Domingo de Resurreccion - A

lunes, 18 de abril de 2011
24 Abril 2011

Hechos: Hemos comido y bebido con él después de la resurrección.
Colosenses: Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo.
Juan: El había de resucitar de entre los muertos.

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Juan García Muñoz.

2 comentarios:

Paco Echevarría at: 18 abril, 2011 10:52 dijo...

RESUCITÓ (Jn 20,1-9)

La resurrección de Cristo constituye el núcleo de la fe cristiana, hasta el punto de que Pablo escribe: "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe" (1Cor 15,17). Otro tema es el modo de entenderla -la explicación que se da de la misma-, que depende de la antropología y filosofía de la que se parta. De todas formas es un asunto de fe, lo que significa que, por muchos argumentos a favor o en contra que uno encuentre, al final, es una opción personal que condiciona el modo de entender la existencia propia y ajena. No es que la fe sea irracional, sino que nunca es el resultado de un silogismo.

Los datos de los que partieron los primeros testigos fueron dos: el descubrimiento del sepulcro vacío y las apariciones. El primero ha sido transmitido por la tradición y tiene a su favor que, de haber sido inventado, jamás habrían puesto como testigos a las mujeres, ya que no se les reconocía capacidad para testificar. El segundo dato pertenece a la experiencia de la Iglesia Primitiva. Creerlo o no creerlo es un problema de confianza en la sinceridad de quienes llegaron a dar su vida por permanecer fieles a lo que predicaban. De todas formas, dado que es asunto de fe, hay que admitir como un dato de experiencia que, para el que cree, las razones en contra no crean dudas y, para el que no cree, las razones a favor no le hacen desistir de su postura.

Una cosa sí es cierta: a lo largo de la historia son muchos los hombres y mujeres que han encontrado en la resurrección de Cristo el elemento clave para encontrar un sentido a su vida. La Magdalena, Pedro, Juan y todos los demás, no creyeron en la resurrección porque alguien les demostró con sabios argumentos la consistencia de esta doctrina, sino porque se encontraron con Jesús vivo tras su muerte y, a partir de ese momento, sus vidas cambiaron por completo. La fe en la resurrección, por tanto, no es algo que se demuestra, sino algo que se muestra. Nadie tiene que probar nada. Lo único que cabe es expresar lo que se ha vivido.

Por cierto, que muchos hoy confunden resurrección y reencarnación. La diferencia es grande: la resurrección significa que se ha alcanzado la plenitud gracias a Cristo que en su muerte y resurrección nos ha salvado; la reencarnación se entiende como oportunidades repetidas para purificarse hasta alcanzar el estado que permita la vuelta a Dios. Hoy día, con el auge del esoterismo y de lo oriental, muchos creen en la reencarnación. Para un cristiano simplemente no es necesaria. Lo que los orientales creen alcanzar con sucesivas reencarnaciones, el cristiano cree que lo ha conseguido como un don gracias al amor de Dios manifestado en Cristo. Para los cristianos, la resurrección de Cristo es el triunfo definitivo como primicia del bien sobre el mal, del amor sobre el odio, de la paz sobre la violencia, en definitiva, de la luz sobre la oscuridad.

Paco ECHEVARRIA

Maite at: 19 abril, 2011 21:24 dijo...

Amanece. Y María, con el alma desvelada y a oscuras, visita un sepulcro donde yacen su vida, su amor, su esperanza. Se siente vacía, desgarrada y muerta por dentro, y solo le queda un cuerpo, maltratado y roto, que desde su sepultura tira de ella como un imán.

Al llegar y ver el sepulcro abierto sospecha y teme lo peor: se han llevado al Señor. Es la única explicación. Y corre a buscar a Pedro, el que tanto lloró por negar a Jesús. Con él está el discípulo amado, más joven, de mirada penetrante y alma clara. María está sin aliento, y aunque está amaneciendo, para ella aún es de noche.

Corren Pedro y el otro discípulo: hay que llegar al sepulcro. Tampoco ellos ven que despunta ya el día. Para ellos solo reina la oscuridad más absoluta.

Qué cosas tiene el corazón enamorado: el discípulo amado cede el paso al que cayó más bajo. Pedro entró y vio. Vio que aquel cuerpo no había sido robado. Algo más, algo distinto había pasado. El otro discípulo vio y creyó. Creyó que la muerte yacía vencida, sintió que de pronto la noche cedía, que la claridad con fuerza nacía y que era verdad, después de la noche más larga, amanecía.