20º Domingo Ordinario - B

lunes, 10 de agosto de 2009
16 Agosto 2009

Proverbios: Comed de mi pan y bebed el vino que he mezclado.
Efesios: Daos cuenta de lo que el Señor quiere.
Juan: Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.


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Juan García Muñoz.

1 comentarios:

{ Paco Echevarría } at: 10 agosto, 2009 17:48 dijo...

EL SENTIDO DE LA VIDA (Jn 6,51-58)

El momento culminante del diálogo de Jesús con los judíos sobre el tema del pan de vida es cuando declara abiertamente que en él -en su humanidad, en su carne- Dios se está manifestando y que la aceptación de esto es la única garantía de una vida para siempre. El escándalo de aquellos hombres se torna en desconcierto: “¿Cómo puede darnos a comer su carne?”. Es decir: ¿cómo pretende que le aceptemos como Dios en forma humana? Pero Jesús, en lugar de suavizar el planteamiento, lo radicaliza aún más: "Si no coméis mi carne -si no aceptáis que soy la manifestación humana de Dios- y no bebéis mi sangre -beber la sangre es aceptar el proyecto de vida que él propone-, no tenéis vida en vosotros". La vida verdadera -en cualquiera de los mundos-sólo es posible si se acepta lo que Jesús es y lo que anuncia. Será en su muerte, en su entrega suprema, donde esto se manifestará plenamente.

El evangelista escribe para una comunidad que celebra frecuentemente la Eucaristía, es decir, el sacramento -el signo- en el que se realiza místicamente ese acto profundo de comunión con Jesús por la aceptación de su ser -carne/pan- y de su vida -sangre/vino-. La Eucaristía no es, por tanto, el recuerdo simbólico de un hecho ocurrido en el pasado -la muerte de Jesús-, sino un memorial, es decir: la celebración aquí y ahora de su entrega. Evidentemente estamos ante el misterio, es decir, ante una realidad oculta que sólo se puede percibir con la mirada interior.

La Eucaristía es el encuentro con el Señor de la Vida. El pan y el vino -la persona y la vida, el ser y el existir- también son un misterio de encarnación, pues en ellos, Dios se hace humano para que la humanidad tenga acceso a él. Pero, dado que Dios es amor y el amor se expresa en la entrega, la Eucaristía es la celebración del misterio del amor: de Dios a los hombres -"Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo"- y de los hombres entre sí -"Amáos los unos a los otros"-. Llegados a este punto vemos claro el discurso de Jesús: lo que salva, lo que da la vida verdadera es el amor que cristaliza en la entrega.

Una vida de desamor y de egoísmo no es vida, sino una muerte lenta porque genera tal cantidad de sufrimiento, frustración y dolor al que padece este mal y a quienes lo sufren a su alrededor que la vida pierde sentido y el vacío se instala en el corazón. Por el contrario, abrirse al amor es como arrojarse a un mar de plenitud y de sentido porque es sumergirse en Dios.

Hay quienes piensan que el cristianismo está contra la vida y uno se pregunta de qué cristianismo hablan, porque ¿hay algo más vital que el amor? Más cierto me parece que es el inmanentismo reinante el que genera una cultura de la muerte y narcotiza las mentes y los espíritus con sucedáneos de felicidad, dando lugar, a la larga, sobre todo en los más jóvenes, a la conciencia sentida de que la felicidad es imposible.