DOM-3ºPASCUA-B

lunes, 13 de abril de 2015
19 ABRIL 2015
3º DOM-PASCUA. B

Lc 24,35-48. Así estaba escrito: el Mesías padecerá y   resucitará de entre los muertos al tercer día.

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 13 abril, 2015 08:14 dijo...

EL PESO DE LA DUDA (Lc 24,35-48)


Según el testimonio de san Lucas, cuando Jesús se apareció a los suyos, les recriminó que, a pesar de los testimonios que habían oído, siguieran dudando. La verdad es que sorprendería lo contrario, porque no se topa uno todos los días con hechos inexplicables. La duda es la reacción del desconcierto producido por el desajuste entre la realidad y la lógica. No importa que esa realidad sea -como en su caso- una buena noticia, un hecho esperanzador. Y es que, en nosotros, pesa mucho la convicción de que las cosas tienen que ser como esperamos que sean y, si no es así, las descalificamos o las negamos. Es como decir: si no lo entiendo, no existe.

Pero, siendo la duda algo lógico, no tiene por qué ser un obstáculo en la búsqueda de la verdad. Más aún, creo que sólo el que duda está en el camino que lleva a su santuario. La historia está empedrada de los desastres a los que lleva el fanatismo de los que no albergan la más mínima duda en su interior. Por eso podemos decir: ¡Dichosos los que dudan porque ellos alcanzarán la verdad!

El problema se plantea cuando la duda baja de la mente al corazón, es decir, cuando deja de ser una postura mental, presupuesto necesario de la búsqueda, y se convierte en una actitud existencial. En este caso surge o el rechazo irracional, sin fundamento -el “nomegusta”-, o el escepticismo frío y distanciante que lo menosprecia todo acríticamente -el “sontonterías”-. En ambos casos se detiene el proceso. Como decían los latinos, la virtud está en el punto medio, es decir, en el equilibrio: ni creerlo todo sin análisis ni discernimiento -nos podrían tachar de cretinos-, ni negar todo lo que no se ajusta a nuestros modelos de pensamiento -porque nos tacharían de obcecados-.

En el mundo religioso la duda puede ser una incomodidad necesaria que nos evita lo primero o un lastre que nos lleva a lo segundo. Y, ni lo uno ni lo otro. Creer no significa aceptar lo absurdo como si la intensidad de la fe fuera directamente proporcional a la irracionalidad; tampoco consiste en aferrarse a un modo de ver las cosas sin admitir el diálogo o la reflexión sobre los retos que cada época ofrece como si la fe fuera más grande cuanto mayor sea la intransigencia.

Y lo mismo cabe decir en otras áreas de la vida. El equilibrio humano se alcanza cuando se mira a la derecha para corregir los errores de la izquierda y se mira a la izquierda para corregir lo errores de la derecha. Mirar sólo a la derecha satanizando todo lo de la izquierda o lo contrario es fanatismo, intransigencia, obcecación y pérdida del sentido de la realidad que, tarde o temprano, conduce a la radicalización y el hundimiento.

Jesús sabía de esto porque tenía un espíritu abierto y, por eso, podía mantener una conversación y hasta dejarse invitar por sus adversarios religiosos. Sólo teme a la duda el que teme a la verdad y sólo se muestra excesivamente seguro el que oculta su inseguridad.

Francisco Echevarría

Maite at: 14 abril, 2015 17:27 dijo...

A nosotros, discípulos de hoy, también nos cuesta, como a los de ayer, creer en la resurrección. O mejor, creemos que Jesús ha resucitado pero, ¿sabemos que está vivo?

El Evangelio nos muestra la importancia de la comunidad cristiana en la experiencia de la fe. Después de la resurrección del Señor hay miedo en ella, y muchas dudas. Algunos de sus miembros se juntan y permanecen encerrados, otros se alejan de ella y se desperdigan, pero Jesús los congrega de nuevo, hace volver a ella a los alejados y, cuando se reúnen cuentan qué les ha pasado, cómo han reconocido a Jesús en el camino, al partir el pan, de tantas maneras y en tantos sitios...

Y mientras hablan de Él se vuelve a hacer presente en medio de todos y se prodiga en gestos que demuestran que está vivo, que es Él, el mismo al que han conocido recorriendo los caminos de Galilea, con quien han compartido tanto, el crucificado. Muestra a todos sus manos y sus pies con los agujeros de los clavos, les anima a tocarle, come delante de ellos.

Si las dudas nos atenazan, si no experimentamos a Jesús vivo en nuestra vida, volvamos a la comunidad. Él sigue estando en medio de ella. Abramos los ojos y los oídos, solo Él puede abrir también nuestro entendimiento para comprender la Palabra. En ella alienta su Espíritu que grabará a fuego en nuestros corazones que Jesús vive. La Palabra escrita se hará viva y operante y nos transformará en evangelizadores, en testigos y mensajeros de esperanza y de paz.

juan antonio at: 16 abril, 2015 18:14 dijo...

Estamos aún en el primer día de la semana, primer día de la Resurrección de Jesús, ello en la narración que nos hace Lucas, primero a las mujeres, luego a Pedro, a los de Emaús, y ahora a los once y sus compañeros.
La hoja nos dice que estaban alegres y atónitos, otros, sin embargo traducen miedo, lo que sucedió entiendo que fue una mezcla de todo, Jesús está vivo y no salen de su asombro porque nunca entendieron lo que antes les había dicho sobre su vida, su muerte y que nunca quedaría en la sombra, “Entonces se les abrió el entendimiento para comprender las escrituras”
Tenemos que volver a las Escrituras, a la Palabra de Dios, en Jesús hecha carne y antes hecha oración en los Salmos, anuncio y denuncia de los profetas, tenemos que beber de las fuentes de la vida eterna, que es Dios para que comprendamos los hechos, porque a Dios solamente lo podemos amar en nuestra aceptación por la fe.
En este encuentro Jesús le da los signos de su identidad, los agujeros de las manos y los pies, era el Crucificado, el que dio su vida por todos, por la implantación del Reino de Dios, causa de su crucifixión.
Nos lo anuncian, nos lo dicen, nos lo dice Él en su Evangelio, se encuentra con nosotros en las mil vicisitudes de nuestra vida, y aun no le creemos, aun nos cuesta entregarnos, darnos, confiarnos a sus brazos, haciéndonos como niños, porque sencillamente nos miramos más a nosotros mismos que a Él, como Pedro en las aguas, empezamos a dudar y no terminamos de decir sí, aquí estoy para hacer tu voluntad.
El Evangelio termina con la misión, pues en “su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados”, la salvación, Dios mismo y cómo hablar de Dios, pues como dice el Alfa y Omega del jueves pasado día 9, con alegría, ejemplo personal, naturalidad, de tú a tú y sabiendo escuchar a los demás.
O como decía el Beato Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi, que “”el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio””.
Ayer se proclamaba el pasaje de los Hechos de los Apóstoles (5,17-19) en el que los Ángeles cuando liberan a Pedro y Juan, les dicen, id y predicad en el templo este estilo de vida, que es en definitiva lo que nos dejó Jesús y si nuestras vidas se conforma a la de Jesús, es la mayor predicación que se pueda hacer.
María, Madre de todos los hombres, ¡alégrate! porque Cristo, tu hijo, vive.