DOM-2ºADV-A

domingo, 1 de diciembre de 2013
8 DICIEMBRE 2013
2º DOM-ADVIENTO-A

MATEO 3,1-12: Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 01 diciembre, 2013 08:10 dijo...

CONVERTÍOS (Mt 3,1-11)

No basta con vigilar para reconocer a Dios que llega revestido de humanidad y de humildad. La vigilancia ha de ser activa, es decir, comprometida. La palabra con la que se expresa ese compromiso es “conversión”. Sólo un corazón que se vuelve a Dios soportará la purificación del Espíritu y del fuego. Es un cambio profundo del corazón lo que se pide, un cambio que consiste en una vuelta a Dios. El Adviento es un tiempo para escuchar la llamada a la conversión y hacer sobre nosotros un juicio previo, para no ser aventados cuando llegue el verdadero juicio.

El Dios al que hay que volver es el Padre de la misericordia. Planea en el fondo la figura del hijo pródigo cuando, lejos del hogar, reconoce su error y toma la determinación de volver.

Comprender el sentido del momento presente es cambiar todo lo que entorpece la venida del Señor, remover los obstáculos, allanar, enderezar... Se trata de una invitación urgente a cambiar todo lo que sea necesario en la vida personal y comunitaria. No es un cambio superficial –bautismo de agua–, sino profundo –bautismo de fuego–. Se nos pone en guardia frente a la tentación de Laodicea, una Iglesia que no es ni fría ni caliente y por ello va a ser vomitada (Ap 3,15-16). Es digna de compasión porque se cree rica, pero su riqueza es falsa; está ciega –porque no ve cómo la corrige su Señor– y desnuda –porque están al descubierto sus pecados–. Jesús está a la puerta de esa Iglesia y llama. Sólo hay que oírle y abrirle para que entre a compartir la comida.

El misterio de la Encarnación nos sitúa frente a la llamada del Adviento: la conversión. Oír la voz de Dios en la vida real no puede dejarnos indiferentes. Esa voz es siempre una voz profética que advierte, reclama, exige, acusa, denuncia... Pero no olvidemos nunca que es la voz profética del amor y su intención, por tanto, es conducirnos al corazón mismo de Dios.

La llamada a la conversión, desde el punto de vista de la Encarnación, tiene un matiz muy específico y propio en el cristianismo: volver el corazón a Dios es volverlo al hermano. Sólo hay una manera de estar cerca del padre: poniéndose cerca de sus hijos, sobre todo de los predilectos. La conversión, el cambio que se pide, es ciertamente un cambio de costumbres y un cambio interior, pero sobre todo es un cambio de actitudes ante los hermanos.

El evangelio de este domingo, nos hace oír la voz del precursor que nos advierte de que todo está a punto: la conversión no permite demoras porque tal vez no exista un después en el que sea posible rectificar. Es bueno preguntarse qué hemos de hacer para acercarnos a aquellos que ciertamente están lejos de nosotros, aunque no es tan cierto ni seguro que ellos estén lejos de Dios.

Maite at: 02 diciembre, 2013 20:58 dijo...

En estos días de Adviento contemplo en el profeta Isaías la figura de Aquél que ha de venir, al que esperamos. Y pienso que el mundo convulso en que vivimos, agitado y sacudido por la corrupción instalada en todas las esferas de poder y a todos los niveles, necesita, no sé si más que nunca o como siempre, al que "no juzgará por apariencias, ni sentenciará de oídas; al que defenderá con justicia al desamparado y con equidad dará sentencia al pobre"

¿Cómo no anhelar con toda el alma el advenimiento de esa era bendita de armonía universal anunciada por el profeta?

Escucho las palabras de Juan exhortando a la conversión personal, a preparar el camino del Señor y allanar sus senderos, y comprendo que soñar un mundo mejor pasa por dejar que en mi interior habite el lobo con el cordero, la pantera se tumbe con el cabrito, la vaca paste con el oso y el león coma paja con el buey.

