MATEO 23,1-12: Uno solo es vuestro Maestro y todos sois hermanos. Uno solo es vuestro Señor, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor.
Descargar 31º Domingo Ordinario - A.Juan García Muñoz.
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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TÍTULOS Y DIGNIDADES
Moisés fue el primer legislador de Israel. Después de él, vino la tradición. En tiempos de Jesús era incumbencia de los escribas y fariseos conservar, defender e interpretar tanto la una como la otra. Ocupaban la cátedra de Moisés o, lo que es igual, eran los encargados de explicar al pueblo la voluntad de Dios. El problema era que no siempre respaldaban con su vida lo que predicaban con su palabra y es que entonces como ahora, una cosa es predicar y otra dar trigo. Jesús denuncia la incoherencia entre la doctrina y las obras y la tacha de hipocresía. Y aduce como razón de este modo de actuar que quienes así obran lo hacen porque quieren ganar fama y honor entre los hombres, sin que les importe el honor de Dios. Por eso les gusta ofrecer signos externos de su importancia, ocupar puestos de relieve y ser reconocidos públicamente.
Jesús está en completo desacuerdo con este modo de ser y de actuar y advierte a sus discípulos que ellos han de ser de otra manera. Para explicar su pensamiento pone tres casos relativos al tratamiento que solía darse a los rabinos: maestro, padre y consejero. A nadie hay que llamar maestro porque el único maestro es Jesús; ni padre, puesto que el único padre es el del cielo; ni consejero ya que el único consejero es el mesías. Todo esto está en consonancia con la letra y el espíritu del evangelio donde queda claro que entre los cristianos el mayor, el más importante, es el más pequeño y es a él a quien todos -de modo especial los grandes- deben servir.
Pero hay otra razón detrás de esta doctrina: el único maestro y consejero, es decir, el único que tiene autoridad en sí y por sí es el Mesías. En la comunidad cristiana nadie tiene autoridad para exponer doctrinas propias de modo que pueda reunir en torno a sí discípulos como solían hacer los rabinos. La función de enseñar no es autoridad propia sino misión recibida de aquel que tiene esa autoridad. Por eso puede decir en otro lugar: “Quien a vosotros escucha a mí me escucha”,expresión que es más un aviso a los maestros que una advertencia a los discípulos.
El espíritu y la letra a veces se nos olvida a quienes decimos seguir a Jesús y, de la mano de la historia, vamos dejando que las cosas sean de otra manera con pretextos y justificaciones que no siempre convencen. Nos encariñamos con títulos y dignidades y dejamos que la gloria de Dios ceda ante la gloria de un hombre -aunque éste sea su representante-. La verdad es que las palabras de Jesús nos deben inquietar. Es verdad que no se trata de suprimir títulos, sino de erradicar del corazón la ambición de poseerlos. Pero reconocer que lo importante es el fondo no significa desmerecer el valor de la forma. Al fin y al cabo la única dignidad que cuenta es la que confiere a un hombre su espíritu de servicio y la humildad que muestra cuando se pone a los pies de los pequeños.
En tiempo de Jesús los que se erigían en maestros de los demás no iban por delante con su conducta, más bien oprimían y cargaban a los otros con el peso de enseñanzas y obligaciones que ellos no cumplían. Siglos después, y entre nosotros, las cosas no han cambiado mucho. Jesús entiende el poder y la autoridad de otra manera; de una forma que no ha calado demasiado entre sus seguidores.
El poder y la autoridad consisten en servir a los demás y en reconocer que ellos pertenecen al Señor de todos. Y esos servidores no deben acumular títulos ni honores por la labor que desempeñan, y su sitio está junto a los demás, codo con codo con aquellos a los que sirven. Y su actitud ha de ser la de quien está por debajo, a su servicio.
El que sirve sabe lo que tiene que hacer, y que está en su lugar, que es ese y no otro. Que no pone ninguna pica en Flandes, porque por delante de él pasó Jesucristo, que se despojó de su condición divina y se puso a lavar los pies de sus discípulos. ¿Acaso hay mejor puesto que estar junto a Él, hacer lo que hace, con sus mismos sentimientos? ¿Qué otro poder y autoridad queremos y para qué? Dice San Ireneo que la gloria de Dios es que el hombre viva. Y la vida no la da, aunque lo parezca, el dominio sobre los demás, y tampoco los honores y grandezas de este mundo. El mismo Hijo de Dios eligió el camino del abajamiento y del servicio; siguiéndole a Él se tiene vida en abundancia.
Hay más gente que da testimonio de esto: son los misioneros. Oramos por ellos, de modo especial, durante este mes de octubre con motivo de la Jornada del Domund. Ellos han sabido ponerse al servicio de los últimos, los más pobres y oprimidos, los olvidados de los poderosos. Ellos y gente como esas dos cooperantes españolas secuestradas en estos días. No buscan poder ni títulos ni distinciones, solo ayudar a sus semejantes, a otros hijos de Dios. Y se juegan la vida y lo arriesgan todo por ellos. Son verdaderos seguidores de Jesús.
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