DESCARGAR
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
Copyright © 2010 Escucha de la Palabra Design by Dzignine
Released by New Designer Finder
3 comentarios:
LAS DUDAS DE JOSÉ (Mt 1,18-24)
En el último domingo del Adviento, como un preludio de lo que va a celebrarse en los próximos días, aparece la figura de José. Está desposado con María y, sin haber convivido con ella, descubre el embarazo. Pero es un hombre justo y, por ello, proyecta desaparecer, en lugar de convertirse en padre de un hijo que no le pertenece. En el sueño se le revela el misterio con el que se encuentra y la misión que se le ha encomendado: poner el nombre de Jesús –Dios salva– a un niño que es el Enmanuel –Dios con nosotros–.
Hay, en el relato, un dinamismo interno que va desde las dudas del justo hasta la obediencia, pasando por una doble revelación. En la primera, el ángel le desvela el misterio que se esconde tras el nacimiento de ese niño: es obra del Espíritu y tiene la misión de salvar al pueblo; en la segunda, el profeta desvela el misterio que ese niño representa: es Dios con nosotros. Ambas revelaciones unidas significan que Dios se hace presente en medio de los hombres para salvarlos.
Es el último paso hacia la celebración del misterio de la Navidad. Su sentido es evidente: sólo los justos –los humildes y misericordiosos– acogen el misterio de la presencia salvadora de Dios en medio de los hombres porque sólo ellos comprenden y aceptan esa presencia. No es propio de la mentalidad humana que la grandeza se muestre con humildad y sencillez, sino todo lo contrario: solemos revestir lo miserable con apariencia de grandeza. Pero no es ese –por lo que se ve– el estilo de Dios, al menos del Dios revelado en Jesucristo. Y es así, no para que conozcamos el misterio que él es, sino para que descubramos el misterio que somos nosotros.
Esa es la clave para entender el prodigio de la Encarnación: Dios se reviste de humanidad para revestir al hombre de dignidad. Por eso, Mateo, al hablar del fin de los tiempos, podrá decir que el Señor de la vida y de la muerte reunirá a todos los hombres como juez y separará a aquellos que trataron a sus semejantes con el respeto que se debe a Dios de aquellos que no lo hicieron. Cuando Jesús dice: “Tuve hambre y me disteis de comer... estuve enfermo y me cuidasteis... estuve en la cárcel y no me olvidasteis...” está cerrando la revelación del misterio de la Encarnación: Dios se hace hombre y se queda en cada hombre para que cada uno entienda quién es él y quiénes son los demás.
La Navidad está cerca, si bien el misterio que ella anuncia nunca ha estado lejos. Si el mundo acogiera ese misterio, muchos de los males que sufrimos –y de los cuales no pocas veces culpamos a Dios– estarían resueltos porque los valores que prevalecerían en el mundo de los hombres serán aquellos que pertenecen a la esencia misma de Dios: el amor, la generosidad, el respeto, la solidaridad, la misericordia, la bondad... La Encarnación ya fue, pero el Adviento nos advierte que aquello que sucedió hace 20 siglos hoy se sigue repitiendo. Celebrar lo que fue en el pasado sólo tiene sentido en la medida en que se le descubre en el presente, en la medida en que la fe reconoce la presencia permanente del Misterio. No se trata de mirar el misterio que tiene lugar en el cielo, sino el que sigue ocurriendo en la tierra; no es contemplar la encarnación histórica del Hijo de Dios en Jesús de Nazaret, sino la encarnación permanente del Hijo de Dios en los hijos de Dios.
ADVIENTO: TIEMPO DE ESPERA, PAZ, TOLERANCIA Y FE
Israel lo componían dos reinos y sus reyes estaban enfrentados, uno de ellos era Acaz. El profeta le propuso tener fe y confianza en Dios pero lo rechazó porque consideró que aceptar era ceder a la tentación de poner a prueba su grandeza.
Dios le anunció, a pesar de su negativa y como prueba, el nacimiento de Emmanuel para que retornara al buen camino.