No puedo exigir a los demás lo que yo no doy, y necesito que todo en mí esté unificado, centrado y sanado; que ahí florezca la justicia y abunde la paz. Solo entonces podré acercarme al pobre que clama a mi lado, al afligido sin protector; apiadarme del indigente, alabar a Dios a una voz con los que son distintos o piensan diferente, pues Cristo, nos dice Pablo, "se hizo servidor de los judíos cumpliendo las promesas hechas a los patriarcas, y, por otra parte, acoge a los gentiles para que alaben a Dios por su misericordia"

Admiro profundamente a Juan, protagonista del inicio del Adviento. Veo en él un hombre coherente con lo que cree y siente, con su misión. Sabe donde y cómo estar, y todas sus opciones de vida se orientan a ello. Se retira al desierto y come y se viste con extrema sobriedad. Acoge a quienes acuden a él y no regala los oídos de nadie. Advierte que ninguno puede hacerse ilusiones pensando ser hijo de Abrahán si falta humildad para confesar los pecados y voluntad de conversión y sus frutos: no hacer extorsión a los demás, no aprovecharse de nadie y compartir lo que se tiene.

Es un tiempo propicio, el Adviento, para hacer un desierto en nuestro interior y meditar con más calma y a menudo, la enseñanza de las Escrituras, para encontrar en ellas el consuelo que atesoran y la ayuda para abrir caminos al Señor que viene, en nosotros mismos y en quienes nos rodean, con la conciencia firme, como Juan, de que nuestra misión es llevar a todos hacia el Señor, sin permitir que se queden en nosotros confundiéndonos con Él.

Juan Antonio at: 04 diciembre, 2013 22:39 dijo...

Reflexionando sobre los textos de este Domingo quiero empezar por siguiente versículo del Salmo:
“”Él librara al pobre que clamaba,
Al afligido que no tenía protector;
Él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres””
Este Salmo debe hacer saltar nuestra conciencia, debe revolver nuestras entrañas, debe meternos fuego en lo más hondo de nuestra alma y por qué?, porque ahí está, entiendo pobremente, nuestra conversión, mi conversión, en tener entrañas de misericordia, en ser compasivo, como Dios es compasivo.
La sociedad de hoy nos está clamando desde el hambre, la sed, la desnudez, la soledad del enfermo, del desvalido, del encarcelado, del extranjero, de las personas que tienen las estrellas por cobijos, el frio por abrigo y la lluvia como caricias.
Estamos sordos, mudos y más ciegos que las piedras porque todas esas necesidades y miserias se pasean por nuestras calles y seguimos callando nuestras conciencias con unos kilos de alimentos, pero ¿y el calor humano, la cercanía, el darme y entregarme, donde lo dejo?
Es duro, nos cuesta, el pobre rechaza, aleja, desaconseja y tiramos la moneda y seguimos nuestro camino.
En esta semana Juan nos dice que ya está preparada el hacha para todo árbol que no dé frutos y yo y tú, ¿qué cosecha damos?
Frutos de conversión, pero que nazcan de la compasión, de tener entrañas de misericordias, pues si esta no es nuestra conversión, tenemos que pensar, tengo que pensar, que a lo mejor estoy en la camada de víboras.
Miremos a lo alto, miremos el reinado que nos presenta Isaías, que no es un bello poema idílico, puede ser metáfora, pero de bella realidad si, como nos dice S. Pablo, “nos acogemos mutuamente” y empezamos a sembrar justicia, a devolver dignidad al humillado, explotado, abandonado........, en definitiva si nos damos, nos comunicamos y nos acogemos unos a otro, con ese amor que Jesús nos dejó como único mandamiento, que como decía un autor hablando de los mandamientos, son respuestas de amor del hombre a Dios.
Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente.
Que María Inmaculada, Madre de todos los hombres, nos ayude a decir AMEN