Domingo de Ramos - A

domingo, 9 de marzo de 2008
16 Marzo 2008

Isaías: No me tapé el rostro ante los ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado.
Filipenses: Se rebajó, por eso Dios lo levantó sobre todo.
Mateo: PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.


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Juan García Muñoz.

1 comentarios:

Anónimo at: 09 marzo, 2008 18:31 dijo...

EL REY HUMILDE (Mt 21,1-11)

Ya lo había dicho el profeta: “Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno”. Con ello quería significar que el Mesías no era hombre de guerra, sino hombre de paz. Jesús pone en escena la profecía y entra en la ciudad, no cabalgando como un conquistador blandiendo la espada, sino montado en un asno y agitando palmas y ramos de olivo, para decir a la ciudad de Jerusalén -la que había de pedir su muerte- que en su corazón sólo había paz.

La imagen de Jesús como un humilde rey de paz contrasta con la realidad que vivimos en estos años de inicio del milenio. La guerra -abierta o solapada, en los campos de batalla o en la intolerancia de la vida ordinaria-, el terrorismo, la violencia doméstica... siguen siendo -para desgracia y vergüenza de un mundo que se llama civilizado- una triste presencia en nuestra vida. Sobre una tierra cargada de violencia avanza humilde la figura del profeta de Nazaret sin que los hombres presten atención a su voz. Nos llegan noticias e imágenes estremecedoras y no logramos entender -ni creo que pueda entenderse- por qué los hombres nos enfrentamos y hacemos violencia unos contra otros. Palabras como tolerancia, solidaridad, respeto, diálogo, acuerdo, ayuda... suenan mucho, pero la realidad que expresan cuenta poco.

Cuando un hombre pone una bomba en su supermercado para matar a no sabe quien ¿qué cree estar demostrando con ello? ¿Cómo silencia la voz de la conciencia? ¿A qué mundo aspira? ¿Cómo puede alguien pensar que la violencia sea el cimiento de algo? ¡Sólo de la ruina! Cuando un grupo de hombres planea la eliminación de otro grupo ¿a dónde pretende llegar? ¿Cómo es posible que el odio llegue a endurecer el corazón ante el miedo y el llanto de un niño o de un anciano? ¿Qué peligro puede haber en ellos? Son preguntas para las que no hay respuesta.

Es tiempo de calvario el tiempo en que vivimos y, por ello, bien pertrechados de esperanza, anhelamos el amanecer del domingo de Pascua, cuando el sepulcro reviente y la vida se levante para siempre. Pero antes habrá que pasar por el silencio del sábado y meditar nuestros errores a la luz del mandato del amor. Jueves, Viernes y Sábado forman una trilogía bien trabada: entrega, sacrificio y reflexión -amor, renuncia y sinceridad- jalonan el camino hacia el alba de la resurrección.

La comunidad cristiana por su parte ha de disponerse a cargar con la cruz del testimonio y de la fidelidad en un mundo que, por no compartir los ideales del Nazareno, se va a situar muchas veces frente a ella. No esperemos que quienes crucificaron al Maestro vayan a aplaudir a los discípulos. Mal signo sería.