Hechos: Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos.
1ª Juan: Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud.
Lucas: Mirad mis manos y mis pies; soy yo en persona.
1ª Juan: Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud.
Lucas: Mirad mis manos y mis pies; soy yo en persona.
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EL PESO DE LA DUDA (Lc 24,35-48)
Según el testimonio de san Lucas, cuando Jesús se apareció a los suyos, les recriminó que, a pesar de los testimonios que habían oído, siguieran dudando. La verdad es que sorprendería lo contrario, porque no se topa uno todos los días con hechos inexplicables. La duda es la reacción del desconcierto producido por el desajuste entre la realidad y la lógica. No importa que esa realidad sea -como en su caso- una buena noticia, un hecho esperanzador. Y es que, en nosotros, pesa mucho la convicción de que las cosas tienen que ser como esperamos que sean y, si no es así, las descalificamos o las negamos. Es como decir: si no lo entiendo, no existe.
Pero, siendo la duda algo lógico, no tiene por qué ser un obstáculo en la búsqueda de la verdad. Más aún, creo que sólo el que duda está en el camino que lleva a su santuario. La historia está empedrada de los desastres a los que lleva el fanatismo de los que no albergan la más mínima duda en su interior. Por eso podemos decir: ¡Dichosos los que dudan porque ellos alcanzarán la verdad!
El problema se plantea cuando la duda baja de la mente al corazón, es decir, cuando deja de ser una postura mental, presupuesto necesario de la búsqueda, y se convierte en una actitud existencial. En este caso surge o el rechazo irracional, sin fundamento -el “nomegusta”-, o el escepticismo frío y distanciante que lo menosprecia todo acríticamente -el “sontonterías”-. En ambos casos se detiene el proceso. Como decían los latinos, la virtud está en el punto medio, es decir, en el equilibrio: ni creerlo todo sin análisis ni discernimiento -nos podrían tachar de cretinos-, ni negar todo lo que no se ajusta a nuestros modelos de pensamiento -porque nos tacharían de obcecados-.
En el mundo religioso la duda puede ser una incomodidad necesaria que nos evita lo primero o un lastre que nos lleva a lo segundo. Y, ni lo uno ni lo otro. Creer no significa aceptar lo absurdo como si la intensidad de la fe fuera directamente proporcional a la irracionalidad; tampoco consiste en aferrarse a un modo de ver las cosas sin admitir el diálogo o la reflexión sobre los retos que cada época ofrece como si la fe fuera más grande cuanto mayor sea la intransigencia.
Y lo mismo cabe decir en otras áreas de la vida. El equilibrio humano se alcanza cuando se mira a la derecha para corregir los errores de la izquierda y se mira a la izquierda para corregir lo errores de la derecha. Mirar sólo a la derecha satanizando todo lo de la izquierda o lo contrario es fanatismo, intransigencia, obcecación y pérdida del sentido de la realidad que, tarde o temprano, conduce a la radicalización y el hundimiento.
Jesús sabía de esto porque tenía un espíritu abierto y, por eso, podía mantener una conversación y hasta dejarse invitar por sus adversarios religiosos. Sólo teme a la duda el que teme a la verdad y sólo se muestra excesivamente seguro el que oculta su inseguridad.
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