Exodo: Si explotáis a viudas y huérfanos se encenderá mi ira contra vosotros.
1 Tesalonicenses: Llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes.
Mateo: Amarás al Señor tu Dios y al prójimo como a ti mismo.
1 Tesalonicenses: Llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes.
Mateo: Amarás al Señor tu Dios y al prójimo como a ti mismo.
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Juan García Muñoz.
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DIOS Y EL PRÓJIMO
Los preceptos a que estaba sujeto el creyente judío en tiempos de Jesús eran muy numerosos -según la tradición sinagogal eran 613 mandamientos positivos, 365 prohibiciones y 248 prescripciones-. No sorprende, por ello, que algunos se preguntasen si era posible reducirlos todos a unos cuantos preceptos fundamentales y establecer una jerarquía de importancia entre los mismos. Frente a éstos estaba el grupo de quienes defendían que todos los preceptos tenían la misma importancia -“Que el mandamiento leve te sea tan querido como el mandamiento grave” decía un comentario al Deuteronomio.
La respuesta de Jesús no contiene nada nuevo, pues ambos preceptos estaban ya recogidos en el Antiguo Testamento. Lo sorprendente es la unión de los dos. A Jesús le preguntan por el primero y más importante y él responde con el primero y el segundo y, además, añade que ambos son semejantes. De esta manera viene a decir que sólo se puede amar a Dios amando al prójimo y sólo se puede amar al prójimo con el amor de Dios. Son dos amores que siempre han de ir unidos o, de lo contrario, quedan adulterados.
Es así como Jesús establece el fundamento de la ética cristiana: la vida religiosa, centrada en el amor a Dios, y la vida social, centrada en el amor al prójimo, constituyen un único fundamento y vienen a ser como las dos caras de una moneda: si falta una -cualquiera de ellas- es falsa. Los rabinos conocían estos preceptos, pero no los relacionaban. Incluso hacían inútil el precepto de amor al prójimo porque no consideraban prójimo a todo ser humano: el pagano, el pecador, el publicano... no era prójimo ni había obligación de amarlo como a uno mismo. En el pensamiento de Jesús el amor es uno solo y ha de ser total: ha de movilizar a toda la persona. Como el sol cuando sale -que ilumina por igual a todos los seres-, así ha de ser el hombre y la mujer que aman.
Pero no es esto lo habitual entre nosotros, sino que, al contrario, a veces tenemos la sensación de que una sombra de egoísmo y desamor estuviera apoderándose de muchos corazones: padres que denuncian a sus hijos por malos tratos, niños que crecen sin amor, ancianos abandonados por su familia; mujeres maltratadas, violencia en las calles... Es como si el ser humano estuviera perdiendo su esencia más profunda, su valor más noble y auténtico. Tal vez esto no sea más que el triste resultado de las doctrinas que décadas atrás algunos predicaron sin medir sus consecuencias. Y es que la negación Dios a la larga conduce a la negación del hombre como la negación del padre lleva tarde o temprano a la negación de los hermanos. Primero talamos los bosques y luego nos quejamos del desierto. Es de sabios rectificar. Pero está por ver que el hombre de hoy, que se siente orgulloso de ser científico y de conocer los secretos del universo, sea además un hombre sabio, conocedor de los secretos de su propio corazón.
El amor es la señal distintiva del cristiano. En otras religiones a Dios se le teme, se le respeta, se le venera, pero no se le ama. Nuestro Dios es un dios personal que compartió nuestra condición humana y convivió con nosotros, que está vivo y nos habita por dentro; establece con nosotros, si queremos, un vínculo, una relación íntima y profunda, a la manera de un amigo, de un esposo, de un padre o un hermano, de un compañero de camino. Que nos conoce y nos llama por nuestro nombre, que se hace el encontradizo y nos invita a ser uno con Él; que nos sostiene, guía, alienta y acompaña por el camino de la vida, y nos cura, nos guarda y nos protege.
El amor al prójimo no es ninguna tarea fastidiosa añadida. Si así fuera superaría con mucho nuestras fuerzas. El amor al prójimo, al cercano que nos inquieta y descoloca, que saca a flote lo que menos nos gusta de nosotros mismos, que nos interpela y cuestiona continuamente, ese amor nace de raíz del que tenemos a Dios, como una consecuencia o un fruto maduro. De la relación personal con el Señor brota en nosotros un corazón nuevo, que ve en el otro algo de Él que trasciende todos sus defectos y mediocridades que tanto nos molestan. Un corazón impermeable a la envidia, el rencor o el desaliento. Entonces podemos amar como Dios nos ama. Quien ama a su prójimo no le hace daño, ni de pensamiento, ni de palabra, ni de obra; le perdona siempre, todo y del todo, y de mil y una maneras procura y busca su bien.
Merece la pena gastar toda una vida empeñada en la noble tarea de amar a Dios y al prójimo. No se nos pide ni más ni menos, y el premio de un corazón lleno de vida, joven y vigoroso, por muchos años que acumule, será nuestro aquí y ahora.
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