas que le mantienen a uno en el último lugar, formando parte de un cuerpo en el que cada miembro sirve a los demás y todos caminan juntos hacia la misma meta.
SER PRIMEROS O ÚLTIMOS… ¿POR QUÉ CAMINO VIAJAMOS?
Quienes son justos y responsables se preocupan de dar respuesta a los problemas del quienes lloran pero también los hay que no escuchan sus lamentos y, consecuentemente, no intentan consolarlos. Ocurre porque en la sociedad hay carencia de personas responsables y justas que, sin intereses personales, se acerquen a quienes lloran para tratar de paliar esas deplorables situaciones.
Jesús conocía estos problemas sociales y por esa razón las propuestas que les hacía buscaban encontrar respuestas pero no eran comprendidas y por eso tuvo que dedicarles algún tiempo para hacerles ver que Él venía a servir, es decir, ser el último y que por ese empeño moriría… ¡Cómo iban a comprenderlo si lo veían como un liberador vencedor!
No fue suficiente el aprendizaje porque el egoísmo les hacía seguir deseando ocupar los primeros puestos y por eso les propuso ser como los niños… ¿Por qué?
Porque en aquella sociedad los niños eran los últimos pero Él los puso delante de todos y les aconsejó que actuaran como ellos si querían ser acogidos en el Reino, es decir, con inocencia y desinterés.
La sociedad continúa sin cambiar el pensamiento pues continúa sucumbiendo ante la tentación de conseguir el poder para ser relevantes mientras Él sólo se preocupó de ser el último y ayudar a todos.
Santiago también habló de los problemas que afectaban a la sociedad de su tiempo y de su origen. Les dijo que cuando el mal inocula en las personas la envidia y la ambición éstas entorpecen las relaciones sociales y se generan rivalidades que desembocan en enfrentamientos pero si las personas escuchan al Señor aparecen buenos sentimientos, dicen la verdad y practican la justicia aunque no logren que sus buenos criterios sean escuchados.
Hacer el bien es el camino silencioso que debemos andar para mitigar la acción de la ambición pues esta fuerza es alimentada con el egoísmo y no con la búsqueda de puntos de encuentro que satisfagan a todos y no aplasten al débil.
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