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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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EL FINAL (Mc 13,24-32)
Cuando falta poco para terminar el año litúrgico, la atención se dirige al fin del mundo, un tema que ha preocupado a hombres de todos los tiempos y culturas. Utilizando el lenguaje y la simbología de la apocalíptica de su tiempo, Marcos habla de un modo que -a primera vista- nos inquieta y desasosie¬ga. Del fin del mundo unos tienen una visión catastrofista. Piensan que la historia humana está llamada al fracaso y las grandes desgracias no son sino el castigo de la soberbia y el pecado de los hombres. Cuando todo se haya derrumbado, Dios intervendrá para restaurar todas las cosas y barrer del mundo a los pecadores. Es la idea presente en los milenarismos tan en boga hoy día, predicados y anunciados por algunas sectas. La verdad es que esta visión del mundo y de la historia refleja la imagen de un Dios insensible a las desdichas humanas, pues espera a que todo fracase para intervenir y así demostrar su poder y su fuerza. ¿Qué le impide actuar antes y evitar tanta desgracia y tanto sufrimiento? El Dios de los catastrofistas no tiene nada que ver con el Padre misericordio¬so del que habla Jesús. A éstos les dice que no hagan números pues nadie sabe -ni en el cielo ni en la tierra- el día y la hora, sólo el Padre.
Otros piensan de modo más optimista. Creen que el mundo y la historia caminan hacia su plenitud en un proceso creciente de desarrollo. Para éstos, Dios -como el sembrador- puso buena semilla y ahora sólo espera que la sementera madure para llenar su granero. El mundo terminará y también la historia, pero será para dar paso a una nueva creación. El Dios en el que creen no tiene ya nada que hacer, sólo esperar. Esta mentalidad es la que inspira la Nueva Era, marcada por el pensamiento oriental y la gnosis de los primeros siglos.
La verdad es que sobre el final no sabemos nada. El Apocalipsis y otros escritos bíblicos utilizan, al hablar del tema, un lenguaje simbólico que se nos escapa en gran parte. Además: no es una de las preocupaciones de un cristiano conocer cuándo o cómo será el fin del mundo. La parábola de la higuera expresa nuestra postura ante este tema. Se trata de estar atento y comprender el significado del momento presente. El mundo es un campo de batalla en el que el Reino de Dios trata de abrirse camino en medio de no poca resistencia y oposición. La tentación es desfallecer y abandonar, una vez perdida la esperanza. Las Escrituras dicen que el final -por muy grande que sea la adversidad- siempre será de Dios. Él vendrá y reunirá de los cuatro vientos a los que hayan dispersado las tormentas de la historia. Lo que el Evangelio dice sobre el fin no son, pues, palabras para la inquietud, sino para la confianza. Por mucha que sea la tribulación que nos aguarda, no debemos temer porque el Señor vendrá en nuestra ayuda. Las dos primeras posturas invitan a huir del presente: una por miedo, otra por ilusión. El cristiano sabe que su tarea -su misión- es construir aquí y ahora el Reino de Dios. El futuro está seguro porque está en sus manos.
ESPERANZA
Nadie conocemos qué pasará al final, pero las palabras de Jesús, aun envueltas en un lenguaje y tono apocalípticos, destilan esperanza; nos llenan de ella y nos hacen seguidores y discípulos que la irradian y transmiten. Porque, si algo queda claro es que todo acabará bien. Cristo prevalecerá sobre todo. Por eso, es la esperanza, siempre ella, la que ha de atravesar nuestras vidas a través de las incertidumbres y nuestra ignorancia al respecto de tantas cosas.
Quien vive de esperanza y fielmente asido a ella está capacitado para discernir los signos de los tiempos. Para ello es necesario estar firmemente anclado en la realidad; la cotidiana, la que se vive a pie de calle y de escalera de vecindario. Porque en el presente se halla Dios; ni en el pasado, que pasado está, ni en el futuro, aún por venir.
La esperanza siempre guía, como de la mano, a la belleza, a la plenitud del ser, de todos los seres; y es hija de la entrega, del don de sí, como la de Jesús. La esperanza brilla rutilante en los santos de la puerta de al lado, al decir del Papa Francisco. Esa gente sabia, pobre y pequeña, muchas veces, que con su sabiduría y justicia son bienaventurados, y brillan entre las tinieblas y las incertidumbres de la vida para los demás, como estrellas o soles que iluminan resplandecientes a su paso y con su sola presencia.
Una esperanza como la del salmista, que ha hecho del Señor el lote de su heredad y vive siempre en su presencia. Por eso confía en que, al final, no le esperan el vacío y el abandono, sino la vida, el gozo y la alegría.
CONFIAR EN DIOS Y NO PERDER LA ESPERANZA
El sufrimiento del pueblo judío fue mitigado por el Señor, con la ayuda de Daniel, dándoles consuelo y esperanza para que no se apartaran de sus normas y así, aunque el caos y el sufrimiento los azotara, el gran defensor de las personas acudiría en su ayuda para que al final de los tiempos pudieran presentarse ante Él sin cargas, los difuntos y los vivos.
Pasaron los años y Roma causó dolor al pueblo con acciones impulsadas por la ambición que hunde en la pobreza y deja sin medios de vida, encadenando y robando la libertad. Esos peligros siguen presentes hoy y, aunque con nombres y formatos diferentes, el motivo que los empuja es el mismo, poseer más y esclavizar con la pobreza, otra forma de encadenar a las personas para conseguir sus objetivos.
Marcos mostró los hechos que Jesús anunció, seguir cuidando la evangelización y esperar el momento de la renovación para recoger los nuevos frutos pero, cuando presenciamos las adversidades nos sentimos impotentes y pensamos que el fin de los tiempos está cercano pues no comprendemos que el sufrimiento no es el fin sino el comienzo de una nueva etapa.
Antes los sacerdotes ofrecían en el Templo sacrificios de animales pero con Jesús el sacrificado fue Él. Entre ambos actos hay una gran diferencia, aquellos lo hacían a diario y no borraban los pecados de las personas pero el de Jesús fue único y suficiente para perdonar a las personas de todos los tiempos.
El texto propicia las discrepancias porque los hechos no tangibles pueden inspirar posturas distintas pero… ¿Tiene sentido polemizar sin tener la certeza de la verdad?
Creo que no pues Jesús nos mostró su prioridad, ayudar al prójimo. Este mensaje no confunde pero… ¿Lo practicamos correctamente o sólo silenciamos la conciencia?
Es bueno tener esperanza, interpretar correctamente los signos de los tiempos y, sobre todos, confiar en el Padre.
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