Oseas: Porque quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos.
Romanos: Abrahám, apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza.
Mateo: Llamada a Mateo. No he venido a salvar a justos sino a pecadores.
Romanos: Abrahám, apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza.
Mateo: Llamada a Mateo. No he venido a salvar a justos sino a pecadores.
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Juan García Muñoz.
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NOSOTROS Y ELLOS (Mt 9,9-13)
Las llamadas de Jesús al seguimiento suelen ser desconcertantes. La vocación de Mateo lo es en demasía porque los recaudadores de impuestos no eran -ni son- bien vistos por la gente. Roma -el poder dominador- no recaudaba directamente los impuestos sino que empleaba a personal autóctono. Quienes ejercían ese cometido eran tan despreciados y odiados que las palabras recaudador y pecador llegaron a significar lo mismo. Jesús, en contra de la mentalidad común, compartida por el pueblo y por los dirigentes, no sólo elige a uno de ellos para pertenecer al grupo de los íntimos, sino que no duda en sentarse con ellos a la mesa.
La crítica por parte de los puros -los fariseos- no se hace esperar. Pero Jesús se defiende diciendo que no necesitan médico los sanos sino los enfermos y que es más importante la misericordia que la piedad. Él no está para rodearse de justos, sino para liberar a los pecadores. Y, sobre todo, es evidente que no piensa entrar en el juego de la marginación en virtud del cual se excluye a todo el que no piensa como yo o no es como yo quiero.
Esto de excluir a “los otros” -la manía de dividir a la humanidad en “nosotros” y “ellos” a partir del modo de pensar en política o en religión, de opciones existenciales o, simplemente, del color de la piel- viene de antiguo y, aunque es absurdo, se mantiene hasta nuestros días. Pensemos en derechas e izquierdas, en progresistas y conservadores, en creyentes y no creyentes, etc.
El problema de esta mentalidad es que se ignora la complejidad del ser humano. Cuando una persona, por ejemplo, se identifica como de izquierdas o de derechas en ideología política, lo que hace es endosarse una superestructura que le impone una forma de análisis de la realidad y le encierra en una verdadera cárcel del pensamiento. A partir de ese momento, los que no se han endosado esa superestructura de pensamiento se convierten automáticamente en “ellos” y todos los que la comparten se convierten en “nosotros”. El siguiente paso es la beatificación de todo lo que se refiere a “nosotros” y la satanización de todo lo relativo a “ellos”. Esto explica la falta de crítica interna que se da dentro de los grupos de identificación y la hipercritica hacia los demás. Las consecuencias son, primero, la adopción de posturas fanáticas y la incapacidad de colaborar en proyectos comunes al servicio del bien común; y, segundo, si se consigue el poder suficiente, la destrucción del diferente al que se considera adversario. Es lo que ha ocurrido históricamente en todos los totalitarismos. Cuando se impone la dictadura del pensamiento único se acaba imponiendo la dictadura del poder único.
La enseñanza de Cristo -aunque algunos se permitan burlarse de su sufrimiento- es que hay que estar por encima de tan absurdas divisiones.
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