DOM 19-C

sábado, 3 de agosto de 2019

11 AGOSTO 2019
DOM 19-C

4 comentarios:

Paco Echevarría at: 03 agosto, 2019 08:30 dijo...

TIEMPO Y ETERNIDAD (Lc 12,32-48)

Tras dejar claro que el hombre no conserva la vida gracias a sus bienes, sino con la ayuda de Dios, Jesús pasa a tranquilizar el ánimo de sus discípulos por la preocupación que puede generar la carencia de bienes materiales. Con gran realismo y conocimiento del corazón humano, después de advertir que, para el rico, los bienes son un gran peligro porque pueden inducirle a olvidarse de Dios y vivir sólo para conservar y acrecentar su riqueza, Jesús señala que también el pobre está amenazado ya que su preocupación es el sustento diario. Uno y otro –el rico y el pobre– están expuestos al peligro de dejarse absorber por las cosas de la tierra y dejar a un lado el cuidado más importante: buscar el reino de Dios. A los discípulos que han de compartir su misión les dice que esto es lo único importante y que todo lo demás se les dará por añadidura (12,31). En cuanto a las riquezas, su única utilidad es lograr, gracias al bien que con ellas puede hacerse, una incorruptible herencia en el cielo.

Quien ha comprendido el verdadero valor de las cosas está preparado para recibir la llamada en cualquier momento. El discípulo no puede bajar la guardia. En todo momento debe estar equipado moralmente –ceñida la cintura y encendida la lámpara–– para acudir prontamente a recibir a su Señor cuando éste aparezca. Vienen estas palabras de Jesús a aclarar otro asunto a veces olvidado o mal entendido: el valor del tiempo presente. En el pasado se nos ha acusado a los cristianos de tener el corazón tan centrado en el cielo que nos hemos desentendido de los asuntos de la tierra y se ha tachado a la religión de ser como opio que adormece los sentidos y suprime el dolor, con lo cual se impide al pueblo levantarse contra las situaciones y las estructuras injustas. Puede que la acusación esté justificada atendiendo a ciertos momentos de la historia. Pero no es ésa la enseñanza de Jesús.

El maestro de Nazaret tenía muy claro que el Reino es lo único definitivo y que el tiempo es un lugar de paso. En la lógica de su mensaje es un error pensar que el tiempo y el mundo son la única realidad y el único absoluto. Pero eso no significa que carezcan de valor y de significado.

El futuro de plenitud en el que creen sus discípulos empieza a construirse en el presente porque saben bien que ya disfrutan de los bienes que esperan. No es que el tiempo se meta en la eternidad. Es más bien que la eternidad se ha metido en el tiempo. La fe abre la mente a la verdad completa, la esperanza descubre el sentido y la caridad sumerge en el compromiso. Creer en el mundo futuro no lleva a menospreciar el mundo presente, sino todo lo contrario. A lo que sí lleva es a no apegarse a él de tal manera que se pierda de vista el horizonte. El hombre es un navegante que dirige su barco a buen puerto, bregando cada día en bonanza o en tempestad, de noche o bajo el sol. No es un navegante con el timón roto a merced del viento y de las olas.

juan antonio at: 07 agosto, 2019 09:17 dijo...

