Isaías: El Señor preparará un festín y enjugará las lágrimas de todos los rostros.
Filipenses: Todo lo puedo en aquel que me conforta.
Mateo:A todos los que encontréis, convidadlos a la boda.
Filipenses: Todo lo puedo en aquel que me conforta.
Mateo:A todos los que encontréis, convidadlos a la boda.
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Juan García Muñoz.
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VESTIDOS DE FIESTA
Continúa la polémica con las autoridades del templo. Tras poner en entredicho el sistema religioso de su tiempo y denunciar la infidelidad del pueblo, en la parábola de los invitados, Jesús aborda el tema de la universalidad de la llamada y de la salvación. El Reino de Dios deja de ser un privilegio concedido al pueblo judío para ser un don del que pueden beneficiarse todos los hombres. No estamos ante un asunto de justicia -como en la parábola anterior-, sino ante una cuestión de honor, pues se trata del menosprecio de un don: un rey, que celebra las bodas de su hijo, invita a todos los nobles, pero estos prefieren dedicarse a otros asuntos menos significativos e ignorar la llamada. Algunos incluso llegan a maltratar a los mensajeros. La reacción del Rey fue la ira. Mateo posiblemente tiene en su mente la destrucción de Jerusalén ocurrida algunos años antes de que escribiera su evangelio. La enseñanza es clara: Israel ha despreciado el don de Dios y por eso ha sido barrido de la tierra.
Es en la segunda parte donde se apunta el tema de la universalidad: los criados salen a los caminos e invitan a todo el mundo, sin pararse a ver si son o no dignos de sentarse a la mesa de un rey. La sala se llena de buenos y malos. La discriminación consentida y apoyada por el judaísmo salta por los aires hecha añicos y se establece una igualdad esencial entre todos los hombres desde el punto y hora en que a todos se ofrece la salvación. Para la primera generación cristiana todos los seres humanos son esencialmente iguales. Las diferencias son meramente superficiales.
Pero no acaba ahí la cosa. El final resulta sorprendente porque, al acudir al salón, el rey manda expulsar, atado de pies y manos, a uno que no llevaba el vestido de fiesta. Y es que todos son llamados y todos pueden beneficiarse de la salvación, pero sólo lo conseguirán quienes muestren signos externos de la nueva justicia.
El evangelio es una buena noticia para todo el que la quiera escuchar. Son muchos los que viven enredados en sus asuntos y no valoran el ofrecimiento que se les hace. Para unos es más importante ocuparse de los negocios o disfrutar de los bienes; otros incluso atacan o ridiculizan a quienes se han dejado iluminar por Jesucristo. Entre quienes se dicen cristianos hay quienes lo son sólo de palabra, pues su vida no responde a ello. La parábola de los invitados es una llamada a considerar lo que es esencial y secundario en la vida. La fe es un don que se ofrece, no un deber que se impone. El hombre puede pensar que otros menesteres son más importantes y menospreciar semejante don. Puede incluso aceptarlo, pero no permitir que fructifique en su corazón. Al final lo que importa es ir vestido de fiesta cuando el rey entre en la sala del banquete.
No acabamos de creernos que Dios nos invita a un banquete de bodas, que nos prefiere a otros que estaban invitados antes y que sale a buscarnos allí donde nos encontramos. Nos cuesta aceptar que no necesitamos hacer acopio de méritos y buenas obras para merecerlo; que las cosas de Dios son algo más que cumplir, guardar y practicar. Se habla tanto en la Biblia de banquetes suculentos, magníficos y generosos hasta el derroche más extremo, que tendremos que acabar admitiendo que son lo más propio de Dios.
Llamados e invitados por Él, aceptando el vestido adecuado que regalan a la entrada del banquete, seremos escogidos para sentarnos a su mesa y dejarnos agasajar, para saciarnos de toda clase de manjares y gozar de la presencia y cercanía, de la fiesta y la alegría de nuestro Dios.
No cometamos la tontería de rechazar la invitación. No nos perdamos en excusas y mentiras. No nos refugiemos en ocupaciones más importantes, porque no las hay. Acudamos al banquete y que nuestro traje manifieste allí quienes somos: seguidores y hermanos de Jesús.
“Preparará el Señor “: Ese festín de manjares suculentos y de vinos generosos es Él mismo. La felicidad del Cielo consiste en ver a Dios. Y quienes en este mundo han gozado un poquito de ese “VER A DIOS” que son los místicos, han creído morir de felicidad inmensa, pues no tenemos los humanos capacidad para ver a Dios sin morir.
Y el velo que cubre las naciones es todo lo que impide al hombre ver a Dios en la creación, en su vida, en sus obras y aceptarle. Es el pecado.
Y enjugará las lágrimas de nuestros ojos...y será Él mismo la recompensa de nuestra fe....Ah, pensemos en tantísimos hermanos nuestros que han derramado su sangre por Él...o que han muerto creyendo en Él en la noche de la fe...”:”Aquí está nuestro Dios de quien esperábamos la salvación”
“Habitaré en la casa del Señor por años sin término”
Y el sentido profundo de nuestra vida es la preparación de ese traje nupcial, necesario para ser recibidos en la sala del Banquete.
¡VEN, SEÑOR JESÚS!
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