DOM-20C

domingo, 11 de agosto de 2013
18  AGOSTO  2013
DOM 20-C

LUCAS 12,49-53. No he venido a traer paz, sino división.

4 comentarios:

Paco Echevarría at: 11 agosto, 2013 17:32 dijo...

PALABRAS DIFÍCILES (Lc 12,49-53)

Hay palabras de Jesús que resultan difíciles de aceptar y otras que son más bien difíciles de entender. Las de este pasaje son de las segundas, porque choca escucharle decir que ha venido a la tierra a traer fuego y a sembrar la división. No obstante, si las leemos en el contexto de su doctrina, las cosas empiezan a aclararse.

Dice él que ha venido a traer fuego a la tierra y está deseando que prenda y que todo arda. Para empezar hay que decir que el fuego ha sido siempre –dentro y fuera de la Biblia– un símbolo de Dios que actúa en el mundo para juzgar –el fuego del juicio destruye todo lo perverso e impuro– o para salvar –el fuego de la vida transforma e ilumina–. El Bautista dice de Jesús que trae un bautismo de agua y fuego y Jesús se refiere a sí mismo como la luz del mundo. En el Nuevo Testamento el fuego es el signo inequívoco del Espíritu. En este contexto el sentido de sus palabras es evidente: ha venido al mundo con la misión de purificarlo, de iluminarlo, de transformarlo, es decir, ha venido para que el mundo sea transformado por el fuego del Espíritu. Está definiendo su misión: hacer que en el mundo prenda el amor. A los discípulos les ha dicho en otro lugar: “vosotros sois la luz del mundo”, para indicar así que han heredado su tarea.

Luego habla de un bautismo que le angustia. No es difícil comprender el sentido de estas palabras si tenemos en cuenta que el bautismo es un símbolo de la muerte. Así lo entendió Pablo y, por eso, explica que el bautizado se sumerge con Cristo en la muerte para resucitar con él a una vida nueva (Rm 6). Jesús ha venido al mundo a traer el fuego del amor, pero antes ha de pasar por la prueba que mostrará al mundo la fuerza de la entrega. Entregar la vida es darse uno mismo, es la renuncia total, sin reservas. No hay amor más grande. Con estas palabras está señalando a sus discípulos el camino que han de recorrer para que el fuego prenda en el mundo.

Finalmente habla de división. Utiliza una expresión que aparece en el profeta Miqueas, cuando habla de las discordias y el infortunio que precederían al tiempo de la salvación. El profeta, después de decir que la división afecta a la misma familia, termina con un acto de fe y confianza en Dios: “Yo esperaré en el Señor, esperaré en Dios mi salvador y mi Dios me oirá” (Miq 7,7). Jesús sabe que su doctrina no encontrará los corazones dispuestos y será motivo de enfrentamiento y división entre los hombres. Será el momento de la opción: “o conmigo o contra mí” había dicho. Y es que no caben terceras vías cuando se trata del Evangelio. Jesús está hablando de las consecuencias que tendrá la opción por él. Su presencia en el mundo es un juicio en el que se revela lo que hay en los corazones. No es que quiera sembrar la división. Es que los hombres, cuando optan, se dividen.

Maite at: 12 agosto, 2013 18:22 dijo...

Jesús lleva dentro un fuego destinado a prender en el mundo, una pasión ardiente por alguien y por algo: el Padre y el Reino. Y todas sus obras y palabras son brasas encendidas que queman a quien se para a mirar y escuchar con atención. Por eso el que sigue a Jesús es alguien incandescente, abrasado por la misma pasión: el amor al Padre y la urgencia de encender en el mundo la llama del Reino.

Quien trata muchas veces con Jesús en la intimidad y soledad, en medio de lo cotidiano, en el día a día de la vida, vive inflamado por el deseo de entregarse como Él, de pasar haciendo el bien, de acabar consumido por los demás, de modo especial por los pobres y pequeños que son quienes más le necesitan. Y se hace fuego a su vez que purifica de inmundicia, de enfermedad y pecado lo que toca, para liberar lo más hermoso que encierra cada uno, como oro en el crisol.

La paz que trae Jesús es la que surge después de la batalla, de la lucha y división provocadas por la opción por Él y los valores del Reino, por la fidelidad al Padre y su plan de salvación para todos. Una paz que nada tiene que ver con la de quien la busca a cualquier precio, sin mojarse por nada ni por nadie. Esa no es la paz de Jesús, es la siesta de la mente y el corazón, el sueño cobarde de los sentidos que no ven, ni oyen, ni entienden porque no quieren vivir despiertos.

