Génesis: Dios puso a prueba a Abrahán llamándole: ¡Abrahán! El respondió: Aquí me tienes.
Romanos: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?.
Marcos: LA TRANSFIGURACIÓN O LA CONFIRMACIÓN DEL PADRE.
Romanos: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?.
Marcos: LA TRANSFIGURACIÓN O LA CONFIRMACIÓN DEL PADRE.
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Juan García Muñoz.
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LOS TRANFIGURADOS (Mc 9,1-9)
Al comienzo del viaje a Jerusalén que le condujo a la muerte, Jesús preguntó a sus discípulos qué pensaban de él. Pedro, en nombre de todos, respondió que lo consideraban el mesías. Acto seguido, Jesús, sin negarlo, anunció el destino que le esperaba en Jerusalén. Es como si les estuviera diciendo: “Efectivamente: soy el mesías, pero no el tipo de mesías que a vosotros os interesa”. Inmediatamente después, el evangelista san Marcos relata la transfiguración, en la que Pedro, Santiago y Juan, pudieron contemplar el otro ser de Jesús.
Uno de los misterios fundamentales del cristianismo es la Encarnación. Lo nuclear de ese misterio es que Dios se acerca al ser humano asumiendo la condición de éste, lo cual implica dos cosas: que la salvación no es un movimiento del hombre hacia Dios -como si fuera posible alcanzar la esfera de la divinidad (así se describe la naturaleza del pecado en Adán y en Babel)-, sino que se trata de un movimiento de Dios hacia el hombre (es, por tanto, un gesto de generosidad); y que el encuentro con Dios sólo es posible en lo humano.
Desde esto se entiende por qué Jesús, en la cena, cuando da el precepto nuevo y definitivo, en lugar de decir “Amaréis a Dios con todo el corazón y os ameréis unos a unos como yo os he amado”, se limite a recoger sólo lo segundo silenciando el precepto del amor a Dios. A partir de ese momento no cabe que pueda separarse la vida religiosa y la moral, el culto y la justicia, la religión y la fraternidad. Jesús viene a decir sólo es posible amar a Dios amando al hermano. San Juan dirá más tarde que miente el que dice amar a Dios -a quien no ve- si no ama al hermano -a quien ve-.
Sobre el monte Tabor, los discípulos pudieron ver la divinidad de Jesús a través de su humanidad. En la vida diaria, el cristiano ha de ser capaz de ver a Dios en el otro, sobre todo en el que sufre. Esto sólo es posible mirando más allá de la apariencia, del aspecto, de la imagen que las personas presentan. En cada ser humano el cristiano ha de encontrar el misterio de un Dios encarnado, sobre todo en aquellos que viven el calvario cada día.
Cuando se olvida esto, la religión se convierte en una fantasía espiritual donde lo externo, lo espectacular, lo grandioso, el prestigio social o el poder pasan a ocupar los primeros lugares en la jerarquía de valores; y la caridad, la solidaridad y el servicio a los desheredados del mundo se convierte en una molestia inevitable a la que se dan sólo respuestas de compromiso y de mínimos. Jesús de Nazaret -que se transfiguró a los ojos de sus discípulos en el monte Tabor ocultando su humanidad y mostrando su divinidad- se sigue transfigurando en cada ser humano ocultando su divinidad y mostrando su humanidad y nos advierte: “Lo que hicisteis a uno de éstos, a mí me lo hicisteis”.
Paco Echevarría
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