Isaías: El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande.
1 Corintios: Poneos de acuerdo y no andéis divididos.
Mateo: Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres.
1 Corintios: Poneos de acuerdo y no andéis divididos.
Mateo: Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres.
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Juan García Muñoz.
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DEJAR LAS REDES (Mt 4,12-23)
Son tan fuertes los vientos de libertad que soplan en nuestro tiempo que, para muchos, este valor es casi un dios. Y no es que esté mal defender un valor tan sagrado que, en la Biblia, a pesar de su consecuencia más trágica –el pecado–, nunca fue retirado al hombre por el Creador. El problema es que no acabamos de entender de qué se trata y predican algunos que consiste en no tener otra norma de conducta ni reconocer otra voluntad que la propia. De esa manera los deseos se convierten en necesidades y las necesidades en derechos. Piensan éstos que la moral es un ataque a la libertad y a lo más que llegan es a la moral de la propia conveniencia o el propio gusto.
Creo yo que la libertad es más un deber –un valor– que un derecho –un beneficio–. No es algo que uno posee por nacimiento, sino algo que se ha de conquistar a lo largo de la vida con esfuerzo y sacrificio. Y, una vez alcanzada, no resulta fácil soportar el peso de la misma, porque exige tomar decisiones que, las más de las veces, son duras y comprometidas. Mucho me temo que lo que algunos llaman libertad sólo sea la calderilla de la misma, es decir, la posibilidad de tomar pequeñas decisiones que permitan hacer lo que uno quiera en pequeños asuntos porque las grandes decisiones las toman otros en otros foros. Es la estrategia de los poderosos: “Haz lo que quieras. Tienes derecho a ello. Eres libre. Pero déjame a mí decidir lo que has de pensar y de querer”.
Viene esto a cuento del gesto de los discípulos cuando Jesús los llama. Eran pescadores y estaban entregados a su trabajo. Cuando pasa junto a ellos el profeta de Nazaret, sin mediar discusión ni diálogo, les dice: “Seguidme porque quiero que os dediquéis a otros menesteres”. Ellos inmediatamente dejan las redes y le siguen. Es una decisión que compromete su futuro, su vida. Otros hubo que también fueron llamados, pero no se atrevieron a asumir el riesgo de la opción y siguieron con lo de siempre. Dejar las redes, cambiar de rumbo, comprometerse... En eso consiste la libertad: en romper ataduras.
Hoy se teme tomar decisiones que hipotequen el futuro. Vivimos en la cultura de la provisionalidad –la cultura de usar y tirar–. El problema es que sólo el que toma decisiones es libre y sólo el que toma grandes decisiones es radicalmente libre. No decidir para no comprometerse no es conservar la libertad, sino dejar pasar la ocasión de disfrutarla. La dificultad está en que, una vez que hemos decidido, nos hacemos responsables de nuestra decisión, de modo que no es libre quien no es capaz de responder de su libertad. Ésa es la paradoja de la libertad. A las nuevas generaciones no se les dice esto. Sólo se les habla de derechos –no de deberes–, de libertades –no de exigencias–, de posibilidades –no de compromisos–. Mal quieren a los jóvenes quienes les dan para moverse en la vida monedas de una sola cara: las monedas falsas de una libertad que no sabe de responsabilidades.
El límite de la libertad es el respeto al otro y a los valores. Cuando se ignora esto, surge la prepotencia, la tiranía y la violencia.
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