FE, CONFIANZA, TERNURA
Esos versículos que el autor de la Hoja nos recomienda reflexionar, 22-31, de este capítulo 12 de Lucas, se inicia con una frase que nos debe estremecer, “no andéis preocupados…” que enlaza con el 32, con que se inicia el pasaje de esta semana, “” no temas pequeño rebaño…” ,nos debe estremecer y llenar de gozo, sobre todo en estos tiempos tan convulsos por la devaluación de la escala de valores, donde el hombre se alza sobre todo sin tener otro principio ni fin que él mismo.
En el Evangelio, Jesús viene a decirnos por una parte que no nos preocupemos por cosas que no valen, que son vaciedad, como proclamaba Qohelet la semana pasada, que nos desprendamos de los bienes, que demos limosna y que tengamos riquezas inagotables en el cielo, pues nuestro corazón está donde tengamos nuestra riqueza, ¡Que ligerito nos quería Jesús y que pesado nos hemos hecho nosotros!.
Viene a continuar las enseñanzas de Jesús con el valor de las cosas de aquí abajo, cuando nuestra fe, nuestra confianza debe estar puesta en los ojos y en las manos de Dios, que nos dará su Reino, nos llenará de su Amor, pues como dice Dios por boca de Isaías (49,15) ¿puede una madre olvidar al hijo que cría o dejar de quererlo? Pues aunque así sea, “””¡yo nunca me olvidaría de ti!””
Ese es nuestro Padre Bueno que vela por nosotros, pero también quiere que nosotros velemos por los demás, en buena administración de nuestras capacidades puestas a disposición de los que nos necesiten, pues esta es la razón, entiendo yo, de las parábolas que se comprenden en el pasaje, que termina con una sentencia que nos debe hacer reflexionar sobre nuestra labor por el Reino de Dios, por el reinado de Dios: “”al que mucho se le dio, mucho se le exigirá, al que mucho se le confió, más se le exigirá””.
Repasemos cuantos dones nos ha dado Dios en nuestra vida, cuantos favores hemos recibido y recibimos, desde la vida, la salud y su cuidado, una familia en la que nacimos y una familia que hemos formado, una comunidad en la que vivimos nuestra fe y cuál ha sido, es nuestra respuesta.
Hoy miércoles siete, el Evangelio nos trae el tema de la fe con el pasaje de la cananea que grita a Jesús “Señor socórreme” y se entabla ese hermoso dialogo sobre lo que necesito y lo recibe, porque cree.
A este respecto, os recomiendo leáis las catequesis del Papa Benedicto XVI en el año de la fe, sobre todo la de 24.10.2012, en la que se pregunta qué es la fe y resumo a mi manera, de no entendido, que es la aceptación del don recibido con el encuentro de la persona vida de Jesús Resucitado, encuentro que tuvo la cananea, la otra mujer de que habla el evangelio que padecía hemorragia, la del ciego, la de ……. y tantos y tantos, entonces y ahora, pues si no vivimos de la fe, de qué vamos a vivir, si nuestra vida está en Dios Padre, en Dios Hijo y en Dios Espíritu, como nos dice en Apóstol Pablo, “ no vivo yo, es
Cristo quien vive en mí”.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de Ti
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir AMEN

Maite at: 07 agosto, 2019 20:59 dijo...

Aceptar nuestra pertenencia a Jesús y que somos herederos del Reino de Dios implica un estilo de vida bien definido. Con unas miras a corto y largo plazo que no tienen nada que ver con el consumismo global, el individualismo exacerbado y el egoísmo que anida en nuestro corazón si no le ponemos trabas.

No es fácil parecerse al administrador fiel y prudente, al criado que conoce la voluntad de su señor y obra en consecuencia, pero ¿acaso no merece la pena con creces gastar la vida con un amor en el alma que lo exige todo de nosotros? ¿No merece la pena vivir de modo alternativo de forma que el yo, voraz y endiosado, dé paso al nosotros y vosotros?

El fruto es un corazón libre y limpio, bienes inagotables que no se corroen ni se pueden robar, la felicidad de vivir y servir a quien se ama y se espera con la confianza de que vendrá.

Ni Abrahán, ni Isaac y Jacob, ni Sara, se vieron libres de dificultades e incertidumbres en el camino, errores y tentaciones, pero confiaron, una y otra vez; esperaron, contra toda esperanza, en quien los había llamado, y son estímulo y aliento para nosotros que intentamos, día a día, mantener viva la llama de la fe y la esperanza.

Nosotros, con el salmista, aguardamos al Señor, seguros de su auxilio y misericordia; de que no aparta sus ojos de nosotros, que somos suyos.

Vicente at: 08 agosto, 2019 11:00 dijo...




El Evangelio de este domingo nos habla de algo que ha hecho temblar a las sociedades de todos los tiempos: el dinero.