Para dar fruto hay que pasar por el mismo bautismo que Jesús, morir como el grano de trigo que si no cae en tierra queda infecundo y acaba podrido. Hay que correr, como dice San Pablo, rodeado por una nube ingente de espectadores, y quitarnos de encima lo que nos estorba y el pecado que nos ata. No se permite la retirada y hace falta mantener los ojos fijos en el que inicia y completa nuestra fe: Jesús. Solo eso evitará que seamos abatidos por el cansancio o el desánimo. Y si aún no hemos llegado a la sangre en nuestra pelea contra el pecado hemos de estar dispuestos a derramarla si así lo exige la carrera.

También al corredor le empuja el fuego que lleva dentro, y no le permite rendirse ni abandonar.

Juan Antonio at: 17 agosto, 2013 14:23 dijo...

Las palabras de Jesús en el Evangelio de esta semana puede parecer desconcertante, a simple vista, pero si vemos la vida, palabras y hechos de Jesús en su conjunto, de una manera global, estas palabras reflejan la novedad de la Buena Noticia, y así si empezamos con las Bienaventuranzas, no hay proyecto más desorientador, pues llamar dichosos al pobre, al que llora, al que sufre, a los que se comportan de una manera contra la Ley (caso del samaritano ya que atendía a un impuro) como son los compasivos, misericordioso, los rectos de corazón, los luchadores pero por la paz, es todo un programa contrario a aquella sociedad y también a la actual y así podemos recorrer todos los Evangelios, y encontramos las actitudes de Jesús que van a contracorriente con lo que vivían sus contemporáneos y con lo que vivimos nosotros actualmente, pues Jesús comía con los tenidos por pecadores y se trataba con las tenidas por prostitutas, traba a los enfermos y no enfermos cualquiera, sino a los leprosos excluidos de la sociedad.
Hace unas semanas me preguntaba en esta misma página a cuantos que viven en la calle, sean inmigrantes o no, le habíamos dirigido la palabra, a cuantos le habíamos preguntado por su salud, vivienda, necesidades y sigo preguntándomelo, porque la verdad hoy como ayer y hace dos mil años tenemos a los excluidos, a los que paradójicamente llamamos preferidos de Jesús, pero no son nuestros preferidos, con ellos tenemos la voluntad de darles lo que nos sobra, pero seguimos sin darnos.
Por todo ello, Jesús, sus Palabras, sus actitudes, eran fuego, eran división, eran contra lo establecido y por ello estorbaba y estorban los verdaderos seguidores de Él.
Termino con el último versículo del Salmo, esperanza de los débiles, de los que se hagan niños para ser esperanza del Reinado de Dios:
“Yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor se cuida de mí; Tú eres mi auxilio y mi liberación Dios mío, no tardes”

Juan Antonio at: 17 agosto, 2013 14:23 dijo...

Las palabras de Jesús en el Evangelio de esta semana puede parecer desconcertante, a simple vista, pero si vemos la vida, palabras y hechos de Jesús en su conjunto, de una manera global, estas palabras reflejan la novedad de la Buena Noticia, y así si empezamos con las Bienaventuranzas, no hay proyecto más desorientador, pues llamar dichosos al pobre, al que llora, al que sufre, a los que se comportan de una manera contra la Ley (caso del samaritano ya que atendía a un impuro) como son los compasivos, misericordioso, los rectos de corazón, los luchadores pero por la paz, es todo un programa contrario a aquella sociedad y también a la actual y así podemos recorrer todos los Evangelios, y encontramos las actitudes de Jesús que van a contracorriente con lo que vivían sus contemporáneos y con lo que vivimos nosotros actualmente, pues Jesús comía con los tenidos por pecadores y se trataba con las tenidas por prostitutas, traba a los enfermos y no enfermos cualquiera, sino a los leprosos excluidos de la sociedad.
Hace unas semanas me preguntaba en esta misma página a cuantos que viven en la calle, sean inmigrantes o no, le habíamos dirigido la palabra, a cuantos le habíamos preguntado por su salud, vivienda, necesidades y sigo preguntándomelo, porque la verdad hoy como ayer y hace dos mil años tenemos a los excluidos, a los que paradójicamente llamamos preferidos de Jesús, pero no son nuestros preferidos, con ellos tenemos la voluntad de darles lo que nos sobra, pero seguimos sin darnos.
Por todo ello, Jesús, sus Palabras, sus actitudes, eran fuego, eran división, eran contra lo establecido y por ello estorbaba y estorban los verdaderos seguidores de Él.
Termino con el último versículo del Salmo, esperanza de los débiles, de los que se hagan niños para ser esperanza del Reinado de Dios:
“Yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor se cuida de mí; Tú eres mi auxilio y mi liberación Dios mío, no tardes”