29º Domingo Ordinario - B

sábado, 10 de octubre de 2009
18 Octubre 2009

Isaías: Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años.
Hebreos: Acerquémonos con seguridad al trono de la gracia.
Marcos: Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor.


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Juan García Muñoz.

2 comentarios:

{ Paco Echevarría } at: 10 octubre, 2009 03:41 dijo...

AUTORIDAD Y PODER (Mc 10,35-45)

Tras el tema de la riqueza, el evangelista Marcos aborda otro asunto no menos importante: el del poder. En el grupo de los Doce existió una cierta competencia por lograr las mejores carteras en el equipo de gobierno del Mesías Rey. Santiago y Juan quisieron adelantarse a los demás y pidieron los dos mejores puestos. La respuesta de Jesús fue que no es cuestión de honores y prebendas, sino de seguimien­to. Sólo hay una manera de estar a su derecha y a su izquierda: compartir su destino siguiéndole con la cruz hasta el calvario. El afán de poder fue y es una de las tentaciones que ha de superar todo discípulo del carpintero de Nazaret. Los demás, como era de esperar, se molestaron al ver la jugada de los hijos de Zebedeo. Y Jesús aprovecha para adoctrinarles a todos. Sus palabras están cargadas de ironía y de sabiduría. Son un minitratado sobre el valor y el sentido de la autoridad.

"Los que son reconocidos como jefes" es una expresión que se refiere a los príncipes vasallos de Roma -los lacayos del poder que actúan desde la conciencia de su propia debilidad y compensan este sentimiento con la prepotencia y el abuso de poder-. Está denunciando un hecho de experiencia: el poder de una persona está en proporción inversa a su autoridad moral. Si un hombre posee autoridad -sentido de la justicia, respeto, honestidad y equilibrio-, no necesita recurrir a la fuerza para hacer notar su presencia. Pero cuando carece de ella, tiene que recurrir a la amenaza, al miedo. Por esta razón el poder -no la autoridad- necesariamente corrompe al que lo detenta. Al fin y al cabo el poder no es sino una forma abusiva -y por tanto ilegítima- de ejercer la autoridad. Esto es algo que algunos olvidan y creen que el ser elegidos por el pueblo da derecho a hacer lo que se quiera con ese pueblo. La democracia está enferma cuando los elegidos entienden que los electores, junto con el voto, depositan en la urna sus derechos y su soberanía.

El pensamiento de Jesús sobre la autoridad es claro y continúa la línea de los profetas de Israel: la única forma legítima y justa de ejercer la autoridad es el servicio. No se trata de situarse por encima o por delante de los demás, sino de colocarse debajo de los más débiles, hasta dar la vida si es necesario. El servicio de la autoridad no es otra cosa que usar las propias capacidades para ayudar a los menos capacitados y el espíritu que ha de animarla es el amor desinteresado. Quien no sea capaz de hacer las cosas así está incapacitado para ejercer la autoridad.

Si hubiéramos entendido -y aceptado- estas enseñanzas ¡cuánto sufrimiento inútil nos habríamos ahorrado! Porque muchos de los males que padecemos tienen su origen en que hemos confundido poder y autoridad. Y, si esto debe ser así en la sociedad humana, ¡cuánto más ha de serlo en la comunidad cristiana, en la Iglesia!

Francisco Echevarría

Anónimo at: 16 octubre, 2009 17:30 dijo...

COMUNIDAD DE SERVICIOS

Los textos de este 29 Domingo invitan a meditar sobre la "no dominación" y la "no opresión" (Mc. 10, 35-45); a tomar como referente a quien se compadece de las debilidades (Hebr. 14,14-16) y a "cargar con" desprecios, humillaciones, indefensión, pecados y crímenes ajenos (Is. 53,10-11), Pues es ese compromiso de servicio: el "hacerse cargo" y el "cargar con", y no el principio jerárquico del poder y la dominación opresora, lo que permite liberar a una gran multitud.

Hay ahí una transmutación de todos los valores, pero no para afirmar la voluntad de poder -que lleva necesariamente al dominio, e incluso a la guerra- sino para subrayar la voluntad de servicio, que conlleva pasar no pocos tragos e implica, finalmente, la liberación de toda la Comunidad Humana, empezando por la nuestra, por la familia, por la parroquia o por la barriada o el pueblo,...

Se trata de crecer como un brote nuevo que echa raíces "a pesar de la tierra árida".

Queda atrás el patriarcado; queda atrás el absolutismo; queda descalificado el sentido jerárquico. Se trata más bien de constituir una Comunidad de Servicios.

Este planteamiento nos obliga a cambiar de mentalidad de dominar al otro por el espíritu de servir al otro. Pero nos debe obligar también a cambiar nuestro modo de actuar.

No se olvide que todo eso va ocurriendo en la subida hacia Jerusalén.

No se trata de sentarse a la derecha o a la izquierda para tiranizar, ordenar, oprimir o mandar. ¡No! "Quien quiera subir, sea servidor... y el que quiera ser el primero sea esclavo de todos". Eso, ni lo entendieron los discípulos ni lo entendemos nosotros. Sin embargo, la experiencia nos dice que eso es lo que más enriquece.

Para revertir la historia, para rescatar a la mayor parte de las personas, para que la multitud, y no unos pocos, recobren su dignidad de hijos de Dios, de personas, todavía hace falta dar la vida, entregarse, no desfallecer en la prestación de servicios a la Comunidad.

La Comunidad que postula Jesús no es estructuralmente jerárquica, sino de prestación de servicios, de desvelo por los demás, de entrega sin reservas. Porque esa es la forma que más nos enriquece no a unos pocos, no a los amos del mundo o de su casa, sino a todos, a todas las personas, hombres o mujeres, niños y niñas.

José Mora Galiana