EXODO: Mientras Moisés tenía la mano en alto vencía Israel.
2 Timoteo: Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo.
Lucas: Parábola del juez inicuo y la viuda.
2 Timoteo: Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo.
Lucas: Parábola del juez inicuo y la viuda.
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Juan García Muñoz.
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LA PLEGARIA (Lc 18,1-8)
Hay males que tienen su origen en la condición humana y, si bien son fuente de dolor, sufrimiento o incomodidad, su aceptación es signo de humildad y realismo. Ante estos males, la oración de un creyente ha de ser pedir ser liberados de ellos o, al menos, recibir la fuerza necesaria para soportarlos sin desesperación. Ésta es la plegaria, por ejemplo, del enfermo o el desafortunado. Pero hay males que tienen su origen en un corazón perverso e injusto. También estos son causa de grandes sufrimientos para los débiles. De esos habla la parábola de Jesús con la que explica la necesidad de insistir en la plegaria.
Ante situaciones de injusticia, el recurso es exigir que los magistrados obren según su deber, pero ¿qué pasa cuando éstos no lo hacen y el injustamente tratado no puede reclamar su derecho porque está en situación de debilidad? En estos casos el humilde mira al cielo y clama:“¿Hasta cuándo, Señor?”. En esos momentos, la plegaria brota de la conciencia de que sólo el cielo puede poner remedio a nuestros males. Pero el tiempo del hombre es tan corto que resulta difícil esperar a que Dios intervenga. Y surge la pregunta: “Si puede hacerlo ¿por qué no lo hace ya? ¿a qué espera?”. Y, tras ella, viene la impaciencia. Y tras la impaciencia el abandono de la plegaria y la desesperación.
A los oyentes de Lucas –hombres poco expertos en eso de la oración– Jesús les advierte que es necesario perseverar. Y no porque Dios se haga rogar y guste de la insistencia de los hombres para conceder sus dones, sino porque es necesario medir el tiempo con el reloj de Dios. La insistencia en la plegaria es una forma de adecuar el pensamiento y el ánimo al ritmo de Dios. Si los hombres ceden ante la insistencia aunque sólo sea para que les dejen tranquilos, ¿cuánto más Dios oirá la llamada de sus elegidos? Es la confianza lo que sostiene la plegaria.
El final recoge una pregunta inquietante: “Cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?”. Corren vientos de increencia y muchos se dejan arrastrar por ellos. El mundo de hoy es tan autosuficiente que ha dejado de mirar a lo alto porque piensa que sobre el cielo no hay nada: “Todo depende de nosotros. Sólo depende de nosotros. Esperar un poder sobrenatural que nos salve es una espera inútil”. Así opinan hoy muchos que se consideran pensadores. El problema es que su respuesta no responde a las grandes preguntas. Si fuera del círculo no hay nada ¿qué valor tiene lo que está dentro de él? Cuando el Hijo del hombre venga a la tierra tal vez no encuentre fe sobre ella. Pero lo más trágico es que tampoco encontrará esperanza. Sólo hombres de corazón vacío y mirada perdida.
La falta de fe es una de las consecuencias del pragmatismo. Pero no nos engañemos. No ha caído la fe porque ésta no cuente. Ha caído la fe porque se están derrumbando los valores que dan sentido a la vida arrasados por el pragmatismo reinante. M. Buber habla del eclipse de Dios –no de ocaso o muerte– y, ya se sabe, cuando hay eclipse no se apaga el sol, simplemente la tierra queda sumida en la oscuridad.
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