27º Domingo Ordinario - A

lunes, 26 de septiembre de 2011
2 Octubre 2011

Isaías: Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña.
Filipenses: Todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable; todo lo que virtud o mérito, tenedlo en cuenta.
Mateo: PARABOLA DE LOS VIÑADORES HOMICIDAS.

Descargar 27º Domingo Ordinario - A.

Juan García Muñoz.

2 comentarios:

Maite at: 27 septiembre, 2011 12:29 dijo...

Todos y cada uno somos hijos amados de Dios, objeto de su solicitud y desvelos, de su cuidado e interés. Pero se nos pide una respuesta, una conducta coherente con ese amor y mimo que recibimos. Se nos pide dar fruto, y bueno. En nosotros deposita Dios todas sus esperanzas, llevamos su aliento y su impronta, su gracia y bendición; y espera nuestra correspondencia.

Decía Santa Teresa que "si no conocemos que recibimos, no despertamos a amar"; si no nos damos cuenta, si no nos enteramos, si no experimentamos, por no abrirnos a él, el amor de Dios, sus dones y beneficios, no nacerá en nosotros, de raíz, el amor a Él.

Y nuestro corazón será campo abonado para la envidia y la avaricia, para la injusticia en todas sus formas. Si no somos fieles al don de Dios, Él buscará corazones sedientos de su amor y gracia que den fruto y correspondan. Y lo que teníamos en nuestras manos, por despreciarlo, se nos quitará y será entregado a quien sepa agradecerlo mejor.

Paco Echevarría at: 27 septiembre, 2011 12:46 dijo...

DE LA RESPONSABILIDAD Y LA VIDA

La segunda parábola de Jesús en el debate con las autoridades religiosas del templo tiene una fuerza insuperable. Como telón de fondo entrevemos el poema de Isaías (5,2-2) que habla de una viña a la que se mimó y, en lugar de dar buena uva, dio agrazones. Era una metáfora sobre la ingratitud. Jesús habla más bien de injusticia y desengaño.
Era costumbre pagar el arrendamiento de la tierra con parte de los frutos, pero las condiciones abusivas de los arrendatarios y los fuertes impuestos, unido a las malas cosechas, fueron causa de no pocos levantamientos de los campesinos contra los terratenientes y las autoridades romanas. El hecho explicado por Jesús no sonaba extraño a sus oyentes. Lo extraño y sorprendente es que se atrevieran a matar al heredero. ¡Era ir demasiado lejos!
La aplicación de la parábola no admite dudas: El Reino de Dios fue entregado a Israel, pero éste no dio el fruto esperado, sino todo lo contrario. Por eso se dará a un nuevo pueblo que no defraudará los deseos de Dios. En el contexto del evangelio de Mateo, la parábola contiene un mensaje de aliento para una comunidad que era menospreciada por quienes se consideraban auténticos depositarios de la salvación.
Leída hoy, la parábola da pie a una seria y comprometida reflexión sobre la responsabilidad de cada generación y de cada individuo ante la historia. Creemos los cristianos que todo responde a un designio de Dios -lo llamamos historia de la salvación- y que ese designio se realiza en el tiempo con el concurso de los hombres. Dios no prescinde del hombre para salvar a los hombres. Pero aquellos a los que ha elegido como instrumentos de su quehacer, por ser humanos, pueden fallar y poner así en peligro ese designio, en cuyo caso sólo le queda apartalos y entregar la misión a otros que respondan mejor a lo que se les encomienda. La Iglesia tiene una responsabilidad en cada etapa histórica de cara a sus contemporáneos. Reunida en concilio, la entendía de esta manera: “La Iglesia sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo, para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido” (GS 3).
Esta es la misión de la Iglesia y de cada uno de los creyentes y no creo exagerar diciendo que es la misión de todo ser humano, pues, al mundo venimos porque nos tocó en suerte, pero, una vez en él, estamos para algo. Es ese algo lo que da sentido a la vida y hace al hombre feliz. Sin ello viene el vacío, el absurdo, el sinsentido del que sólo se escapa con la muerte o refugiándose en paraísos artificiales que, al desvanecerse, aumentan el dolor del espíritu. Al final todo se resuelve en una cosa: saber para qué hemos nacido y emplearnos a fondo en ello. Lo demás es correr detrás del viento.