Es evidente que la esencia de nuestro caminar cristiano está en la fe y hoy lo comprobamos en las respuestas del dubitativo Acaz, el justo José y el convertido Pablo.
Todos pasaron por momentos de duda pero cuando los tocó la fe, quienes se abrazaron a ella, dieron un giro radical a su comportamiento y fueron un buen ejemplo para las generaciones futuras.
Cuando Pablo, un hombre justo, vio la verdadera luz que guiaba a las personas hacia Dios se apartó de la vida equivocada que llevaba, cambió y trabajó para mostrarnos cuál es la verdadera razón de nuestra existencia: Tener fe y predicar el evangelio, hasta desfallecer, a quienes no lo conocen… ¿Lo hacemos?
Muy pocos pero algunos de lo que sí se preocupan es de criticar a quienes hacen algo, por ejemplo, a los Testigos de Jehová. Lo hacen porque predican la palabra de Dios de manera personalizada visitando nuestras casas... ¿No hacerlo es mejor?
José era un hombre piadoso que fue probado con el acontecimiento de María, pasó por momentos de vacilación y tomó una determinación acorde con la cultura de su entorno pero, cuando lo informó el ángel de lo ocurrido, la fe le hizo comprender, ya no tuvo dudas y aceptó. Él nos enseñó lo importante que es amar y confiar en los demás, sobre todo, en Dios; el valor de la familia y la fe para vivir a diario la religiosidad y abrazar el ejemplo que nos dieron como padres.
Por desgracia, esta universidad religiosa familiar cerró sus puertas hace años pues, lamentablemente, quienes tenemos que dar ejemplo manteniendo vivo ese espíritu no lo hacemos según el Evangelio… ¿Por qué?
Porque, tal vez, estemos haciendo como Acaz, buscamos las soluciones en los poderes terrenales y no escuchamos el consejo de Isaías… ¡Tener fe en Dios!
Sin ella es imposible retomar el ejemplo de la “Sagrada Familia” para encontrar soluciones: Profunda religiosidad, honradez y justicia permanentes, participación en la problemática de nuestra comunidad… Así, poco a poco, retornaremos al camino de la verdad y levantaremos una sociedad digna, solidaria y menos egoísta.
Que el nacimiento de Jesús nos aumente la fe.
¡Felices Fiestas!
JOSÉ, EL ACOGEDOR
José atravesó, qué duda cabe, una auténtica noche oscura. Ese tipo de oscuridad que nos deja sin certezas, asomados al vacío, en la cuerda floja; que nos descoloca, nos descentra y nos confunde. Y, probablemente, todo en su tranquila existencia se vino abajo: sus planes de futuro, sus sueños, su amor… Hasta su imagen de Dios. ¿Qué sentido tenía dejarle así, a la intemperie, sumido en la vorágine de una y mil dudas? ¿A él, que siempre se había mantenido fiel, con una lealtad sin fisuras?
Pero José acoge la oscuridad y busca, a través de ella, la luz. Confía y espera contra toda esperanza; por eso da crédito a sus sueños, acogiéndolos, y encuentra en ellos la voluntad de Dios y, una vez más, obedece.
Acoge entonces a María y al hijo que viene, la responsabilidad y el compromiso que adquiere con ellos, y toda su vida da un vuelco para siempre. Será, como bellamente ha llamado un autor, la sombra del Padre. Vivir en clave de acogida le llevará y le mantendrá ahí: en la sombra, en el anonimato de una existencia sin brillo. Pero la huella que dejará en Jesús podría rastrearse en la experiencia que este hace de Dios y el rostro que se le revela: un Padre todo amor para todos.
El mismo Jesús acogerá sin descanso a grandes y pequeños, a pobres y ricos, a hombres y mujeres, a sanos y enfermos; y hará de su vida una entrega para los demás.
Aparentemente, vivir en clave de acogida puede parecer una inmolación de la propia individualidad, un desgaste absurdo. En realidad, es camino recto y seguro hacia la propia plenitud que se halla, precisamente, en salir de sí para encontrarse.
Publicar un comentario