No lo he leído en ningún sitio ni me lo ha dicho nadie; pero estoy convencido de que quien inventó el dinero fue el demonio para romper amistades y familias, provocar diferencias injustificables, la codicia y la envidia, el rencor y el desamor.

Hay un dicho que reza: “ Cuando la miseria entra por la puerta, el amor huye por la ventana ”

Dicen los arqueólogos que la primera forma de dinero fueron las vasijas de barro: Dios llenaba la fronda de frutos y el campo de trigo para todos: animales y humanos y a nosotros nos dotó de inteligencia, no de astucia: la herramienta ponzoñosa absolutamente diabólica desde el Génesis.

El Creador estableció la yerba para alimento de los animales comestibles y leche durante todo el año así como la sucesión de las estaciones y cada una con su fruto: la primavera con arándanos y naranjas, el otoño con la uva y las castañas, el invierno con el cardo y la berza, el verano con un esplendor generoso para el almacenamiento y la lluvia, el sol y el viento para la polinización e hizo que madurase el campo para todos; sin embargo, algunos cocían barro para almacenar en odres más de lo que necesitaban para subsistir y que los desgraciados que no podían, por salud o vejez, recolectar lo que la tierra da gratis para todos, acudían a estos astutos que les trocaban sus hijas como esclavas a cambio de trigo para el año. Las cecas donde se empezó a acuñar monedas son posteriores.

El mundo ha evolucionado, yo diría que involucionado, hasta que el dinero da relumbre social, provoca envidia o causa pavor porque su ausencia supone miseria, necesidad, complejo de inferioridad, hambre, enfermedades o falta de medicinas: no hay más que mirar al tercer mundo y a los pobres de nuestras ciudades.

Pero además del dinero, hay otras formas de tener sólo humanidad, no digo santidad.

No soy ejemplo de nada y mi Vida está llena de pecados, vaya esto por delante; pero voy a referir una anécdota personal de este verano excepcionalmente sofocante.

En mi calle, vi de lejos un hombre tendido en uno de los bancos (de sentarse) en la fachada donde pegaba un sol abrasador, serían las cinco de la tarde porque, muy a mi pesar, tuve que salir a hacer un recado urgente. Pasaban coches, pasaba gente por la acera de la sombra y muy pocos: los que iban a uno de los portales y tiendas de la del sol, le miraban apartando inmediatamente la vista. Nadie hizo caso. Me acerqué, sufriendo el calor porque tengo la piel muy blanca y me perjudica mucho el sol. Le llamé y no había manera de que se despertase. Supuse que era un mendigo ebrio que se habría dormido y temí por su vida a causa de la insolación y la deshidratación.

Antes he dicho que una de las armas emponzoñadas del demonio es la astucia y que el regalo que dio Dios al hombre es la inteligencia.

Llamar a la policía cuesta treinta céntimos y es así no por afán recaudatorio, sino para disuadir bromas y abusos, esto lo sabe poca gente. Me coloqué al sol de forma que mi sombra cubriera la cabeza de aquel desdichado y llamé a la policía, además esperé hasta que llegó el coche patrulla que, sinceramente fue rápidamente, pero el sudor me empapó y el aire caliente ya me ahogaba.

La dotación: un chico y una chica realmente profesionales, intentaron despertarle; pero no había manera y me dijeron que no daba tiempo a llamar a una ambulancia, que le veían en las últimas.

Le montaron tendido en el coche patrulla y le llevaron al hospital con la sirena de urgencia.

Al día siguiente miré en la página de sucesos del periódico y ¡Gracias a Dios! no venía la noticia de que alguien hubiera fallecido por un golpe de calor.

¿De qué estoy hablando? Del Evangelio de este domingo. De que una obra de caridad que puede salvar una vida sólo cuesta treinta céntimos: inteligencia frente a la astucia y, naturalmente, de la inteligencia y profesionalidad de la policía.

Rezo por quien lea esta comunicación y pido la caridad de que recen por mí.

Vicente Barreras,