DOMINGO ADVIENTO 4-C

domingo, 16 de diciembre de 2012

23 DICIEMBRE 2012
DOM. 4º ADVIENTO

LUCAS 1,39-45. ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 16 diciembre, 2012 13:15 dijo...

DOS MADRES (Lc 1,39-48)

Cuando faltan pocos días para la Navidad, vemos el abrazo de dos mujeres que pronto serán madres. Las dos saben que una vida nueva se está gestando en su interior. Isabel era una mujer humillada por su esterilidad. En la vejez, cuando la dificultad para concebir era doble, se ve liberada de lo que la había avergonzado durante toda su vida. Será la madre del último profeta. María es una mujer joven, que ha sentido sobre sí la mirada de Dios. Será la madre del Mesías. Son dos mujeres unidas por la maternidad y por el misterio.

Isabel, al ver a María, se llena de gozo y, con ella, el hijo que llevaba en su vientre. Es el gozo del niño en gestación -¡Qué diferente a hoy, en que muchos hijos, aun no nacidos, son temidos y vistos como una amenaza!-. La saluda con las palabras de David cuando el arca de la alianza iba a ser llevada a su palacio (2Sam 6,9). María encierra la Nueva Alianza, como el arca, las tablas de la antigua. Isabel representa el desconcierto del ser humano ante el sorprendente anuncio de que Dios haya querido venir a visitarnos. Ese es el significado auténtico de la Navidad: Jesús de Nazaret -hijo de María- es el Mesías -Hijo de Dios-. Esto podrá aceptarse o no -creerse o no creerse-, pero una cosa es cierta: quienes creemos en el misterio de la Encarnación nos sentimos comprometidos con lo que eso significa -esto es: que no es posible encontrar a Dios más que en el hombre como no es posible descubrir la identidad más profunda del hombre si no es desde Dios-. Dios en el ser humano. El ser humano en Dios. El signo será un niño colocado en un pesebre -un ser pobre y débil-. Dios se manifiesta en la pobreza y en la debilidad de lo humano.

La respuesta de María es un canto de alabanza a Dios por haberse fijado en ella. Lo habían dicho los profetas: "Yo habito en el cielo, pero también estoy con el contrito y humillado para reanimar su corazón" (Is 57,15). María -la Iglesia- sabe lo que está ocurriendo: la luz está viniendo al mundo y todo el que la acoja no caminará en tinieblas. Ella simboliza a los sencillos, a los humildes, a los que hacen posible la presencia de Dios en el mundo. A través de ellos se manifiesta como Señor, Poderoso, Santo y Misericordioso. Son los atributos de Dios en el Antiguo Testamento que se van a hacer visibles en Jesús de Nazaret. El hijo que ella está gestando será la manifestación de Dios en favor de los que viven humillados por la prepotencia de los poderosos y la indiferencia de los que nadan en la abundancia. El hijo que ella dará a luz sentirá sobre sí el Espíritu cuando anuncie la buena noticia a los pobres, ponga en libertad a los cautivos, dé la vista a los ciegos y proclame el perdón de los pecadores.

Todo esto se convierte en presencia misteriosa el día de Navidad. Que el príncipe de la paz llene de alegría tu corazón y tu hogar y que la paz rebose como la primavera en los montes.

Francisco Echevarría

Maite at: 17 diciembre, 2012 19:24 dijo...

María ha recibido la visita del ángel que le anuncia que Dios la ha llenado de su gracia y que va a ser la madre del Mesías esperado. Y lejos de quedarse ensimismada, pendiente de los cambios que de ahora en adelante sufrirán su cuerpo y su vida, se pone aprisa en camino para servir a una parienta embarazada que necesita la ayuda, el apoyo de otra mujer. Y para compartir, con otra agraciada por Dios, las obras maravillosas que Él hace con los más pobres y pequeños.

María se pone en camino y con Ella toda una espiral de vida que irradia y contagia a su paso. Por eso todo se precipita y se suceden, como en cascada clara, su entrada en casa de Zacarías y el saludo a Isabel, el salto de la criatura en el vientre de su madre, el Espíritu Santo que llena a Isabel, las bendiciones y bienaventuranzas, el derroche de alegría por la fe de María. Dos mujeres, una joven y otra que ya dejó de serlo, dos madres que rivalizan en cantar y proclamar lo que Dios ha hecho en ellas, que celebran la vida que Él ha puesto en la otra, que comparten maternidad y fe. Dos mujeres que se necesitan mutuamente para poner palabra a lo que Dios ha hecho en ellas y que las desborda de gozo.

En ellas laten ya dos vidas que cambiarán el rumbo de la historia, dos vidas que no esperaban y que Dios pone en sus manos como don y tarea. María, como es habitual en Ella, va guardando todo en su corazón. En la vida pequeña que ya vive en Ella tiene la prueba más cierta de que nada es imposible para Dios, y Él escribe la historia de su pueblo y de todos los pueblos, con los renglones y trazos de su misericordia y fidelidad a sus promesas. María es madre porque ha creído y su fe se mantendrá firme a través de luces y sombras, dolores y gozos.

Es Dios quien hace obras grandes, a Ella, ahora, le toca atender y acompañar en sus últimos meses de embarazo a una mujer a la que se le pasó la edad. Mientras a Ella le llega el tiempo de dar a luz, su hijo crece y se desarrolla en su seno como los demás, al mismo ritmo, sin prisas... La historia la escribe Dios.

Manolo Martín at: 18 diciembre, 2012 18:07 dijo...

El Concilio Vaticano II llamó a María "la peregrina de la fe", por ese caminar en la obediencia al Padre que se inicia al reconocerse como "sierva del Señor", palabras que configuraran aquellos con los que Cristo definió su propia actitud. "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir".
Va para servir a Isabel. Dios se ha vuelto a cruzar en su vida y le ofrece un servicio: atender a una mujer cuya salud y embarazo van a necesitar mucha ayuda.
No va a consistir en grandes cosas. Van a ser cosas pequeñas y vulgares: sonreír, limpiar, cocinar..., las pequeñas cosas de las que la vida está hecha. Y María no se cree que esté por encima de estas cosas. Y "partió apresuradamente".
Cuando tememos perder el tiempo en los pequeños servicios con que podamos atender a los demás, nosotros que no somos gente ilustre, es porque concedemos excesiva importancia al trabajo propio.
Hay que aceptar que Dios venga a interrumpirnos; se va a cruzar en nuestro camino y va a trastornar nuestros proyectos. Metidos en nuestras "importantes" ocupaciones diarias, podríamos pasar de largo como hicieron el sacerdote y el levita ante aquel que cayó en manos de los ladrones...
Es muy importante que Dios administre y llene nuestro tiempo.