Ezequiel: Cuando el malvado se convierta de su maldad, salvará su vida.
Filipenses: Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús.
Mateo: Recapacitó y fue.
Filipenses: Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús.
Mateo: Recapacitó y fue.
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Juan García Muñoz.
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DECIR Y HACER
La entrada de Jesús en Jerusalén y la purificación del templo fue el comienzo de una confrontación abierta con las autoridades religiosas de Israel. Mt 21-23 explica el alcance de la misma y, de alguna manera, prepara el desenlace final de Jesús. La parábola que se lee este domingo está dirigida contra los sacerdotes y los escribas y pone al descubierto la diferencia entre lo que se dice y lo que se hace. Jesús, siguiendo la tradición de los grandes maestros, enseña que, en los asuntos de Dios, no deciden las palabras, sino las acciones. Ya anteriormente había dicho que no entra en el reino el que invoca a Dios, sino el que cumple su voluntad (Mt 7,21).
La palabra es importante, pero se convierte en una trampa para aquellos que se limitan a ella. Simeón, un discípulo del gran rabino Gamaliel, decía: “Me he pasado la vida entre los sabios y no he encontrado nada mejor que el silencio. Lo importante no es hablar, sino actuar, pues, el mucho hablar conduce al pecado”. La aplicación que hace Jesús de la parábola resulta realmente dura: dice a los personajes religiosos de su tiempo que los pecadores y las prostitutas -los que al oír a Juan preguntaban: ¿Qué tenemos que hacer? (Lc 3,10)- entrarán antes que ellos en el reino de los cielos.
Pero la cosa no queda ahí. Jesús intercala la parábola entre dos preguntas. La primera -¿Qué opináis de este caso?- es una invitación a juzgar el hecho según los principios de la época. En este sentido el juicio no daba lugar a dudas: el hijo mejor es el segundo porque, aunque no cumple su palabra, reconoce la autoridad del padre, no le falta al respeto. El otro, si bien es verdad que al final cumple, sin embargo ha faltado al respeto a su padre por negarse a obedecerle. Éste ha puesto en entredicho la honorabilidad de su padre, mientras que el otro sólo pone en entredicho su propia honorabilidad. La segunda -¿Quién cumplió la voluntad del padre?- les obliga a ver las cosas de otra manera: lo importante no es actuar de acuerdo con las costumbres, sino obrar según la voluntad de Dios. La perspectiva evangélica es bien clara: ¿De qué sirven las palabras, si después la vida no responde a ellas? A Jesús se le acusó de relacionarse con gente de mala vida y él se defendió proponiendo un modo nuevo de afrontar la vida: lo que realmente importa no son las convenciones externas, sino la actitud interior; lo que cuenta no es lo que un hombre dice, sino lo que hace. Es su vida la que da legitimidad a sus palabras y no al revés.
El texto tiene un profundo sentido cuando se trata de la vida religiosa, pero tiene aplicaciones a la vida social, política y económica. Hoy sufrimos una inflación de palabras y de promesas en muchos campos y esto hace que la palabra haya perdido valor. Por eso para ver lo que un hombre guarda en su interior miramos su vida. La palabra fácilmente encierra mentira; la vida, difícilmente. Lo triste es que muchos no lo ven y se dejan seducir por cantos de sirenas que les llevan a estrellarse contra las rocas.
Dice la Escritura que Dios ama al que da con alegría. Y Jesús enseña que se trata de hacer lo que quiere el Padre. Por eso podemos arrepentirnos de nuestro primer "no" y emprender un camino de conversión y decir "sí". Por eso los publicanos y prostitutas nos llevan la delantera en el camino del Reino de Dios.
Este evangelio es un claro alegato en favor de los últimos, los excluidos, los que, en principio, han dicho "no" y se sitúan al margen de los cumplidores ¿fieles? de la voluntad de Dios, los que oficial y aparentemente son hijos modelos del Padre.
En el Reino de Dios caben todos los que hacen lo que quiere el Padre, los que tienen un corazón abierto y dócil a la fe, los que son capaces de rectificar y cambiar de rumbo cuando se dan de bruces con la verdad. Pero no es el lugar de quienes se creen superiores a los demás y los juzgan y desprecian. Los que dicen "sí" pero no hacen lo que el Padre quiere y les pide.
Hacer lo que quiere el Padre está lejos de guardar las formas o la apariencia, del cumplimiento externo y de fachada. Tiene que ver con los sentimientos del corazón. Los de un hijo hacia su padre. Los de Jesús.
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