24º Domingo Ordinario - B

sábado, 9 de septiembre de 2006
17 Septiembre 2006

Isaías: Ofrecí la espalda a los que me apaleaban.
Santiago: La fe, si no tiene obras está muerta.
Marcos: Tú eres el Mesías. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho.


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1 comentarios:

Anónimo at: 09 septiembre, 2006 20:46 dijo...

EL CAMINO DE LA RENUCNIA (Mc 8,27-35)


Cuando emprende el viaje que culminará con su muerte en Jerusalén, Jesús exige a los discípulos que se definan sobre él. La pregunta que les formula es la gran pregunta que todo cristiano ha de hacerse: ¿Quién es Jesús para mí? Es verdad que -a nivel humano- podemos distinguir entre la persona y la tarea, entre el ser y el hacer. Pero no así en el caso de Jesucristo. Creer en su persona -como el Hijo de Dios- es creer en su misión -como salvador-. Creer en él y creerle a él van necesariamente unidos. Eso fue lo que Pedro no entendió. Creía en Jesús como Mesías, pero no aceptaba el camino del Mesías: ser condenado a muerte, ser ejecutado y, más tarde, resucitar. Se resistía a aceptar que el sufrimiento -el fracaso, la humillación y la muerte- es el modo de llegar a la vida. En definitiva: el problema de Pedro era rechazar el camino de la humildad como camino de salvación. Es la misma propuesta que le había hecho el diablo en el desierto: convertir las piedras en pan, utilizar el poder del mundo y manifestarse gloriosamente en el cumplimiento de su misión. Es satánico procurar la eficacia y éxito a cualquier precio. Pedro era hijo de su tiempo y de su pueblo y esperaba -como todos- un mesías guerrero, que fuera la manifestación del poder de Dios en favor de Israel. Pero Dios tiene otros planes y otro modo de hacer las cosas.

Y, para evitar equívocos, muestra el camino del seguimiento. Sólo puede ser de los suyos quien está dispuesto a la renuncia, a aceptar la cruz que ello conlleva y seguir sus pasos hasta el final. El principio es bien claro: quien se aferra a la vida la pierde; sólo se salva quien la entrega. Es el camino del Mesías y también el camino de la vida, que es tanto como decir, el de la dicha y la felicidad verdaderas. La vida -como la semilla- sólo tiene sentido cuando se pone al servicio de una meta mejor. Sólo así el grano se convierte en espiga y la vida logra un “para qué”, es decir, un propósito, un sentido, una meta. Con frecuencia olvidamos que no es el origen sino la meta lo que alumbra nuestra existencia. No es saber por qué estamos aquí, sino conocer para qué hemos venido al mundo lo que da valor a la lucha diaria y al esfuerzo continuo. A los jóvenes se les suele preguntar erróneamente ¿qué esperas de la vida?, cuando la verdadera pregunta -la que señala el camino verdadero en las encrucijadas, en los momentos de las grandes decisiones- es ¿qué espera la vida de ti? Algunos piensan que todo es azar y -por ello- capricho de un destino ciego y muchas veces cruel. Yo creo que es más bien providencia de un Dios que nos espera detrás del horizonte y nos anima a recorrer el camino sin dudar y sin desfallecer. La vida no es fácil -porque es grande la lucha que conlleva el vivir-, pero no tiene por qué ser absurda. Sólo quien posee un “para qué” supera el absurdo del “por qué”. Sólo quien conoce la meta soporta la dureza del camino. Jesús va por delante dando ánimo y ejemplo. Sólo nos queda seguir sus huellas.