DOM-32A

sábado, 31 de octubre de 2020
DESCARGAR

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 31 octubre, 2020 08:46 dijo...

NECEDAD Y SENSATEZ

La parábola de las diez doncellas pertenece al discurso sobre el fin de los tiempos, todo él centrado en la necesidad de vigilar para estar a punto cuando llegue el momento de rendir cuentas. Entonces -como hoy- las ideas apocalípticas y la convicción de estar ante un final cercano inquietaba a muchos. Incluso entre los cristianos había quienes pensaban que el fin estaba tan cerca que no merecía la pena ni trabajar. En este discurso, Jesús no trata de satisfacer la curiosidad malsana de los que gustan barajar fechas y vaticinar eventos. Se limita a decir que no es importante saber cuándo terminará todo, sino estar preparado cuando llegue el momento.

En la palestina del siglo I las familias practicaban el matrimonio patrilocal, consistente en que la novia era trasladada a la casa que el novio le había preparado. El momento más importante era cuando éste, acompañado de sus parientes, iba al domicilio de su prometida para trasladarla. Mientras tanto los invitados esperaban el regreso de la comitiva. Luego era consumado el matrimonio y se enseñaba la sábana manchada de sangre, para demostrar la integridad física de la esposa; tras lo cual empezaba la fiesta. La parábola habla de diez doncellas que se quedan dormidas mientras el novio está fuera. Cuando éste vuelve, la mitad de ellas encuentra que sus lámparas se han apagado; mientras van por aceite, llega la comitiva y se cierran las puertas. Su desidia les priva de participar en las fiestas.

El sentido del texto es evidente: el aceite, lo que mantiene encendida la lámpara, es el Evangelio, que unas lo gastan inútilmente pues se quedan dormidas durante la espera -cuando llega el momento de la verdad, no tienen nada que ilumine sus vidas-, mientras que otras, más precavidas, han guardado lo necesario y pueden entrar en la fiesta. Todas han recibido lo mismo, pero mientras unas, entregadas a sus sueños y fantasías, dejan que se pierda, otras, más realistas, saber hacer de él el uso adecuado.

Estamos -como en la parábola de los talentos- ante una oportunidad que unos aprecian y otros ignoran. Para Jesús sólo los primeros son sensatos; los otros son unos necios porque es necedad grande dejar que la mente se nuble y los sentidos se emboten cuando se tiene un tesoro que guardar. El Evangelio es ese tesoro. Pero no hay que engañarse: no es el poseerlo lo que garantiza la salvación, sino el vivirlo, es decir: dejar que ilumine la propia existencia y le dé sentido.

La parábola se completa con el pasaje que cierra el discurso -el que narra el juicio final-. El juez sólo reconoce en ese momento a aquellos que antes le han reconocido a él tras los harapos, la enfermedad y la marginación. El evangelio ilumina cuando los hombres son capaces de ver a Dios en el hermano pobre, sufriente o humillado. Eso es ser sabio. Lo otro es necedad. El problema es que esa lección se aprende cuando es demasiado tarde.

Maite at: 03 noviembre, 2020 18:18 dijo...

El evangelio de este domingo nos recuerda la importancia de la responsabilidad personal en nuestras opciones de fe.

La primera lectura hace un hermoso retrato de la sabiduría, que aparece personalizada. Lo más consolador es que hacerse con ella no depende de nuestro esfuerzo, ni nuestros talentos, sino de la fuerza e intensidad de nuestro amor y deseo de ella. Es más, ese deseo hace que ella misma salga al encuentro y se manifieste al que tanto la ansía.

Ese anhelo, ese sueño que hace de timón de nuestro barco al surcar los mares de la vida, ha de parecerse en algo a la sed que experimenta el salmista cuando desea a Dios. Como el amante suspira por la amada el salmista madruga, contempla, alaba, vela, medita y canta. Es la diferencia entre una virgen necia y una prudente. La primera va al encuentro del esposo, pero la tardanza la duerme. La virgen prudente no siente la tentación del sueño porque todo su ser vela, espera, aguarda a quien ama sobre todas las cosas. Y pone de su parte todo lo que está en su mano para estar preparada a su llegada. No se quedará sin aceite.

Nuestra lámpara se apaga cuando nuestra fe, o eso en que decimos creer, y nuestras obras, opciones y prioridades en la vida no van de la mano. Por eso no tener los sentimientos de Jesús, ni vivir el mandamiento del amor, ni hacer nuestra su opción por el Reino y los pobres, los últimos y más vulnerables; no vivir las bienaventuranzas como la ley y el camino de los cristianos, es perder el aceite que mantiene encendida nuestra lámpara. Y si se apaga solo nosotros, cada uno, seremos responsables. Y nada podrá encenderla entonces. Porque en el deseo y el amor, el anhelo y los sueños, nadie puede prestarnos nada.

juan antonio at: 03 noviembre, 2020 20:11 dijo...

Quisiera empezar esta reflexión teniendo un recuerdo para todos aquellos que nos precedieron en la fe y con Pablo no ignorar su suerte, ligada a la muerte y a la resurrección de Cristo a la que estamos llamados los que seguimos sus pasos, y nos llenemos de esperanza y a la vez seamos agradecidos con todos aquellos que nos iniciaron en la fe, manteniendo viva la llama del corazón por cuanto nos dieron, su vida, su tiempo, su amor y lo que más apreciaba, el amor a nuestro Padre Bueno, gracias, muchas gracias, es un acto obligado de agradecimiento.
En el Domingo 29 pasado destacábamos de la carta de Pablo a los Tesalonicenses “”Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo, nuestro Señor.””
Pensamientos de Pablo que concuerda con el Evangelio de esta semana de estar en vela con el fundamento de nuestra fe, nuestra esperanza y la fuerza del amor, que no es otra cosa que lo que nos viene a decir la parábola, ya que no se refiere a esa preparación contable de nuestro actuar, sino a nuestro actuar por amor y amor fundamentado en la Palabra de Dios, hoy ayer y mañana, es decir siempre tener nuestra vida conformada a la Vida que se nos da cada día en la Palabra: ahí está nuestra provisión de aceite y nuestro mantener viva la luz de nuestra fe para otros, para esos prójimos que quizás están deseando que le hablemos de Dios, poco, pero que se nos note nuestra fe en ese punto que se discute, en esa cuestión que se pone en duda, en definitiva en ese testimonio que esperan de nosotros, pues de lo contrario verán en nuestro silencio respeto humano o, lo que es peor, la cobardía de no demostrar la fe que decimos tener.
Señor mi alma está sedienta de Ti, como reza el salmista, hagámoslo nuestro y pidamos al Señor saciar nuestra sed de vida en su Vida.
Santa María, Madre de Dios y madre nuestra, ayúdanos a decir ¡AMEN!