Domingo de Ramos - A

viernes, 8 de abril de 2011
17 Abril 2011

Isaías: No me tapé el rostro ante los ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado.
Filipenses: Se rebajó, por eso Dios lo levantó sobre todo.
Mateo: PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.

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Juan García Muñoz.

2 comentarios:

Paco Echevarría at: 08 abril, 2011 18:47 dijo...

EL REY HUMILDE (Mt 21,1-11)

Ya lo había dicho el profeta: “Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno”. Con ello quería significar que el Mesías no era hombre de guerra, sino hombre de paz. Jesús pone en escena la profecía y entra en la ciudad, no cabalgando como un conquistador blandiendo la espada, sino montado en un asno y agitando palmas y ramos de olivo, para decir a la ciudad de Jerusalén -la que había de pedir su muerte- que en su corazón sólo había paz.
La imagen de Jesús como un humilde rey de paz contrasta con la realidad que vivimos en estos años de inicio del milenio. La guerra -abierta o solapada, en los campos de batalla o en la intolerancia de la vida ordinaria-, el terrorismo, la violencia doméstica... siguen siendo -para desgracia y vergüenza de un mundo que se llama civilizado- una triste presencia en nuestra vida. Sobre una tierra cargada de violencia avanza humilde la figura del profeta de Nazaret sin que los hombres presten atención a su voz. Nos llegan noticias e imágenes estremecedoras y no logramos entender -ni creo que pueda entenderse- por qué los hombres nos enfrentamos y hacemos violencia unos contra otros. Palabras como tolerancia, solidaridad, respeto, diálogo, acuerdo, ayuda... suenan mucho, pero la realidad que expresan cuenta poco.
Cuando un hombre pone una bomba en su supermercado para matar a no sabe quien ¿qué cree estar demostrando con ello? ¿Cómo silencia la voz de la conciencia? ¿A qué mundo aspira? ¿Cómo puede alguien pensar que la violencia sea el cimiento de algo? ¡Sólo de la ruina! Cuando un grupo de hombres planea la eliminación de otro grupo ¿a dónde pretende llegar? ¿Cómo es posible que el odio llegue a endurecer el corazón ante el miedo y el llanto de un niño o de un anciano? ¿Qué peligro puede haber en ellos? Son preguntas para las que no hay respuesta.
Es tiempo de calvario el tiempo en que vivimos y, por ello, bien pertrechados de esperanza, anhelamos el amanecer del domingo de Pascua, cuando el sepulcro reviente y la vida se levante para siempre. Pero antes habrá que pasar por el silencio del sábado y meditar nuestros errores a la luz del mandato del amor. Jueves, Viernes y Sábado forman una trilogía bien trabada: entrega, sacrificio y reflexión -amor, renuncia y sinceridad- jalonan el camino hacia el alba de la resurrección.
La comunidad cristiana por su parte ha de disponerse a cargar con la cruz del testimonio y de la fidelidad en un mundo que, por no compartir los ideales del Nazareno, se va a situar muchas veces frente a ella. No esperemos que quienes crucificaron al Maestro vayan a aplaudir a los discípulos. Mal signo sería.

Maite at: 12 abril, 2011 13:53 dijo...

Lo malo de la Pasión de Nuestro Señor es que ya nos la sabemos. Por eso lo mejor es coger el texto entre las manos y, lentamente, comenzar a respirar con él, dejando que palpite en nosotros cada escena, el latir de cada personaje, el aliento y la emoción de cada instante.

Hay tensión contenida en la traición de Judas, dura y cruel, mezquina y sucia; y un velo espeso de tristeza durante la Cena. Una cena muy especial, contaminada por el hedor de la traición e iluminada por una entrega: la del Amor a los suyos. Hay palabras que confunden, con anuncios de tinieblas, y bravatas y promesas, y la noche está muy negra. Vamos entrando en un huerto donde todo sabe a muerte, y una soledad de plomo, que parte el alma, se respira en el aire. Rompe y rasga los pulmones y se ahoga en las entrañas. Una sombra, la del Padre, teje un manto de silencio.

Luego hay ruido y alboroto, besos falsos y violencia. Y Jesús, el Hombre, emerge, se levanta sobre el fango de la mentira y el miedo. Sobrecoge un sentimiento: el de la amistad vendida, el amor abandonado y la lealtad huida. A continuación tiene lugar un juicio, una farsa, donde la condena está dictada de antemano. Muchos hablan cosas falsas; Jesús calla. Hay escándalo y vestiduras rasgadas. Y un reo, un inocente, es condenado a muerte.

Llega Pedro. Mal momento... Palabras entrecortadas, miedo y rabia; y sucumbe, y se resbala por la pendiente de la amistad negada. Llevará toda su vida una cicatriz marcada, una herida mal cerrada. Amanece, rompe el día y la oscuridad fenece. Una luz recién nacida pincha a Pedro en el alma, y fluye abundante el llanto amargo. Llora, Pedro, llora, y que corra el agua clara. Como Judas no lloró no dejó que el agua entrara y el remordimiento le quemó.

Asistimos a otro juicio, otro burdo simulacro, porque aquí no hay gente, hay fantoches y comprados. Y una chusma de soldados que, inconsciente, escarnece sin saberlo al Señor de todo el orbe. ¿Rey de los judíos? Si supieran qué pequeño queda eso...

Y Simón, el de Cirene, forzado llevas la cruz; ahora no lo sabes pero ¡qué suerte tienes tú! Jesús es crucificado. Nos lo cuentan de corrido, sin aliento, sin pararse. Y nos hablan de la gente. Hay soldados que proceden, con rutina repetida, a una nueva ejecución, una más; y otros dos crucificados. Pronto empezarán a hablar, y sabemos de uno de ellos que Jesús ya le ha salvado.

Poca compasión suscita este rey crucificado: burlas bajas, desprecio barato... siempre es cruel el populacho. Si a éste le quitáis la vida ¿quién merece tenerla? Además no sabéis que Él la entrega. Por dos veces Jesús grita. Y el espíritu exhala. Todo se ha quedado helado.

Hay señales grandes en la tierra y confiesan a Jesús unos soldados romanos. ¿Qué verían en Él? ¿Qué tendría aquel colgado? ¿Qué le hacía diferente de tantos ajusticiados?

La locura se remansa. Hay un grupo de mujeres que no hablan, que miraban... no hacen nada, pero estaban. Que se beben esta muerte y se tragan las palabras. Cuando los discípulos se ocultan y se rompen por el miedo llega uno a pedir el cuerpo de Jesús. No es del grupo de los Doce. Y como una madre o una esposa toma el cuerpo y lo prepara. Dos mujeres, siempre ellas, se quedan allí sentadas. ¿Como podrían marcharse? Tienen sepultada el alma. Ellas no lo saben: la vida yace dormida y pronto será despertada. Amanecerá con fuerza el día después de la noche más clara.